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columna
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Los lugares comunes de los ochenta

Se recuerdan aquellos años como una época frívola y hedonista, pero se hicieron un montón de cosas que transformaron España

Jóvenes en la sala madrileña Rock-Ola, en 1983.
Jóvenes en la sala madrileña Rock-Ola, en 1983.BERNARDO PÉREZ
José Andrés Rojo

Es habitual referirse a los ochenta del pasado siglo con el tópico de unos años de hedonismo y frivolidad, de desmadre, de excesos. Así que hay quienes tuercen la nariz y pasan página como si se tratara de una década perdida. No se debió hacer lo suficiente —no se sabe bien exactamente qué y para qué—, pero aquel tiempo transmite un aire de banalidad y de desparpajo que no se ajusta a la épica del compromiso y las grandes causas que tantas pasiones levanta. Los socialistas llegaron al poder en España en 1982, y eso sí que produjo cierto entusiasmo, pero hubo quienes movían el dedo índice con un mohín de desprecio —incluso desde antes— para decir “no es esto, no es esto”, un poco a la manera de Ortega cuando se quejaba de la República. Se confirmó por entonces, y ya sin vuelta de hoja, que la democracia no era heroica, que no producía desgarros ni convocaba a unos cuantos jóvenes auténticos en torno a una guitarra para cantar “Cierra la muralla” (por ejemplo). La democracia tenía que ver, más bien, con abrir las puertas a todos, y tocaba convivir incluso con quienes no nos gustaban: la batalla de las ideas y los programas se dirimía en unas urnas. No hacía falta levantar muros.

De hecho, cuando los ochenta se iban acabando se desmoronó uno de los más ignominiosos, el Muro de Berlín. Algo tuvo que ir construyéndose durante aquellos años para que hubiera al otro lado del telón de acero tanta gente que quisiera acabar de una vez con la asfixia de la falta de libertades y la incómoda sensación de que el partido, el único partido, te siguiera los pasos a todas partes y te soplara en el cogote. En Madrid, en el Ayuntamiento de Madrid y la Comunidad de Madrid —que se creó al principio de la década— también gobernaron en los ochenta los socialistas. Sí, aunque hoy parezca increíble, ocurrió. Y surgió, en circuitos un tanto marginales, la nueva ola madrileña, a la manera de la new wave británica. Puestos a elegir, casi mejor quedarse con aquella tropa que sintonizaba con The Clash, Elvis Costello o The Durruti Column que con aquellos rostros severos que maldecían contra la democracia porque no les había traído la utopía del paraíso ni el perdón de los pecados.

Una exposición en la Fundación Canal, en el programa de PHotoEspaña, recuerda aquella época. En Madrid: crónica creativa de los 80 se han reunido más de 300 objetos para reconstruir lo que sucedía durante ese tiempo en la capital de un país que iba transformándose poco a poco. Lo que transmiten esas fotografías, páginas de cómics, carteles, portadas de discos, cubiertas de libros, joyas o imágenes de televisión es algo tan simple como las ganas de hacer cosas. No hay que ir mucho más lejos, ni llenarse la boca de palabras altisonantes. La nostalgia tampoco es recomendable, hay cosas que se hicieron entonces que han envejecido mal. Es irrelevante: hubo energía de sobra, imaginación, un poco de descaro, sentido del humor. Y ocurrieron un montón de desgracias, como siempre: el sida, demasiada heroína, el terrorismo de ETA, etcétera.

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El cliché del disparate y la idea de hacer cosas. Basta fijarse en lo que se puso en marcha: el ingreso en la Comunidad Económica Europea, la ley de interrupción del embarazo, la discutida entrada en la OTAN, por poner solo algunos ejemplos. Todo eso cambió profundamente este país. Y, encima, se divertían.

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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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