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Columna
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Cuando suba el nivel del mar

Hoy la bandera verde la enarbola con más fuerza la izquierda, mientras la derecha la critica como una preocupación secundaria que distrae de la economía

Sequía España
Emabalse de la Viñuela, en Málaga, en febrero.Jorge Zapata (EFE)
Pablo Simón

Cada vez que golpea una tragedia se abren las costuras de la desigualdad. En el caso del cambio climático, este fenómeno tan del Antropoceno, no es diferente. Nuestra vulnerabilidad relativa determinará el reparto de los daños ante el mundo que se viene. Después de todo, quien vive en lo alto de una torre no se ahoga cuando se produce una riada.

Ya desde los años noventa se piensa en el fenómeno del cambio climático como algo integrado con la globalización. Por ejemplo, se sabe que África, un continente más pobre, tiene menos margen para adaptarse a la aridificación de su ecosistema y los desastres naturales. Ya tenemos voces que abogan por incorporar la noción de refugiado climático al derecho internacional, debate que no hará más que amplificarse. Algo parecido ocurre entre sectores económicos sabiendo que los pequeños propietarios agrícolas y el campesinado son los colectivos más expuestos a la destrucción de su modo de vida.

Por tanto, este debate es global, no solo nacional. Respecto a nuestro país, la preocupación por el cambio climático es relativamente transversal. Es más, según el Eurobarómetro, se trata de uno de los principales desafíos de futuro identificados por los españoles. Sin embargo, es inevitable que a medida la transición ecológica esté más en la agenda y se vaya politizando la división partidista también crezca

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Por tradición, pero también por vocación, hoy la bandera verde la enarbola con más fuerza la izquierda, de ahí que la derecha prefiera hablar de otros temas. Es más, esta última critica que el tema climático es una preocupación secundaria, algo empleado para desviar la atención del tema realmente importante, la economía. Más allá de que no sea una crítica de fondo, hoy el consenso académico acredita que no hay tal dilema: no se ve que la preocupación medioambiental de la opinión pública se reduzca en situaciones de adversidad económica.

Sin embargo, hay un proceso más sutil por el que se busca erosionar el apoyo a las políticas climáticas: la caricatura. La idea del pijo progre urbanita que quiere obligar a los demás a cambiar sus hábitos de vida sin hacer lo propio. Que si la carne, que si el avión… Un discurso pedestre, pero eficaz. Un cliché que apunta a que todo esto del cambio climático es el plan de unas élites globalistas privilegiadas (si añade woke puntúa doble) para impulsar su agenda, buscando de este modo movilizar el voto protesta.

Todo hace pensar que este debate seguirá yendo a más y que se solapará con otras brechas, por lo que esta fase es crucial. Estos son los momentos en los que se asientan los imaginarios sobre el tema y el que se imponga determinará los apoyos y los costes de las políticas climáticas. Determinará, en suma, cuántos botes salvavidas tenemos en clase turista cuando, inevitablemente, suba el nivel del mar.

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Sobre la firma

Pablo Simón
(Arnedo, 1985) es profesor de ciencias políticas de la Universidad Carlos III de Madrid. Doctor por la Universitat Pompeu Fabra, ha sido investigador postdoctoral en la Universidad Libre de Bruselas. Está especializado en sistemas de partidos, sistemas electorales, descentralización y participación política de los jóvenes.

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