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tribuna
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La tentación de matar a Vox

La formación de Abascal ha sido útil en estos meses a la causa de la derecha, tras colmar sus expectativas de poder local y autonómico. Pero quizás ya haya dejado de resultarle útil al PP

Vox
Los diputados electos del PP Cuca Gamarra, Jaime de Olano, Carlos Rojas García y Cayetana Álvarez de Toledo esperan para recoger su acta de diputado junto al líder de Vox, Santiago Abascal, este miércoles en el Congreso de los Diputados.Chema Moya (EFE)
Estefanía Molina

Vox parece ya un partido incómodo para una parte de la derecha. Hay un sutil clima de opinión sobre que la formación de Santiago Abascal ha sido un escollo para que el Partido Popular alcance el gobierno de España esta legislatura. Altavoces que no hace tanto jaleaban a la ultraderecha empezaron a bajarse del carro en la campaña del 23-J. Y Vox solo podrá seguir cayendo en desgracia si su utilidad para el PP cotiza a la baja.

Es el murmullo latente en la derecha: Alberto Núñez Feijóo se habría quedado sin margen de movimiento —al parecer— por culpa de Vox. Primero, porque en nuestro sistema electoral la derecha solo saca ventaja si va unida. El PP mejoró incluso sus resultados en los pasados comicios, mientras que Vox perdió más de 600.000 votos. Por eso, no sería de extrañar que, si España se arroja a una repetición electoral, la campaña del PP intensificara la idea del voto útil para echar a Pedro Sánchez. Segundo, porque el PP no puede ya pactar ni siquiera con el PNV —menos aún con Junts— por culpa de la intransigencia territorial de Vox en la ecuación. Y tercero, porque el mantra de “que viene la ultraderecha” ya no funciona en la mayor parte de nuestro país, pero sí salvó al PSOE en Cataluña y Euskadi en las pasadas elecciones.

Así que Vox ha pasado de ser la solución a ser parte del problema para nuestra derecha patria. Aquella formación que en 2019 se catapultó hacia los 52 escaños ante el declive de Ciudadanos, los indultos a los líderes del prócés, y los rescoldos de la nefasta gestión del PP de Mariano Rajoy el 1-O, no sirve ahora para impedir una legislatura de máximo protagonismo para los llamados “enemigos de España” —Bildu, Junts, ERC, PNV—.

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Bien es cierto que la derecha viene funcionando desde hace décadas a través de ese auge y caída de nuevos partidos. No va de batallas ideológicas, sino de fines instrumentales: las siglas importan menos que el cometido cuando se trata de levantar la bandera de España. Por eso, tras la disolución de UCD, Alianza Popular mutó en el PP; Ciudadanos fue el reemplazo amable de un Rajoy políticamente decrépito; e incluso, Santiago Abascal estaba llamado a marcar la pauta al joven Pablo Casado.

La realidad es que Vox ha sido útil en estos meses a la causa de la derecha, tras colmar sus expectativas de poder local y autonómico. Algunos quieren olvidar fácilmente que el PP preside varias comunidades autónomas gracias a Abascal. O, incluso, la forma cómo torcieron el brazo a María Guardiola en Extremadura porque Vox no era simplemente una opción, sino la vía para llegar al poder. El problema es que pocos podían augurar semejante desplome hasta los 33 escaños en las generales, quizás, obviando que el contexto de noviembre de 2019 era difícil de repetir, y su verdadero suelo estaba en los 24 escaños.

El caso es que con Vox aplica aquel dicho de que “a perro flaco, todo se le vuelven pulgas”. La purga en el sector ultraliberal de la formación les ha vuelto, a ojos de sus fieles, en un partido cada vez más de nicho ideológico —si cabe—. Si en la campaña del 23-J altavoces del centroderecha cuestionaban que Abascal pudiera pedir la vicepresidencia del Gobierno —conscientes del lío que se le vendría encima al Feijóo que decían moderado—, el giro todavía más recalcitrante de la formación augura mayores pérdidas de apoyo. La marcha de Macarena Olona o de Iván Espinosa de los Monteros aparecen como síntomas visibles del colapso.

Y es que para los fines de la derecha nunca será lo mismo Albert Rivera que Abascal, aunque hayan tardado cuatro años en darse cuenta. La ideología de Rivera no generaba semejante rechazo, aunque a finales de 2019 se pusiera a rivalizar con Vox en intransigencia política. Bajo unas formas de regeneración democrática, Ciudadanos no era molesto porque no restaba poder a la derecha: no impidió a Rajoy gobernar entre 2016 y 2018 con apoyos externos del PNV. Fastidioso se volvió cuando se negó a apoyar a Sánchez, abriendo la puerta a Podemos con apoyo de ERC y Bildu.

Caretas fuera: es porque Vox amaga con dejar de ser útil por lo que algunos pueden tener la tentación de acabar con la ultraderecha; no porque su ideología les haya escandalizado alguna vez, ni vaya a hacerlo a estas alturas de la política.

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Sobre la firma

Estefanía Molina
Politóloga y periodista por la Universidad Pompeu Fabra. Es autora del libro 'El berrinche político: los años que sacudieron la democracia española 2015-2020' (Destino). Es analista en EL PAÍS y el programa 'Hoy por Hoy' de la Cadena SER.

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