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Brasil
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Hasta dónde llegarán los huérfanos de Bolsonaro?

De la diplomacia y la firmeza del Gobierno de Lula dependerá que los intentos poco pacíficos de los últimos coletazos del bolsonarismo radical se diluyan o se robustezcan con la anuencia de una parte de las Fuerzas Armadas

Un hombre con una bandera brasileña se manifiesta contra Lula en Planalto este domingo durante la toma a varias instituciones por parte de seguidores de Bolsonaro.
Un hombre con una bandera brasileña se manifiesta contra Lula en Planalto este domingo durante la toma a varias instituciones por parte de seguidores de Bolsonaro.ADRIANO MACHADO (REUTERS)
Juan Arias

Cuando todo parecía una luna de miel para el nuevo presidente Luiz Inácio Lula da Silva, vencedor de las elecciones, y cuando las fuerzas democráticas del país celebraban las novedades de su Gobierno, de repente la serpiente bolsonarista más radical ha levantado su cabeza y ha osado contra todas las prohibiciones y amenazas intentar invadir el Congreso Nacional al estilo Trump.

Lo que más extraña es que todo parecía en paz y que políticos hasta ayer partidarios de Bolsonaro, tras su decisión nada gloriosa de abandonar el país, se estaban acercando sin rebozos a Lula y a su nuevo Gobierno. Su victoria aparecía completa y los líderes de su Gabinete consideraban las escaramuzas de Brasilia de fanáticos bolsonaristas que se negaban a abandonar la capital como residuos inocuos que acabarían cansándose de sus protestas y desistiendo de sus ínfulas golpistas.

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Lo ocurrido este domingo en Brasilia, contra todas las previsiones y desafiando las amenazas del nuevo Gobierno, ha acabado sin embargo alarmando, ya que se desconoce aún quiénes están detrás de esos miles de bolsonaristas llegados a la capital en un centenar de autobuses, sobre todo del sur rico del país, costeados al parecer por empresarios aún fieles a Bolsonaro provenientes del grupo conservador y fascista del agronegocio.

Es posible que el nuevo Gobierno y las buenas relaciones de Lula con los militares acaben disipando los temores y los intentos de los manifestantes que pretenden que los militares den un golpe para derribar al nuevo Gobierno progresista. Es la hipótesis de los más optimistas que ven en las manifestaciones el último coletazo de los descontentos que acabará en aguas de borraja.

Existe sin embargo latente, ya desde antes de la victoria de Lula, una sutil y peligrosa teoría acerca de las lindes entre protestas callejeras y libertad de expresión. Es el argumento al que se abrazan los militares más simpatizantes con los bolsonaristas que alegan que el derecho a las manifestaciones, mientras no sean violentas, está garantizado por la Constitución. Y ahí reside en este momento el difícil equilibrio entre protesta democrática e intentos para derribar al nuevo Gobierno sancionado democráticamente en las urnas.

De ahí la importancia de cómo podrán acabar los intentos de invadir el Congreso, aunque hoy vacío, y de seguir con actos de violencia física y de petición a las fuerzas militares para que decreten la ilegalidad de las elecciones y actúen contra el nuevo Gobierno. Un Gobierno al que no le prestan autoridad, pues siguen con la letanía de que las elecciones no fueron limpias y le robaron la victoria a Bolsonaro, nada más parecido a lo que ya vimos en los Estados Unidos con la derrota de Donald Trump.

Todo ello indica que Bolsonaro sigue activo desde su exilio voluntario en Estados Unidos y desde aquí, en Brasil, a través de sus seguidores más fieles, sobre todo del mundo de los empresarios que han visto con malos ojos la vuelta de Lula, al que siguen considerando como “comunista”.

A la hora de despachar este análisis, toda la atención está puesta en lo que pueden pensar y decidir los militares más cercanos a Bolsonaro. De no haber sorpresas, la esperanza del nuevo Gobierno, dispuesto a usar la fuerza contra los golpistas, es que actúen con pies de plomo para que, sin tener que enfrentar a los manifestantes con la fuerza de las armas, consigan convencerles de volver a sus casas.

Todo ello para evitar un enfrentamiento violento con las fuerzas policiales que podría empañar el clima de diálogo y de paz política y social creados por la esperanza que está abriendo la llegada de un nuevo Gobierno del que forman parte, por primera vez, representantes de todos los estamentos del país, incluso los hasta ahora siempre dejados en la cuneta. Entre los 37 ministros del nuevo Gobierno de Lula figuran en efecto representantes de las categorías más bajas de la sociedad que nunca habían sido parte de un Gobierno nacional en el pasado.

Del resultado de la diplomacia y de la firmeza del Gobierno de Lula va a depender el que los intentos poco pacíficos de los últimos coletazos del bolsonarismo radical, que ya empiezan a extenderse de Brasilia a São Paulo y que podrían multiplicarse en los próximos días, acaben diluyéndose sin mayores consecuencias o puedan robustecerse con la anuencia de la parte de las Fuerzas Armadas que siguen, aunque en la sombras, apoyando el apetito golpista del bolsonarismo. Un bolsonarismo que no debe confundirse con la derecha que, aunque con disgusto, ha aceptado democráticamente el resultado de las urnas.

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