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Amazonia
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Inercia ante el pulmón agujereado

En un contexto sudamericano complejo, para concertar en el crucial tema amazónico, a la región le correspondería animar a Brasil a que ejerza un liderazgo para definir estrategias comunes

Un castaño yace en un campo de soja de la selva amazónica en las afueras de Santarém, en Brasil
Un castaño yace en un campo de soja de la selva amazónica en las afueras de Santarém, en Brasil.Daniel Beltrá
Diego García-Sayan

Sus 7.8 millones de kilómetros cuadrados hacen de la Amazonia una de las zonas más grandes del planeta. Si toda Europa (sin incluir Rusia) cubre aproximadamente 4,3 millones de kilómetros cuadrados, la Amazonia casi la duplica en extensión con sus escasos 30 millones de habitantes. Pocas personas desconocen que, por su diversidad e inmensidad, desempeña un papel crucial en la producción de oxígeno y la absorción de dióxido de carbono.

Se sabe, sin embargo, que, ante la vista y paciencia de la humanidad, la Amazonia viene siendo depredada, desde hace décadas, en un proceso de destrucción de la foresta amazónica y de aniquilación de sus poblaciones nativas.

Varios puntos se ponen sobre el tapete cuando se quiere abordar este asunto en serio. Las responsabilidades son variadas y las exigencias enormes; no sólo para los países propiamente “amazónicos”, sino para el mundo entero, con retos que van más allá de los bonos de carbono que actúan como un paliativo.

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Destaca, en primer lugar, la indiscutible responsabilidad de los países amazónicos. Dentro de los ocho sudamericanos con espacio amazónico, al menos el 50% del territorio se encuentra en Brasil (3,6 millones de km2). Le siguen Perú (782,000 km2), Colombia (484,000 km2) y Bolivia (300,000 km2). Después, con áreas menos extensas, Ecuador, Venezuela, Guyana y Surinam.

Se han dado miles de discursos, hecho declaraciones y puesto ideas a circular sobre esta inmensa área compartida. Incluso se cuenta con un tratado de cooperación amazónica (1978), del que son parte todos los países amazónicos. Y con la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA), organización intergubernamental, que cuenta hasta con una secretaría permanente instalada en Brasilia desde hace 20 años.

Con ideas y planteamientos interesantes, sin embargo, la suerte de la OTCA no ha sido muy distinta a la de muchas otras entidades intergubernamentales creadas en la región latinoamericana en las últimas tres décadas: irrelevancia o, en el mejor de los casos, marginalidad. La voracidad de Bolsonaro, con cuya presidencia aumentó en 79% la depredación amazónica, redujo a la OTCA, en los hechos, a la condición de adorno silente.

Tenemos en esto un reto mayor: concertar —en serio— políticas sobre los temas más urticantes que agobian a la Amazonia. Hoy prevalece la enorme traba de la dispersión y dinámicas centrífugas. Así, si mientras el presidente de un país amazónico —Colombia— lanza propuestas interesantes para un accionar regional, pero simultáneamente excluye a otro país amazónico —Perú— pues no reconoce a la presidenta de un país que es el segundo en área amazónica, esa iniciativa nace muerta.

Dentro de un contexto sudamericano complejo y de dispersión, para concertar en el crucial tema amazónico parecería que a la región le correspondería más bien animar a Brasil a que ejerza un liderazgo en este tema en el que las exclusiones deben ceder paso a la concertación para definir estrategias comunes y, de ser posible, coordinaciones operacionales en el terreno en materia, por ejemplo, de seguridad, así como abordar, regionalmente, las variadas amenazas de fondo que tienen larga trayectoria.

Región inmensa y con escasa población y presencia de los Estados, sobre las que se vuelcan, por cierto, empresas formales ganaderas que arrasan con la foresta amazónica o que siembran la depredadora palma aceitera. Asunto que requiere control, regulación estricta y, de ser posible, reglas y políticas nacionales que busquen al menos parar esa expansión, cuando no, revertir los daños hechos.

A la vez, sin embargo, políticas claras que sí hagan viable y faciliten la inversión privada sostenible, que existe y es posible. Hay en el Perú, por ejemplo, grupos empresariales que afinan un alentador “plan estratégico de desarrollo sostenible e inclusivo” al 2050 con el objetivo explícito de cero deforestación, tala o minería ilegal.

Siendo lo anterior cierto, en realidad, las principales y más impunes amenazas actuantes en la región están por otro lado: las garras delincuenciales —muchas veces sangrientas— de la explotación ilegal de oro, siembra de coca expulsando a los nativos de sus territorios o la tala ilegal de la foresta amazónica. Es este el peligro más intenso e incontrolable que hoy recorre impunemente las zonas amazónicas de Colombia, Perú e importantes áreas de Brasil.

Y es aquí en donde, lamentablemente, las necesidades están muy lejos de las capacidades de los Estados amazónicos. Las respuestas urgentes podrían encontrarse en dos planos fundamentales.

Primero, poner en marcha una coordinación e interacción entre los países amazónicos con agendas y objetivos más concretos en cuanto a intercambio de información y experiencias y diseño de políticas y prácticas comunes. Que si hoy existen, están más en el papel que en la dinámica real de las instituciones. El liderazgo de Brasil sería, en este asunto, la clave que podría impulsar una dinámica distinta.

Segundo, la responsabilidad del mundo entero. Eso porque se sabe que la destrucción en marcha de la Amazonia repercute sobre toda la humanidad. Con la Unión Europea se han dado pasos y se debería reforzar esa interacción que en el pasado ha impulsado medidas como el Fondo Europeo de Desarrollo Sostenible (EFSD) o acuerdos comerciales con cláusulas ambientales. Pero es insuficiente. Por ello, muy bien podría ser un asunto medular a tratar, de cara al futuro, en la próxima Cumbre UE-CELAC que tendrá lugar en Bruselas a mediados de julio.

Más allá de la UE, la dinamización de los bonos de carbono, mecanismo de mercado que busca reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, puede contribuir. Con ello se puede incentivar la reducción de emisiones y, en efecto, generar recursos económicos para financiar proyectos de mitigación y adaptación al cambio climático en reforestación, conservación o manejo forestal.

Pero la verdad de los hechos es que en buena parte de la Amazonia no hay Estado ni condiciones para llevar a cabo proyectos ambiciosos ni generar impacto decisivo a partir de los bonos de carbono. No son muy precisos, por ejemplo, los resultados en reforestación en proyectos como los de Cerrado o la Mata Atlántica en Brasil, zonas de brutal deforestación previa. Hay preocupantes estudios que concluyen, por ejemplo, que de los más de 4,5 millones de hectáreas de bosques regenerados en Mata Atlántica, sólo 3,1 millones de hectáreas persistieron.

Es hora de poner el énfasis en una estrategia ambiciosa de prevención, información y de seguridad en el terreno para la población local, una de las mayores exigencias del momento. Y, por cierto, mayores y mejores controles para que, por ejemplo, madera proveniente de la tala ilegal u oro extraído ilegalmente por el mundo no pueda circular impunemente. Esto va más allá de la UE y es un enorme reto común que se le plantea a los países amazónicos y al mundo.

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