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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El PP y las conexiones brujas

Feijóo y Ayuso no se desmarcan de la vieja táctica de Aznar: ante las crisis, negar los hechos y demonizar al contrario

Mariano Rajoy, Alberto Núñez Feijóo y José María Aznar, en Valencia, el pasado 5 de febrero.
Mariano Rajoy, Alberto Núñez Feijóo y José María Aznar, en Valencia, el pasado 5 de febrero.Jorge Gil (Europa Press)

Hace ya algunos años, nada más aterrizar en Ciudad de Panamá, compré un periódico que informaba a todo trapo en su portada: las conexiones brujas provocaron el incendio en el que murió Estefani Vanegas, una niña de ocho años que vivía en el barrio de Tierra Prometida. Intrigado, fui a las páginas interiores y allí se decía que las conexiones brujas se habían convertido en un problema nacional, que también ellas estaban detrás de la explosión de un autobús con 26 viajeros y del chispazo que lanzó por los aires la lavandería de un chino. No había comillas ni más pistas, tampoco en el resto de los diarios, así que, recién llegado al país y con un vuelo transoceánico a las espaldas, tardé un buen rato en percatarme de que las “conexiones brujas” no eran ni más ni menos que las telarañas de cables conectados de forma ilícita para conseguir electricidad. La madre de la niña declaró: “Mi hija se encontró en el suelo una moneda de cinco centavos y al ir a recogerla una tremenda descarga la volteó”.

Me he acordado hoy de aquella expresión al comprobar que el nuevo Partido Popular que trata de conformar Núñez Feijóo —hasta ahora sólo con caras amables que se las ven y se las desean para enmendar las declaraciones del jefe— incurre en las mismas pautas de comportamiento que patentó José María Aznar y que heredaron, obedientes, quienes le sucedieron al frente del partido. No hay más que hacer un poco de memoria, no mucha, para percatarse de que la estrategia puesta en práctica por el PP tras el naufragio del Prestige, el accidente del Yak 42 o los atentados del 11-M —por citar solo los casos más graves y flagrantes— es la misma que sigue poniendo en práctica ahora, por ejemplo, con la crisis de la sanidad pública en Madrid.

Aquel manual de comportamiento consistía en la negación de la realidad y la persecución o descrédito del discrepante. Ahora son los sanitarios –solo unos cuantos, según Díaz Ayuso, aunque capaces de movilizar a cientos de miles de madrileños——, pero cuando la tragedia del Prestige fueron los gallegos, que veían playas llenas de chapapote donde Trillo y Rajoy solo veían esplendor; en el Yak 42, los familiares de los 62 militares muertos en aquel avión ruinoso que regresaban de Kabul; y en el 11-M, una extraña conspiración –una conexión bruja—entre policías y dirigentes del PSOE para intentar demostrar que fue ETA la que cometió el atentado y no un célula yihadista. Un delirio, por cierto, que desmontó la sentencia, pero que el PP y algunos medios afines alimentaron durante años y del que aún no se han disculpado.

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Basta darse una vuelta por Twitter para comprobar que el método es calcado. No sé si lo habrán escuchado, pero hace un par de días, José Manuel Miranda, responsable de la Agencia Madrileña de Atención Social (AMA), tuvo que comparecer para explicar las frecuentes quejas sobre la alimentación que reciben los mayores en los centros públicos. El alto cargo de Isabel Díaz Ayuso se defendió diciendo que las quejas no son tantas, y que sí, que es verdad que un anciano enfermo de párkinson había perdido 10 o 14 kilos tras ingresar en una residencia, pero que era “porque tenía sobrepeso y ahora está en su peso ideal”. Con igual desahogo –o sea, descaro— se desenvuelve Isabel Díaz Ayuso y sus consejeros. La sanidad no falla, solo es un invento de la izquierda. De nuevo las conexiones brujas, esa forma tan del PP de atribuir a una maldición mágica un suceso al que no se pone remedio y donde los culpables siempre son otros. Los médicos, por ejemplo.

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