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Racismo en México
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿La cuarta transformación del indigenómetro? Yä’äx

Las élites intelectuales criollas de izquierda y derecha no han reflexionado ni un poco sobre la génesis y naturaleza de la categoría indígena y siguen reproduciendo los clichés de siempre

Xóchitl Gálvez en su oficina del Senado de la República en Ciudad de México, el 12 de junio.
Xóchitl Gálvez en su oficina del Senado de la República en Ciudad de México, el 12 de junio.
Yásnaya Elena A. Gil

Volvió a suceder como una de esas pesadillas recurrentes. Cada cierto tiempo, intelectuales relacionados con algún partido político que poco conocen las luchas de los movimientos indígenas se ponen a discutir qué significa ser indígena sin indígenas, como es lo común. No crean que esta discusión se disparó en el marco de un proceso de reflexión sobre la construcción ideológica del país desde distintas voces y posturas, sobre la condición de los pueblos originarios o sobre la reforma indígena tan prometida por López Obrador que al parecer no llegará. No fue así, la discusión se disparó en redes sociales y en distintos medios de comunicación enmarcada en la pugna electoral por la presidencia que ya ha comenzado, es decir, de entrada, los dados estaban cargados. El disparador fue un lamentable cartón del caricaturista Rafael Barajas, conocido como El Fisgón, en donde dibujó a Xóchitl Gálvez, la aspirante más fuerte de la debilitada oposición, retomando elementos con las que el racismo mexicano ha caricaturizado siempre lo indígena: plumas, huipil, copal, un castellano en donde los verbos aparecen siempre en infinitivo. El racismo cotidiano, violento y básico hecho cartón para comunicar que Xóchitl Gálvez no es indígena, mientras que del lado contrario defendían su “cuna indígena”, en frase de Carlos Loret de Mola.

La discusión se centró, pues, en aplicar el histórico indigenómetro que dicta cuáles deben ser los rasgos necesarios para ser considerado indígena. Por lo que puede leerse en columnas de opinión, queda claro que la llamada 4T no alcanzó a transformar el indigenómetro y que la defensa del cartón de El Fisgón sacó a relucir que, a pesar de una larga convivencia (por decirlo de algún modo) de 500 años, las élites intelectuales criollas de izquierda y derecha no han reflexionado ni poco sobre la génesis y naturaleza de la categoría indígena y que siguen reproduciendo los mismos clichés de siempre. Esto, más que lamentable, me parece escandaloso.

La existencia del indigenómetro se debe a la necesidad histórica del Estado de definir quién es indígena y quién no lo es, de la necesidad de clasificar a su población para que la sección clasificada como indígena dejara de serlo y convertirla en población mestiza. Partamos del hecho de que el indigenómetro no ha sido creado por las distintas naciones originarias que han construido, en cada caso, distintos mecanismos para la adscripción a cada comunidad, estructura social o nación originaria. La misma palabra “indígena” no tiene un equivalente en la mayoría de las lenguas indígenas del país, así que las discusiones sobre nuestras múltiples y complejas pertenencias se reduce a una clasificación oficial desde el castellano.

¿Qué es entonces ser indígena? Las respuestas que el indigenómetro ha dado no han variado mucho y por lo que se ha podido ver siguen muy vigentes. Para los tabulados básicos del Censo de Población de 1921, “indígena” era una categoría racial, se esperaba entonces que la “raza indígena”, como la nombraron, mostrara una serie de características físicas. Esta idea es la que sigue operando aún en estos tiempos, cada vez que se argumenta que Xóchitl Gálvez no “parece” indígena, se le perfila y se le mide con respecto del estereotipo de cómo debe lucir una persona indígena. Esta misma idea en la que raza ahora se lee como categoría genética es la que late detrás de la declaración de Beatriz Paredes que sostiene que, aunque ella es también de “cuna indígena” como Xóchitl, no se trata de hacer competencia de ADN porque, claro, el rasgo indígena debe estar codificado en algún gen.

Otra característica del indigenómetro ha sido fijar ciertos rasgos necesarios. Por ejemplo, en los censos que siguieron al de 1921, para clasificar a una persona como indígena se preguntaba si andaba descalza, si usaba zapatos o huaraches, si comían trigo o maíz, qué tipo de indumentaria usaban, si dormían en cama o en petate, entre otros criterios. Dentro de esta lógica, comer maíz, usar huaraches y dormir en petates se relacionaban con la pobreza. En este tenor, cuando determinan que Xóchitl Gálvez no es indígena porque “no viene de abajo y no ha sufrido pobreza” o porque usa bolsos caros evidencian que los parámetros del antiguo indigenómetro siguen operando en el imaginario social. A mi amigo ayöök Marco Martínez, cocreador de una app para aprender su lengua materna, le repitieron que un “verdadero indígena” no puede hacer uso de la tecnología, así como antes nos dijeron que dormir en cama, y no en petate, nos restaba varios puntos en el indigenómetro.

Después, fue el criterio lingüístico el más importante para determinar que alguien pertenecía a la categoría indígena. Si hablabas lengua indígena eras indígena. Esto fue así hasta el Censo de Población y Vivienda del año 2000. El criterio lingüístico ha sido uno de los más perversos del indigenómetro pues, mientras el Estado desplegó una serie de estrategias muy violentas para eliminar las lenguas indígenas, usaba al mismo tiempo el hablar uno de estos idiomas para probar pertenencia a la categoría. Los comentarios que sostienen que Xóchitl Gálvez no es indígena porque no tiene un idioma indígena por lengua materna se alinean con este criterio.

Cada uno de los requisitos que plantea el indigenómetro se relaciona, como puede verse, con racismo y discriminación. Por esto, una de las mayores luchas y logros del movimiento indígena ha sido el criterio de la autoadscripción como una respuesta al indigenómetro. Desde el año 2000, el Censo de Población pregunta, por un lado, si hablas una lengua indígena, y por otro, si te autoadscribes como indígena. Sin embargo, aunque legalmente sea así, los usos y costumbres del Estado mexicano no han cambiado y el criterio lingüístico sigue siendo el más común en la vida cotidiana institucional. Los otros rasgos del indigenómetro siguen vigentes y más fortalecidos que nunca en la sociedad mexicana, según lo que podemos concluir de la discusión que siguió al cartón de El Fisgón.

La autoadscripción, sin embargo, plantea varios problemas, uno de ellos es que, en caso de políticas afirmativas, personas que no pertenecen a un pueblo originario se adscriban como tal. Hay que hacer énfasis en esto: solo se da en caso de acciones afirmativas, nadie se autoadscribe indígena si eso implica sufrir racismo, discriminación, violencia, despojo de tierras, violación de derechos colectivos, entre otros. La categoría indígena nace de la opresión colonial y estatal, por lo que una buena parte de la población indígena, históricamente, ha tenido que negar ser indígena para tratar de evitar toda la violencia asociada a serlo.

Por contraste, vemos ahora a la oposición tratando de defender el cartelito de indígena para Xóchitl Gálvez mientras que Morena trata de quitárselo. ¿Qué opinan los pueblos hñahñu de este asunto? Poco importa al parecer. Lo que late detrás de esta rebatinga es la otra cara, también racista, del indigenómetro, que indica que ser indígena implica estar revestido de un aura de bondad y legitimidad automática que nos niega el derecho de ejercer la maldad o la corrupción como cualquier persona. Más allá de la historia personal de Xóchitl Gálvez, ese cartelito de “indígena” (que no de hñahñu) que la oposición y Morena se andan jaloneando puede ser redituable para “atraer simpatías electorales”, porque “indígena” se lee en el contexto de las elecciones como algo positivo y capitalizable. Mientras, las muy diversas naciones que habitan este territorio desde hace más de cinco siglos tienen otros datos: haber sido clasificados bajo la categoría indígena ha significado destrucción y despojo.

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