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EDITORIAL
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Llamas en Tenerife

Los incendios que afectan a la isla exigen mantener las alertas en el resto de España por su nivel de virulencia

Miembros de la Unidad Militar de Emergencias luchaban el jueves contra las llamas den Tenerife, en una imagen de la propia UME.
Miembros de la Unidad Militar de Emergencias luchaban el jueves contra las llamas den Tenerife, en una imagen de la propia UME.
El País

Los incendios han formado siempre parte, por desgracia, de las noticias que están asociadas al verano; lo que está cambiando en los últimos años es su intensidad y la voracidad con que se propagan en distintos lugares. Cada año la tragedia se repite, pero en esta ocasión daba la impresión de que España estaba librándose de sus desoladores efectos —”gracias a las lluvias de junio”, comentó este jueves la ministra de Defensa en funciones, Margarita Robles— hasta que el fuego prendió este martes en los montes de Arafo, en Tenerife, y se extendió de inmediato hacia el norte de la isla. Las llamas han arrasado a estas alturas alrededor de 5.000 hectáreas en un perímetro de 50 kilómetros. El fuego ha afectado a 10 municipios y ha obligado a evacuar a unas 4.500 personas, y han debido ser confinadas más de 3.800, de las que unas 1.600 continuaban la noche del viernes en esa situación. La sensación de vulnerabilidad y de miedo de quienes han visto sus vidas amenazadas o la perplejidad de tantos por la velocidad con la que avanza el desastre: todo esto forma parte del drama humano ante una catástrofe. Como respuesta, el despliegue de efectivos —aviones, bomberos forestales, personal de la policía—, la colaboración entre distintas administraciones, la intervención de 205 miembros de la Unidad Militar de Emergencia con 46 medios contra incendios y tres hidroaviones, la colaboración ciudadana...

Las olas de calor que han causado altísimas temperaturas y la sequía extrema, que desde marzo afectaba a esta zona de Tenerife, forman parte de ese caldo de cultivo en el que cualquier negligencia o accidente —se estudia si no ha sido provocado, por los distintos focos desde los que parece que se inició— puede desencadenar unas dinámicas que parecen disponer cada vez más de vida propia y actuar con una virulencia sorprendente por la cantidad de material combustible acumulado. Los expertos hablan ya de que se trata de un incendio de sexta generación, por la gran cantidad de energía que libera y por su capacidad destructiva. Durante los primeros días era tal la potencia de las llamas que los medios aéreos se mostraban impotentes al comprobar que el agua que lanzaban se evaporaba. Por otro lado, un paisaje lleno de barrancos, donde los vientos se mueven en distintas direcciones, ha complicado las tareas de extinción.

El mes de julio mostró en el Mediterráneo el lado más trágico de este nuevo tipo de incendios, cada vez más peligrosos por las condiciones creadas por el cambio climático: hubo más de 50 víctimas mortales. Argelia, Túnez, Grecia, Italia, Croacia, Portugal, la isla francesa de Córcega: en los bosques mediterráneos se acumula cada vez más maleza y unas condiciones meteorológicas extremas convierten ese combustible en un infierno. Ese infierno es el que ahora le ha tocado vivir a Tenerife, donde se enfrentan “al incendio más complejo” que han padecido en los últimos 40 años, según el presidente canario, Fernando Clavijo. La lucha por extinguirlo sigue siendo la prioridad allí y, en el resto de España, la obligación de ser conscientes de que el verano todavía es largo y que las sucesivas olas del calor y la sequía facilitan las condiciones para cualquier descalabro. Conviene no olvidar que en marzo, fuera de época y sin que nadie lo esperara, ardieron más de 4.700 hectáreas en Castellón y Teruel. El clima ha cambiado drásticamente y ya se habló entonces de que había que volver a pensar las estrategias para prevenir los incendios y, después, para enfrentarse a su enorme capacidad de destrucción. No hay que bajar la guardia.

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