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columna
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Emprendedor de ‘fake news’

Personajes como el excomisario Villarejo fracasan en sus planes pero constituyen un peligro para la democracia que es quien pierde en su juego

Víctor Lapuente
Juicio Villarejo
El comisario jubilado José Manuel Villarejo.Carlos Luján (Europa Press)

Las cosas no van bien en tu empresa. Los productos de la competencia se venden más y habéis perdido cuota de mercado. ¿Te reunirías con un comisario de policía que te promete urdir una trama de desprestigio de una empresa competidora, a partir de falsedades y que, además, utiliza recursos del Estado, con lo que puedes acabar en la cárcel acusado de múltiples delitos? ¿Cuán desesperado deberías estar? Hasta me cuesta imaginar a Tom Cruise haciéndolo por la Iglesia de la Cienciología y es que tal comportamiento solo parece tener sentido dentro de una secta. Pero en España, juzgando por los audios de Villarejo, parece que mucha gente en posición de poder se encuentra en tal grado de desazón. Con lo que, o bien algunos partidos políticos funcionan como sectas (no es descartable, pero si algo caracteriza al Partido Popular no es la adherencia fervorosa a unos principios políticos, sino más bien su pragmatismo) o bien la vida dentro los mismos se asemeja a la ley de la selva. Un mundo hobbesiano en el que el político es un lobo para el político, y, si no devoras, serás devorado.

Los audios publicados por EL PAÍS tienen el valor de transmitir la realidad con la fuerza de la ficción: un relato en primera persona, de viva voz, de uno de los negocios más oscuros que existe, o ha existido en nuestro país. No sé qué es más sorprendente, si la demanda de los servicios de Villarejo —indicativa de que, en algunas altas esferas de la política y de las empresas, se sobreentiende que hay que jugar sucio— o la oferta. ¿Cómo es posible que, en pleno siglo XXI, en una democracia plena (a menos a juzgar por las evaluaciones internacionales) algunos de los mejores hombres de los cuerpos de seguridad sobrevivan como policías de fortuna, y que, si usted tiene un problema, y si logra dar con ellos, quizás pueda contratarlos? Además, ni en la serie del Equipo A ni en la de Villarejo parecía muy difícil contactar con ellos. La diferencia es que, mientras al coronel Hannibal Smith los planes siempre le salían bien, al comisario Villarejo por lo general le salían bastante mal. A quien quería desprestigiar acabó de vicepresidente del Gobierno y a quienes pretendía ayudar se hundieron políticamente. Sin embargo, sus pésimos resultados no restan un ápice de gravedad a lo sucedido.

La mayoría de emprendedores de fake news, como Villarejo, fracasan, pero constituyen un peligro para la democracia. El excomisario pone un precio alto (“todo eso vale pasta, ¡claro que vale pasta!” le dice a Cospedal) por un producto de rentabilidad política dudosa. Confiar en que las maquinaciones de Villarejo den más réditos electorales que los trucos de Iván Redondo o Miguel Ángel Rodríguez es una apuesta muy arriesgada, y propia no de ganadores sino de quienes se sienten derrotados. Pero quien pierde no es quien invierte en ese juego, sino todo el sistema democrático español, cuya legitimidad queda irremediablemente tocada.

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