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Pueblos indígenas
Columna
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¿Tener raíces indígenas o ser indígena? Ääts

La falta de contundencia en las respuestas de Xóchitl Gálvez sobre si es indígena o no está relacionada con la historia de este país y el tratamiento que el Estado Mexicano dio a lo que llamó por mucho tiempo “el problema indígena”

Xóchitl Gálvez durante una conferencia de prensa.
Xóchitl Gálvez durante una conferencia de prensa.HENRY ROMERO (REUTERS)
Yásnaya Elena A. Gil

Cuando a Xóchitl Gálvez se le pregunta si es indígena, la respuesta pocas veces es directa. No la he escuchado decir, así sin más y de manera contundente: “sí, soy indígena hñahñu” o alguna respuesta parecida en nivel de certeza. Desde que apareció en la vida política a principios de este siglo, Gálvez ha fraseado sus respuestas sobre el tema de diferentes maneras, a veces ha dicho que se enamoró del idioma otomí que hablaban sus abuelos y por eso decidió adoptar una “identidad indígena”, a veces ha dicho que su padre era indígena, su madre mestiza y que, ante esas dos opciones, eligió identificarse con la primera como si de elegir entre las ofertas de un menú se tratara, unas veces más ha dicho que tiene raíces indígenas. Lo cierto es que, por contraste, ha enfatizado siempre cómo cambió de vivir en su pueblo Tepatepec en Hidalgo a habitar años después en una casa en Las Lomas de la Ciudad de México, como claro ejemplo de que, para ella, ingresar a un segmento privilegiado de la población es la medida del éxito y no destruir precisamente el sistema que sostiene los privilegios para unos cuántos. El nivel de consumo asociado con la clase social que vive en barrios ricos como Las Lomas está profundamente relacionado con la actual crisis climática, así no sé si, en este contexto, lo más sensato sea desear este nivel de consumo para todas las personas.

La falta de contundencia en las respuestas de Xóchitl Gálvez sobre si es indígena o no está relacionada con la historia de este país y el tratamiento que el Estado Mexicano dio a lo que llamó por mucho tiempo “el problema indígena”. Ingenuamente, a veces asumimos que nuestros rasgos identitarios tienen que ver con una elección personal, pero, en muchos casos, el menú del que supuestamente elegimos está diseñado y servido por los sistemas de opresión, sea éste el patriarcado (para las identidades de género), sea el capitalismo, el racismo o todos al mismo tiempo. Como activistas del movimiento Black Lives Matter en Estados Unidos han planteado, no basta que, ante la violencia policiaca que suele sufrir constantemente la población afrodescendiente, una persona grite: “¡no dispare por favor!, yo me auto-identifico como blanco” para que deje ser perfilada racialmente y el oficial que le apunta baje el arma. Detrás de nuestras supuestas libres elecciones identitarias muchas veces yacen estructuras que acotan las posibilidades a elegir (cuando es posible hacerlo), estructuras que jerarquizan y oprimen unas categorías sobre otras de maneras tan complejas y contundentes como normalizadas; así que dudar sobre si auto-adscribirse indígena o no, como sucede con una gran parte de la población de este país que prefiere decir que tiene “raíces indígenas” en lugar de decir que es indígena, tiene que ver con la historia de las políticas estatales mexicanas más que con una elección personal identitaria.

Tan es así que si la situación se hubiera dado en Estados Unidos o Canadá, la duda nunca habría existido pues las políticas para determinar si una persona es indígena o no dejarían en claro que Xóchitl Gálvez lo es porque sus abuelos lo eran. En Noruega, Gálvez también sería indígena, si alguno de tus abuelos tuvo por lengua materna un idioma indígena (sami en ese contexto) el Estado Noruego te reconoce como indígena. En otros países como Chile, que alguno de los abuelos tenga un apellido en lengua indígena es prueba suficiente para demostrar que una persona también lo es; en este caso Xóchitl Gálvez no pasaría esta prueba pues sus abuelos no usaron apellidos en hñahñu como tampoco lo pasaríamos las personas mixes a las que se nos impuso un apellido en castellano hace tiempo. Estas situaciones muestran por qué he insistido tanto en que ser o no indígena se determina frente al estado y por eso cambia según el estado-nación en cuestión; ser indígena se determina con mecanismos distintos a los que se utilizan para determinar pertenencia al pueblo mixe, mapuche, hñahñu o sami.

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En México, hay dudas sobre si Xóchitl Gálvez es indígena, hay dudas en sus propias palabras y también en el racista indigenómetro que tan intensamente le han aplicado. Aunque en la actualidad, la auto-adscripción es el criterio oficial para determinar si alguien es indígena o no, lo cierto es que en el imaginario social y en los usos y costumbres cotidianos de la administración estatal, sigue operando un rasgo fundamental del indigenómetro: hablar una lengua indígena. Este rasgo fue el instrumento preferido del estado para determinar si alguien era indígena o no durante la mayor parte del Siglo XX y sigue vigente a pesar de no ser ya más el criterio legal; en el imaginario social, este requisito interactúa con el criterio que trata la categoría indígena como raza. Ni la actriz Yalitza Aparicio ni Xóchitl Gálvez hablan una lengua originaria y ambas crecieron en sus comunidades de origen, ¿por qué no hay dudas de que Aparicio sea indígena? ¿Late el perfilamiento racial en este caso?. ¿Qué tipo de violencia ha provocado que ni Xóchitl ni Yalitza hablen la lengua que hablaron sus abuelos?

Lo perverso del criterio lingüístico es que, por un lado, el Estado Mexicano utilizó este rasgo para determinar que una persona es indígena al mismo tiempo que implementó una agresiva campaña para desaparecer las lenguas indígenas del país y minimizar la población que las habla; los esfuerzos para desparecer las lenguas originarias fueron financiados con recursos públicos y diseñados como política institucional. Según lingüistas e historiadores, se calcula que para 1820, cerca del nacimiento del Estado Mexicano, el 70% de la población de estos territorios hablaba una lengua indígena, 200 años después, en 2020, quienes hablamos lenguas indígenas representamos ya el 6.1% de la población mexicana. Es claro el efecto de las políticas lingüicidas; para des-indigenizar a la población (amestizarla), fue fundamental el borrado de las lenguas indígenas mediante mucha violencia racista, por lo tanto, ¿cómo exigirle a alguien que debe hablar una lengua indígena para probar que es indígena?. Por otro lado, dado que genéticamente todas las personas del mundo estamos mezcladas, ser una persona mestiza en México significa más bien haber sido desi-ndigenizados por el proyecto estatal, dejar de hablar la lengua y dejar el mayor número de prácticas culturales que le asocie a un pueblo originario en particular.

Siguiendo el ejemplo del comunicador y poeta nahua Mardonio Carballo, en algunas charlas pido que levanten la mano quienes en el auditorio hablan una lengua indígena, suelen ser pocas las manos levantadas; pido entonces que se sumen quienes tienen padre o madre que hable una lengua indígena, se unen más personas; así que continúo y pido que levanten también la mano quienes tengan abuelos, bisabuelos o tatarabuelos hablantes de alguna lengua indígena, de pronto las manos se multiplican. “¿Se consideran indígenas?” Les pregunto a quienes no hablan un idioma originario pero tienen padres, madres o ancestros que sí lo hablaban; “tenemos raíces indígenas”, suelen responderme.

Cuando alguien dice que tiene “raíces indígenas” lo que está nombrando, aún sin saberlo, es que la violencia del estado les arrebató elementos fundamentales de sus pueblos, lenguas y culturas para re-adscribirlos a una nueva categoría como población mexicana mestiza. Ese 70% de la población que hablaba una lengua indígena a principios del siglo XIX sufrió violencia cotidiana y estructural para que dejaran de cumplir el requisito del indigenómetro que exige el criterio lingüístico; no nos extrañe pues que aproximadamente el 60% de la población mexicana diga frecuentemente que tiene “raíces indígenas”, esa frase nombra en realidad un proceso violento, una herida, un robo, una presión estructural racista. ¿Qué sucedería si la población que asume tener “raíces indígenas” pidiera cuentas al Estado cuya violencia le impidió ser reconocida como indígena? ¿Qué sucedería si la población que asume tener “raíces indígenas” pidiera reconocimiento y resarcimiento del daño para re-aprender las lenguas que les arrebataron y los elementos culturales que les negaron? ¿Qué lengua indígena hablarías tú, lectora, lector, si la violencia del Estado no hubiera impedido que la lengua de tus ancestras llegara a tus labios? ¿Qué sucedería si la población que asume tener “raíces indígenas” pidiera justicia por todo lo que se le arrebató con violencia racista en lugar de luchar por mudarse a una casa en Las Lomas justo como ese sistema nos ha enseñado a soñar?

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