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columna
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Marruecos no es país para negros (y España tampoco)

Hay guerras sin bombas cuyo estruendo preferimos ignorar y regímenes cuyas prácticas despóticas toleramos y financiamos

Valla fronteriza de Melilla
Grupos de inmigrantes, el viernes durante el salto a la valla fronteriza de Melilla.Javier Bernardo (AP)
Najat El Hachmi

Puede que las fronteras que ustedes transitan libremente y sin demasiadas complicaciones porque tuvieron la suerte de nacer en este lado del espacio Schengen no sean más que las cicatrices de la historia, pero para la mayoría de los que están fuera de él y han quedado desahuciados de los privilegios de la globalización (sus verdaderos perdedores, en realidad, son los que nacieron demasiado al sur), las fronteras son fosos, son tumbas, son cuchillas afiladas que se interponen en viajes de huida de la miseria, la guerra y la desesperación más absoluta. No hace falta efecto llamada alguno, como alertan racistas de ayer y hoy. Si echan un vistazo al mundo y a sus aberrantes desigualdades, se darán cuenta de que las fronteras de hoy, lejos del esplendor limpio y ordenado de Occidente, constituyen auténticas heridas abiertas que supuran la deshumanización de todo aquel que ha sido empobrecido precisamente por el mismo orden mundial que invierte ingentes cantidades de dinero en blindar sus límites.

Un mundo escandalosamente desigual es un mundo extremadamente violento y el vídeo que ha difundido la Asociación Marroquí de Derechos Humanos sobre el intento de entrada a Europa de centenares de migrantes lo demuestra una vez más. Centenares de personas amontonadas, tratadas como ganado, sin compasión alguna por su condición de heridos. Las hemos normalizado hasta el punto de que, incluso con la dureza de este episodio, no saldremos a manifestarnos en contra de la salvaje actuación de la Gendarmería marroquí ni del hecho de que el país vecino (ahora nuestro querido hermano), no duda en utilizar todos los medios necesarios para contener la llamada inmigración ilegal. El régimen alauí (una dictadura con todas las letras a pesar de los bonitos anuncios de su Ministerio de Turismo) se siente legitimado para actuar violando todos los derechos humanos cuando se le ha encomendado la misión de guardián de las puertas de entrada a Europa. Somos nosotros, los ciudadanos de la Unión, quienes en realidad pagamos impuestos para que nuestros representantes financien esta vergonzosa tarea. Las garantías en los procesos de detención y el respeto mínimo por parte de las autoridades encargadas de imponer la ley parece que son privilegios que solo merecemos quienes vivimos a este lado del Estrecho.

Hace tiempo que la AMDH viene denunciando lo que está pasando con los inmigrantes subsaharianos en Marruecos. La última vez que estuve en Nador hablé con uno de sus activistas y resumió así la situación que viven: no pueden andar por las calles de la ciudad, su color de piel los delata. Por eso se esconden en los alrededores, en precarias tiendas de plástico en medio del bosque. Hasta allí los vecinos de las poblaciones cercanas, que de ricos no tienen nada, les daban algo de comida y hace un tiempo, antes de que fuera expulsado de Marruecos, el padre Esteban llevaba a las embarazadas al hospital cuando se ponían de parto. Embarazadas condenadas a vivir en el bosque, vaya país musulmán el de mis abuelos, vaya Príncipe de los Creyentes que, mientras acumula una riqueza extraída del pueblo al más puro estilo feudal, no tiene reparos en hacer que la mano dura del mahzen recaiga sobre los más vulnerables. Desde luego, no es el islam del que me hablaba mi abuela, que a poco que hubiera podido, les hubiera subido algunas patatas a los subsaharianos que sobreviven escondiéndose de las autoridades. Díganme si en estas condiciones no se echarían ustedes en “avalancha”, en asaltos “masivos”. Hay guerras sin bombas cuyo estruendo preferimos ignorar y regímenes cuyas prácticas despóticas toleramos y financiamos porque nos viene muy bien delegar nuestro propio racismo en el primo de Zumosol del Sur. Y por si fuera poco, desde la izquierda.

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