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Columna
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El Gran Retroceso

La nueva estrategia de la OTAN no es una imposición del imperialismo yanqui, como quiere creer la paleoizquierda, sino que solo es una reacción provocada por la previa agresión del tirano ruso

Cumbre de la OTAN Madrid
Manifestantes marchan contra la OTAN por el centro de Madrid.Andrea Comas
Enrique Gil Calvo

La celebración de la Cumbre de la OTAN ha sido un éxito paradójico, pues su sentido último ha sido inaugurar el Gran Retroceso. Con esta paráfrasis de la Gran Recesión me refiero a que su nuevo Concepto Estratégico nos retrotrae a la época hobbesiana en que la guerra entre las naciones era el motor de la historia. La posmoderna paz perpetua de Kant ha quedado en suspenso y retornamos a la modernidad belicosa a sangre y hierro de Bismarck, como constató Scholz con su Zeitenwende. Lo que implica el fin (¿momentáneo?) del proceso de civilización (o desmilitarización) de Norbert Elias y del proceso de conversión civil del Estado teorizado por Tilly, que redujo al mínimo el gasto militar. Los europeos hemos dejado de ser de Venus (“haz el amor y no la guerra”) para volver a ser de Marte, como demuestra que nos comprometamos a subir dicho gasto militar al 2%. Una cifra curiosamente análoga a la tasa de fecundidad que garantiza la reproducción poblacional, que cayó por debajo tras el final del proceso de transición demográfica (España está a la cola en ambas cifras con tasas del 1,1%). Y ahora, hasta la feminista y socialista Suecia vuelve a superar ese 2% de fecundidad y gasto militar, optando por ingresar en la OTAN.

Pero este Gran Retroceso no es una imposición del imperialismo yanqui, como quiere creer la paleoizquierda, sino que solo es una reacción provocada por la previa agresión del tirano ruso. El único culpable del Gran Retroceso es el despotismo oriental teorizado por Marx, que lo consideraba la gran fuerza regresiva de la historia. Por eso, para escapar de la policía prusiana no huyó a Moscú ni Pekín, sino que se refugió en Londres escribiendo sus crónicas en The New York Times, por considerar a esos dos países los líderes del progreso histórico. Pues Marx no podía sospechar que un día EE UU caería bajo el despotismo trumpista que hoy anida en el Tribunal Supremo, pero que puede retornar al poder en 2024, y entonces Europa quedará inerme y aislada.

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Por eso hay que reaccionar. Hay que contener al despotismo oriental para no caer bajo su férula, como exige el principio de reciprocidad teorizado por Axelrod con su axioma del toma y daca o tit for tat (que resuelve en teoría de juegos el dilema del prisionero), demostrando que si no se responde a un agresor con su misma moneda volverá a atacar. Por eso hay que rearmarse y gastar el 2% para contribuir a la defensa común sin hacer de gorrón dejando que nos defienda el primo americano (como demuestra el dilema del polizón o free rider, también central en teoría de juegos). Pero eso no quieren saberlo en UP, cuya ceguera histórica les impide ver más allá de su estéril sectarismo. Sólo el ministro Subirats, el único politólogo lúcido que queda en ese campo, ha sido capaz de reconocer la realidad, aceptando la subida del gasto militar para contener al despotismo oriental. Y quizá lo sepa ver Yolanda Díaz, aunque hasta ahora no se haya pronunciado. El resto de la izquierda paleolítica opta por rendirse ante el despotismo oriental, atrapada como está en su trauma originario del referéndum de la OTAN.

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