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Los reservistas, el “arma secreta” y más vulnerable de Israel

Israel ha llamado a filas para la guerra de Gaza a unos 360.000 soldados en la reserva con edades entre 21 y 49 años. Solo el lunes murieron 21 en Gaza; su pérdida es la más llorada, porque suelen tener padres, hijos y pareja

Soldados israelíes transportan el ataúd de Elkana Vizel, uno de los reservistas muertos en lunes en Gaza, durante su entierro en el cementerio militar del Monte Herzl, en Jerusalén, este martes.
Soldados israelíes transportan el ataúd de Elkana Vizel, uno de los reservistas muertos en lunes en Gaza, durante su entierro en el cementerio militar del Monte Herzl, en Jerusalén, este martes.Ohad Zwigenberg (AP)
Antonio Pita

Los llantos rompen el silencio en la sección militar del cementerio de Herzliya, al norte de Tel Aviv. Cientos de personas ―muchas en uniforme, otras envueltas en la bandera nacional― dan este miércoles el último adiós a Mark Kononovich, uno de los 21 reservistas israelíes muertos el lunes en Gaza, principalmente cuando una granada lanzada por un miliciano palestino impactó en uno de los edificios que minaban para derruir y estos se vinieron abajo. Fue la jornada más letal ―con 24 muertes, en total― en los cerca de cuatro meses de guerra, así que el dolor por la pérdida de un ser querido o compañero de armas se entremezcla en el entierro con los llamamientos a la victoria para elevar el ánimo.

Yehuda Bach, el comandante de la brigada 261, en la que servía Kononovich, toma la palabra: “El 7 de octubre [día del ataque de Hamás que dejó unos 1.200 muertos y más de 200 secuestrados], el enemigo nos sintió débiles, pero no sabía que tenemos un arma secreta: los reservistas. Miles de personas que dejaron sus hogares por responsabilidad con el Estado de Israel y su futuro”.

Ese “arma secreta” supone hoy el grueso de los hombres y mujeres desplegados por Israel, en particular vigilando las fronteras con Líbano y Siria, donde se registran escaramuzas diarias. No se trata de los 170.000 militares en activo, sino de otros 465.000 hombres y mujeres de entre 21 a 49 años que hicieron el servicio militar obligatorio y pueden ser convocados de la noche a la mañana en caso de guerra o catástrofe natural. Israel ha llamado esta vez a filas a unos 360.000, en la mayor movilización en medio siglo, desde la Guerra del Yom Kipur (1973). Precisamente, el retraso de la entonces primera ministra, Golda Meir, en movilizar masivamente reservistas, pese a las informaciones de los servicios de inteligencia sobre la inminencia de un ataque de Siria y Egipto, casi le costó la derrota.

En medio del shock por otro ataque sorpresa, el 7 de octubre, la jornada más letal para Israel en sus 75 años de historia, algunos reservistas se enfundaron directamente el uniforme y se presentaron en el cuartel. Otros (al menos 550.000 adultos israelíes viven en el extranjero) volvieron a toda prisa. Las tres principales aerolíneas nacionales incrementaron los vuelos, los consulados (o personas privadas, en los mostradores del aeropuerto en Estados Unidos) pagaron los billetes y el ejército mandó aviones de transporte a algunas ciudades europeas.

Tres semanas antes de aquel día, Kononovich, de 35 años, había sido padre por cuarta vez, pero también insistió en unirse. Tenía rango de sargento mayor. Cuando se quitaba los galones, vivía en Herzliya con su esposa y dirigía una unidad del Ministerio de Justicia para proteger a personas amenazadas.

Amigos y familiares recordaban en el entierro entre lágrimas cómo trataron de convencerle en su último permiso de que no regresara a Gaza. “Le dije: ‘Quédate, pon alguna excusa, piensa en tus hijos’. Me respondió: ‘Todos queremos quedarnos en casa, en lugar seguro, pero si todos ponemos excusas y no vamos, no tendremos ejército. Y, entonces, no tendremos Estado”, contaba su esposa, Orel. “Le dije: ‘Basta, no vuelvas’. ‘Me quedaré hasta que regrese el último de los [136] rehenes en Gaza’, me respondió”, rememoraba su mejor amigo, Aviad Dadon, envuelto en la bandera israelí.

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Menos preparación

Su caso ejemplifica la tesitura de los reservistas. No son soldados profesionales, así que abandonan sus estudios o trabajo cuando se ponen el uniforme. Su preparación es menor y, de hecho, motivo de debate dese hace años, incluso como posible causa de su porcentaje de bajas. Tampoco son reclutas en el servicio obligatorio recién salidos de la adolescencia (comienza con 18 años y dura 32 meses para los hombres y 24 para las mujeres) y que en la práctica solo cumple la mitad de la población, por distintas exenciones.

Son israelíes ―casi todos judíos y principalmente hombres― que, por edad y en una sociedad muy orientada a la familia, suelen haber formado un hogar. La reserva continúa hasta los 40 años para los soldados regulares, 45 para los oficiales y 49 para quienes ejercen tareas como enfermería, mecánica o conducción de equipamiento pesado.

La reserva fue creada tras la guerra que siguió a la creación del Estado de Israel (1948-1949). Era la respuesta a la imposibilidad económica de mantener un ejército tan amplio y la necesidad de movilizar muchas tropas en muy poco tiempo en un país entonces rodeado de enemigos. El jefe del Estado mayor que lo diseñó, Yigael Yadin, solía llamarlos “soldados con 11 meses de permiso”. En nada se parece ahora la descripción. El país la ha ido reformando y adelgazando hasta convertirla de facto en voluntaria (y, en algunos casos, de iure), aunque sobre el papel siga siendo obligatoria y en teoría deben ponerse el uniforme unos días cada año. En 1985, se calculaba que los reservistas sirvieron 10 millones de días. En 2018, fueron ya dos millones. El centro de análisis Instituto de Estudios de Seguridad Nacional calcula que solo el 6% de quienes terminan la mili acude al menos 20 días al año en los tres posteriores.

“Se ha ido reduciendo porque su movilización es un tema sensible, por tener familia y otros factores, como el económico o de preparación. Pero cuando están bien equipados y entrenados, su reclutamiento es muy importante”, explica Yagil Levy, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Abierta de Israel, especializado en sociología militar.

Levy subraya además que permiten rotaciones en una guerra a la que el primer ministro, Benjamín Netanyahu, augura aún “muchos meses” más. Sus muertes, agrega, son socialmente consideradas como “las más dolorosas”, porque están en una edad en la que las lloran tanto hijos como padres, pero no han generado protestas, como en casos anteriores, porque “una mayoría amplia de la población justifica la guerra y las ve como parte de ese sacrificio”. Hasta el momento, 222 soldados han perdido la vida. El listado de nombres en la página web del ejército muestra que más de la mitad eran reservistas.

La movilización ha sido tan amplia y la unanimidad interna en torno a la guerra es tan clara (un 50,8% de la mayoría judía considera apropiado el uso de la fuerza empleado en Gaza y un 43,4%, insuficiente, según el Índice de la Paz de este mes, un sondeo que elabora la Universidad de Tel Aviv) que los perfiles poblacionales son diversos.

Lo muestra el caso de los 21 reservistas muertos el lunes. Están, por un lado, las historias de superación personal que tanto gusta destacar a los medios de comunicación nacionales. Como la de Cydrick Garin, hijo de inmigrantes filipinos no judíos a cuyo padre solo se permitió volver al país para el entierro. Garin, de 32 años, dejó de pequeño los estudios para ayudar a su madre, que no hablaba hebreo, y fue arrestado en la adolescencia por sus actividades criminales en el mundo de las drogas. O el beduino Ahmad Abu Latif, exento de servir y que había publicado en redes sociales un mensaje sobre el orgullo de voluntarizarse tras el 7 de octubre que se hizo viral.

Otros caídos están más vinculados al nacionalismo religioso, punta de lanza del movimiento colono que interpreta la lucha con los palestinos en términos bíblicos. Como Israel Sokol, del asentamiento de Karnei Shomron, en el norte de Cisjordania, cuyo padre, Yehosha, recordaba en el entierro cómo su hijo se quejaba de que el Gobierno impedía al ejército actuar sin cortapisas en Gaza. O Elkana Yehuda Sfez, de 25 años y residente en Kiriat Arba, el asentamiento cercano a la ciudad de Hebrón, en el que reside el ultraderechista ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir.

El experto Levy asegura que estos perfiles cada vez están más presentes. No solo por la derechización de la sociedad israelí en las últimas dos décadas, sino también porque la voluntariedad del servicio en la reserva da más presencia a personas provenientes de entornos religiosos y derechistas, y menos a las élites y clases medias urbanas. Estos últimos son, por lo general, más seculares y liberales, con mejores trabajos que preservar y más experiencia en unidades como inteligencia o ciberseguridad.

Agujero económico

La movilización de los reservistas ha dejado también un agujero de decenas de miles de trabajadores y estudiantes universitarios. Los 360.000 llamados a filas suponen un 8% de la mano de obra. En Tel Aviv o Jerusalén es habitual ver tiendas cerradas o caras nuevas justo en aquellos comercios que solían atender hombres entre los 21 y los 45 años. El sector de la alta tecnología está a medio gas. Decenas de miles, de hecho, ya han sido desmovilizados.

Cuesta valorar el impacto en la economía, porque no se sabe cuánto durará la movilización. Cada mes le araña al erario público unos 1.200 millones de euros y las ausencias en el trabajo dejan un agujero calculado en 393 millones de euros. Los empleadores tienen que seguir pagando los salarios durante la ausencia. La ley les impide presionarlos para regresar, aunque no siempre sucede.

En el cenit del reclutamiento, un 30% de los matriculados en las universidades estaban en la reserva. Hoy, son un 10% y varios centros han paralizado estos días los estudios, para ofrecer clases de recuperación a los reservistas que regresan, informa el diario Haaretz. En la red social TikTok se puede ver un vídeo de un joven estudiando en el móvil dentro de un vehículo militar en Gaza.

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Sobre la firma

Antonio Pita
Corresponsal para Oriente Próximo, tras cubrir la información de los Balcanes en la sección de Internacional en Madrid. De vuelta a Jerusalén, donde ya trabajó durante siete años (2007-2013) para la Agencia Efe. Licenciado en Periodismo y Máster de Relaciones Internacionales y Comunicación por la Universidad Complutense de Madrid.
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