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COLUMNA
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El clima no es una religión

Los sistemas de alerta temprana son nuestra principal tecnología de gestión y mitigación de las crisis climática. Al menos si queremos salvar vidas y proteger infraestructuras.

Efectos del temporal en Villaluenga de la Sagra (Toledo).
Efectos del temporal en Villaluenga de la Sagra (Toledo).Claudio Álvarez
Marta Peirano

El clima no es una religión. No hace falta “creer” en él para saber que existe porque para eso tenemos instrumentos. Con un reloj y un termómetro de mercurio como el que Daniel Gabriel Fahrenheit inventó en 1714 podemos constatar personalmente que las olas de calor son más frecuentes y más largas. Tenemos higrómetros, psicrómetros, cámaras, satélites y sensores para certificar que las sequías y los incendios también son más frecuentes y también duran más. Incluso contamos con instrumentos abstractos basados en observaciones estadísticas que nos ayudan a hacer predicciones. La ecuación de Clausius-Clapeyront observa que, por cada grado de temperatura, la humedad en la atmósfera aumenta alrededor de un 7%. Gracias a esa observación podemos predecir que, después de la sequía, el calor y los incendios cada vez más largos, habrá tormentas tropicales cada vez más fuertes y abundantes, junto con subidas del nivel del mar. Podemos predecirlo porque hay un principio fundamental de la física que dice que todo lo que sube tiene que bajar, incluido el agua. No es una parábola o una profecía. Es la Ley de la Gravitación Universal.

Entre 1970 y 2019 hemos registrado una media de un desastre climático diario con una media de más de un centenar de muertos. Con 18.262 desastres climáticos en nuestra historia reciente, incluso sin contar los últimos cuatro años de récords sucesivos de temperatura y acontecimientos extremos, acumulamos experiencia suficiente como para saber que hay factores determinantes a la hora de gestionar una crisis climática, cuando el objetivo es salvar vidas, proteger infraestructura y perder el menos dinero posible. Se resumen en tres: la adopción de medidas específicas de prevención y mitigación de los desastres más probables, un protocolo efectivo basado en la simulación regular de esos escenarios de desastre y un sistema de alerta temprana que permita activar las dos cosas anteriores con el tiempo suficiente para que cumplan su función.

En la última Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, celebrada en Sharm el-Sheikh (Egipto), el Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres, presentó la iniciativa Alerta Temprana para Todos con el objetivo de garantizar que todos los habitantes de la Tierra estén protegidos por sistemas de alerta temprana en un plazo de cinco años. Del protocolo antihuracanes cubano al sistema de Alerta de Emergencia (SAE) para celulares chileno, los sistemas de alerta temprana son la tecnología más importante que tenemos para afrontar los retos de la crisis climática. En los lugares donde no existen esas tecnologías muere mucha, mucha gente.

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No son completamente infalibles. Casi nada o es. La atmósfera está llena de interacciones no lineales, donde la más pequeña de las variaciones pueden tener efectos desproporcionadamente grandes, desencadenando patrones climáticos complejos e impredecibles. Este factor, conocido popularmente como el efecto Mariposa, puede complicar la predicción de los fenómenos meteorológicos, tanto por exceso como por defecto. Pero aciertan mucho más de lo que fallan y, aunque acertaran mucho menos, hemos decidido como sociedad que es mejor creer en la ciencia del clima que no hacerlo. Si la AEMET anuncia lluvias torrenciales y al final en algunas partes de Madrid llueve un poco menos, algunos negocios habrán perdido algunas ventas. Si decidimos no creer en la ciencia y nuestro coche acaba en el río, nuestro escepticismo no nos salvará. La Realidad es aquello que no desaparece incluso aunque dejes de creer en ello. Lo dijo el más escéptico de los hombres, Philip K. Dick.

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