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Columna
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Autocracia en crisis

Las dificultades que atraviesan los dictadores de Rusia, Irán y China son un respiro para las democracias liberales, a sumar al reflujo del trumpismo en Estados Unidos y a la derrota de Jair Bolsonaro en Brasil

Protestas en Teherán por la muerte de Mahsa Amini mientras estaba detenida por la policía de la moral por llevar mal colocado el velo, el pasado 1 de octubre.
Protestas en Teherán por la muerte de Mahsa Amini mientras estaba detenida por la policía de la moral por llevar mal colocado el velo, el pasado 1 de octubre.AP
Lluís Bassets

Ahora es la autocracia la que cotiza a la baja. Tres de sus más conspicuos y veteranos representantes, el ruso Vladímir Putin, el iraní Ali Jamenei y el chino Xi Jinping pasan por el peor momento de sus ya prolongadas permanencias en el poder. El líder supremo de la revolución islámica tiene 83 años y lleva ya 33 al mando. El presidente de la Federación Rusa, de 70, lleva 22. El secretario general del Partido Comunista de China, de 69, solo lleva diez, pero en el último congreso de su partido ya dejó todo atado y bien atado, al igual que sus predecesores, para permanecer en la cúspide mientras el cuerpo aguante. Las dificultades que atraviesan esos tres dictadores son un respiro para las democracias liberales, a sumar al reflujo del trumpismo en Estados Unidos y a la derrota de Jair Bolsonaro en Brasil. El bache autocrático no se debe solo a los errores de los dictadores, flagrantes en el caso de Putin con su guerra de agresión y de Xi Jinping con su política de covid cero. La teocracia no puede equivocarse. Es la más perfecta de las autocracias. El error de Jamenei, que contiene todos los errores de sus compañeros de fatigas, es la autocracia misma. Cada uno trata a su manera, a cual más brutal, a los manifestantes que salen a las calles contra la guerra, los confinamientos y el velo islámico y que en todos los casos terminan clamando por su derrocamiento e incluso su desaparición. Para desenmascararles, basta el símbolo de una bandera azul y amarilla, un folio en blanco o una cabeza femenina descubierta. Donde más se sufre su tiranía es en Irán, sobre todo los jóvenes y las mujeres. En el mejor de los casos les espera la cárcel y la tortura, si antes no son abatidos por la policía en los tumultos, e incluso condenados a la horca, como ya ha sucedido al menos en seis casos. El balance represivo de los dos meses y medio de protestas, a veces ante el mero gesto de desembarazarse del velo, es de unas 14.000 personas encarceladas y 400 fallecidas, de los cuales medio centenar son menores de edad. No se queda corta Rusia, donde legalmente no hay pena de muerte, pues supera a Irán en detenidos y encarcelados tras una farsa de juicio desde que empezó la guerra. Contando el reclutamiento forzoso en las cárceles y directamente en las comisarías, fácilmente el número de activistas contra la guerra que han perdido la vida en el frente en Ucrania puede superar al de los muertos en la represión iraní. China es un caso aparte. Xi Jinping está fracasando en su exhibición de la superioridad del sistema autoritario en la gestión económica y sanitaria. En contraste con Putin y Jamenei, pretende salvar la cara con una represión eficaz y discreta, auxiliado por el uso abrumador e invasivo de las tecnologías digitales, pero no está claro que lo consiga ni termine con la fuerza de las ideas de libertad y democracia entre la población china sin escandalizar al mundo. De la efectividad y limpieza de su represión dependerá que la autocracia mantenga sus pretensiones de superioridad sobre la democracia en crisis.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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