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Columna
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Carta de Pedro a los hispanos

Es hora de reconocer que todos hemos contribuido a la crispación. Queremos acabar con este ambiente tóxico y polarizado, pero todos hemos echado nuestro granito de veneno

Varias personas siguen la comparecencia de Pedro Sánchez desde un bar en Madrid.
Varias personas siguen la comparecencia de Pedro Sánchez desde un bar en Madrid.Álvaro García
Víctor Lapuente

Si no tengo amor (a mi mujer y a todo el país), de nada me sirve hablar todos los idiomas del mundo (como el inglés), y hasta el idioma de los ángeles. Si no tengo amor, soy un metal que resuena, o címbalo que retiñe (como mínimo, para la media España que no me vota). Si no tengo amor, de nada me sirve darles a los pobres todo lo que tengo (con políticas sociales sensatas, como el ingreso mínimo vital, que defienden muchos observadores imparciales). De nada me sirve dedicarme en cuerpo y alma a ayudar a los demás (que es mi meta legítima; y no la ambición de poder, como corean en la oposición. Ellos también necesitan releer la Primera epístola a los corintios, que copia esta carta).

El amor es paciente y bondadoso (no puedo acusar a toda la derecha de activar la máquina del fango, cuando está llena de gente bienintencionada, como el PSOE o Sumar, que desean lo mismo que nosotros: mejorar su país). El amor no es envidioso ni jactancioso; no es rencoroso, recordando lo malo que otros le han hecho (como el acoso que, desde hace 10 años, sufre mi familia; pero no olvido que, también hace 10 años, le dije cosas a Rajoy que no debía y en mi partido hemos cuestionado una inexistente ayuda de la Xunta a la esposa de Feijóo).

Es hora de reconocer que todos hemos contribuido a la crispación. La derecha y la izquierda. Todos queremos acabar con este ambiente tóxico y polarizado, pero todos hemos echado nuestro granito de veneno. Estos cinco días han sido una prueba.

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En lugar de reflexionar sobre nuestra responsabilidad, hemos blindado dos narrativas maniqueas. Desde el primer día de mi mandato, los guionistas de la derecha han elaborado un personaje maquiavélico de mí: un cínico narcisista, que, desprovisto de humanidad y escrúpulos democráticos, nos está conduciendo por la senda autoritaria, colonizando las instituciones públicas y vendiendo España a los independentistas. No es verdad. Como tampoco lo es la caricatura que nosotros hemos pintado de la derecha: un complejo mediático-judicial que, desde las cloacas del Estado a los vertederos de internet, busca despojarnos del Gobierno. El diagnóstico de ambos relatos es que la democracia española corre peligro, porque, para unos, vamos camino a una república bolivariana, y, para otros, a un neofascismo trumpista.

Aun así, tened fe. Un día aceptaremos nuestra parte de culpa y daremos la mano al prójimo político. Las profecías se acabarán y las lenguas dejarán de hablarse. Pero el amor jamás dejará de existir. Lo dijo Pablo y os lo repite Pedro.

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