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Columna
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Cae una leyenda, Pakistán se estremece

Existe la creencia generalizada de que Imran Khan ha caído en desgracia con los generales al interferir en sus históricas esferas de interés: seguridad y política exterior

El ex primer ministro de Pakistán, Imran Khan, habla durante una rueda de prensa en Islamabad (Pakistán), este sábado.
El ex primer ministro de Pakistán, Imran Khan, habla durante una rueda de prensa en Islamabad (Pakistán), este sábado.Rahmat Gul (AP)
Eva Borreguero

Imran Khan, enfant terrible de la política paquistaní, célebre capitán del equipo nacional de cricket devenido en primer ministro, ha sido destituido en una moción de censura contestada desde la calle por sus votantes. En tres años y medio de mandato, Imran Khan pasó de líder carismático-popular a voluble dirigente populista, de crítico con los generales a contribuidor del establishment castrense, de moderado creyente cosmopolita a personaje incómodo por su deriva islamista y antioccidental. Coqueteó con el islam radical cuando arremetió contra Macron después del asesinato de un profesor de secundaria en Francia, al celebrar la victoria de los talibanes en Afganistán, o cuando apostó por la utopía de un “Estado de Medina”, Riyasat-i-Madina, conforme a la doctrina de la hisbah, “ordenar el bien y prohibir el mal”. Sugirió que el aumento de violaciones obedece a que las mujeres no se cubren lo suficiente, “los hombres no son robots. Es de sentido común”, apostilló. Tampoco cumplió la promesa de acabar con la corrupción en 90 días.

Existe la creencia generalizada de que Khan ha caído en desgracia con los generales al interferir en sus históricas esferas de interés: seguridad y política exterior. Entregado incondicionalmente a China, el ex primer ministro propició un distanciamiento de Biden, al que acusa de conspirar contra él por negarse a criticar la invasión de Ucrania: “¿Por qué íbamos a condenar a Rusia?”, se preguntaba en un discurso televisado. Semanas después sería respondido por el jefe del Estado Mayor de Defensa, Javed Bajwa: “la agresión rusa a un país más pequeño es un acto inaceptable… y con Estados Unidos compartimos una larga historia de excelentes relaciones”. Como dicta la praxis, en Pakistán la buena sintonía con el Ejército es condición sine qua non para la gobernabilidad. Este será uno de los retos del nuevo primer ministro, el conservador Shehbaz Sharif de la Liga Musulmana Pakistaní Nawaz (PMLN), que junto con la familia Bhutto controlan el duopolio de las dinastías políticas: cambiar para que todo siga igual. El otro, más urgente y prioritario, la estabilización de la economía, donde el juego de equilibrios exteriores marcará la agenda. Con una deuda e inflación agravadas por el impacto de la guerra de Ucrania, Shehbaz tendrá que acudir, de nuevo, al Fondo Monetario Internacional. Y a sus principales aliados: China, aun a riesgo de incrementar su ya elevada dependencia de la potencia asiática, y Arabia Saudita.

Y mientras, en el vecino Afganistán supuran las heridas de una guerra inacabada, las del sectarismo y etnicismo que enfrenta a sunníes con chiíes, pastunes con hazaras. Las del faccionalismo de talibanes y militantes del Estado Islámico (ISIS-K) en una escalada de atentados contra mezquitas, escuelas, incluso en Uzbekistán, que está llevando a Afganistán y Pakistán al borde de la guerra. Tiempos difíciles para el nuevo gobierno que depende de una compleja e improbable coalición. @evabor3

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Sobre la firma

Eva Borreguero
Es profesora de Ciencia Política en la UCM, especializada en Asia Meridional. Ha sido Fulbright Scholar en la Universidad de Georgetown y Directora de Programas Educativos en Casa Asia (2007-2011). Autora de 'Hindú. Nacionalismo religioso y política en la India contemporánea'. Colabora y escribe artículos de opinión en EL PAÍS.

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