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Columna
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Palabras que nunca tienen consecuencias

Donald Trump busca cobijo en la libertad de expresión para defender sus mentiras y manipulaciones electorales

Former president Donald Trump at an event in New Hampshire
El expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, en un acto en New Hampshire.REBA SALDANHA (REUTERS)
Lluís Bassets

Nada más lógico que quien miente más que parpadea reivindique su derecho a mentir. Este es el caso de Donald Trump, un personaje tan embustero que obligó a los medios de comunicación desde el día en que se lanzó a la política a invertir recursos para comprobar sus falaces declaraciones y contabilizar sus mentiras.

A la larga cuenta de embustes se suma ahora la de los procesos judiciales abiertos por tres grandes jurados, que pronto serán cuatro, y de los correspondientes cargos penales, 78 delitos en total: 34 en relación con el soborno a una artista porno, 40 por retención y ocultación de documentos secretos y 4 más relacionados con su intento de anular las elecciones presidenciales de 2020 y permanecer en la Casa Blanca a pesar de haberlas perdido. El solapamiento de los juicios con la campaña de las primarias republicanas —el 2 de enero para este último caso en Washington, el 25 de marzo en Manhattan para los pagos ilegales a su amante ocasional y el 20 de mayo para la vulneración de los secretos oficiales en Florida— le servirá de combustible para recaudar fondos y seguir alimentando el motor del resentimiento que le ha colocado en cabeza de las encuestas, a 35 puntos del siguiente candidato, y empatado con Biden con vistas a la elección presidencial.

Solo los fanáticos creen que ganó las elecciones, que sus adversarios hicieron trampas y que Joe Biden quiere mandarle a la cárcel para evitar que vuelva a ganarlas en 2024. No le creen ni siquiera los otros candidatos republicanos, aunque son muchísimos los que le quieren votar precisamente porque les gustan sus embustes, sus insultos y sus ataques a Biden y a los jueces y fiscales. Pero no le será fácil explicar u ocultar tantas mentiras ante los jurados que deberán determinar si es culpable.

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Sus abogados invocan la Primera Enmienda de la Constitución que protege la libertad de expresión. En su mundo paralelo, las mentiras son verdades en las que cree firmemente y sus órdenes de modificar el resultado electoral para seguir en la presidencia, aspiraciones o deseos también libremente expresados. Quiere eludir así sus responsabilidades por sus órdenes y acciones para tergiversar el resultado electoral y proclamarse vencedor de la elección presidencial. Como si las palabras de quien todavía era presidente, pronunciadas al borde del golpe de Estado, no tuvieran consecuencias.

Trump reivindica a la vez su impunidad como presidente y expresidente y un derecho universal a mentir, amparado en la sagrada libertad de expresión. Si queda sin castigo tal antecedente, otros querrán repetir su hazaña, no tan solo en Estados Unidos. ¿O acaso no conocemos también aquí la acción de mentirosos compulsivos, convencidos de sus propias mentiras y orgullosos de defender sus declaraciones de ruptura con el orden constitucional como si solo fueran la libre expresión de unas legítimas aspiraciones políticas?

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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