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Columna
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La paradoja tecnocrática

La empresa saudí de telecomunicaciones STC es uno de los principales patrocinadores de nuestro Mobile World Congress

El príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohamed Bin Salmán, en una fotografía de archivo.
El príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohamed Bin Salmán, en una fotografía de archivo.
Jordi Amat

La mayoría de los artículos sobre Saudi Telecom Company (STC) y Telefónica han descrito los entresijos de una operación financiera que parece haber descolocado tanto a la dirección de la empresa como al Gobierno, provocando las tensiones internas habituales. Otras reflexiones piensan cuáles podrían ser las repercusiones políticas y económicas de la operación, toda vez que revelan fragilidad nacional y evidencian el temor geopolítico que se produzca una pérdida de control de una compañía tan endeudada como estratégica. A la vez hemos descubierto la metódica estrategia de inversión del Public Investment Fund, el todopoderoso fondo soberano saudí que es propietario del 64% de la empresa de telecomunicaciones STC ―uno de los principales patrocinadores, por cierto, de nuestro Mobile World Congress― y que va a convertirse en el principal accionista de Telefónica. En la información que publicó la agencia Reuters, además, se incluía un breve apunte que inscribe la noticia en otra dimensión. Intuyo que esta valoración saudí la aportaba Hadeel al Sayegh, una de las tres periodistas que firmaba el artículo y que es jefa del equipo de reporteros de la agencia que cubren la actividad económica en el Golfo Pérsico. “STC espera que los lazos con Telefónica le ayuden a desarrollar ciudades digitales en Arabia Saudí, importando conocimientos tecnológicos de países como España, según una fuente que había asesorado a la empresa”.

Si se interpreta lo ocurrido también desde esta óptica, que no es la nuestra sino la suya, el episodio revela algunas de las paradojas de nuestro tiempo y nuestras prejuiciosas resistencias para comprender cómo funcionan los nuevos centros de poder global. Hoy Arabia Saudí es uno de los principales laboratorios urbanos del planeta. En 2016 el príncipe Mohamed Bin Salmán presentó el plan estratégico denominado Visión Saudí 2030. Es la hoja de ruta para implementar un megalómano proyecto de modernización basándose en la tecnología y cuyo objetivo último es diversificar la economía. La escalada de los precios de la energía, acelerada por la guerra de Ucrania, ha disparado los ingresos públicos que, como siempre desde la fundación de Arabia Saudí, provienen del petróleo. Son beneficios que están posibilitando la materialización de la Visión y uno de sus ejes fundamentales era, precisamente, la construcción de ciudades inteligentes. No sería extraño, pues, que la innovación urbana sea una de las claves que hayan llevado al fondo soberano saudí a invertir 2.100 millones de euros para hacerse con el 9,9% de las acciones de Telefónica.

Toda esa estrategia confluye con una transformación de la sociedad impulsada desde la política. El periodista Thomas Friedman, que es uno de los mayores expertos en la región, publicó hace tres meses un largo reportaje en The New York Times tras una visita a Israel y a Arabia Saudí. No había estado en Riad desde 2017. Al regresar a la ciudad y hablar con políticos y gente de la calle, no podía dejar de sorprenderse por el cambio de mentalidades producido en tan solo cinco años. No silenciaba el crimen de Estado del periodista Jamal Khashoggi ni tampoco las vigentes restricciones de las libertades. Pero a la vez constataba los cambios sobre la presencia de la mujer en la sociedad o la persecución del islamismo radical o las medidas oficiales adoptadas en la educación para eliminar la intolerancia. Es una sociedad en cambio, aunque sigue viviendo bajo una monarquía autocrática, sí, que es joven y cada vez mejor formada porque una parte significativa ha cursado estudios superiores en Estados Unidos; este mes de mayo 27 estudiantes saudíes, chicos y chicas, ganaron premios en la International Science and Engineering Fair celebrada en Dallas. Al mismo tiempo, allí donde se va a usar la más avanzada tecnología china de vigilancia, es el lugar donde se exploran las más ambiciosas alternativas de sostenibilidad; ya es el país puntero en la producción de hidrógeno verde gracias a la sal que se obtiene de la desalinización del agua usando energía solar y eólica. Esta paradoja tecnocrática, inquietante, pero que es un proyecto de futuro, es la que no sabemos descifrar.

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Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Ejerce la crítica literaria en 'Babelia' y coordina 'Quadern', el suplemento cultural de la edición catalana de EL PAÍS.

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