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Geert Wilders, el reto ultra en el corazón de la UE

El islamófobo y euroescéptico ganador de las legislativas en Países Bajos encuentra difícil formar Gobierno ante las dudas de sus socios de derecha

El líder ultraderechista holandés, Geert Wilders, durante una conferencia de prensa el 24 de noviembre.
El líder ultraderechista holandés, Geert Wilders, durante una conferencia de prensa el 24 de noviembre.PIROSCHKA VAN DE WOUW (REUTERS)
Isabel Ferrer

Geert Wilders, el líder holandés de ultraderecha que ganó el pasado 22 de noviembre las elecciones en Países Bajos, es un viejo conocido de la política holandesa. De 60 años, lleva 25 como diputado y es fácilmente reconocible por su cabellera oxigenada. De no haber cambios, será el miembro más veterano del Congreso, que debe constituirse el 6 de diciembre. Su rechazo al Islam, que considera “una ideología fascista”, ha vertebrado su ideario antes incluso de 2006, fecha de estreno de su Partido por la Libertad (PVV). Al frente del mismo ha obtenido la primera victoria de la extrema derecha en su país desde 1945. Todo un desafío en uno de los miembros fundadores de la Unión Europea.

Con 37 diputados en un Parlamento de 150, Wilders —pronúnciese Vilders— está ya en primera fila con su extremismo irredento y quiere formar un Gobierno de centro derecha que no cristaliza con la rapidez que desea. El Partido Popular por la Libertad y la Democracia (VVD) solo está dispuesto a apoyarle desde fuera del Ejecutivo. El conservador Nuevo Contrato Social, el otro posible socio natural, no se fía del respeto a las leyes profesado ahora por un Wilders que declara haberse moderado. El Movimiento Campesino-Ciudadano (BBB), la voz del populismo agrario, no tiene reparos en pactar pero esperará a que haya una nueva ronda de tanteo.

La insatisfacción ciudadana con la política le ha favorecido a pesar de haber sido declarado culpable en 2020 de haber insultado a los ciudadanos de origen marroquí. Todos le conocen en su tierra, pero ¿quién es realmente Geert Wilders?

Nació en Venlo, al sur del país, en una familia de clase media con dos hermanas y un hermano. Su padre era el director adjunto de la fábrica de fotocopiadoras Océ. Su madre nació en la actual Indonesia durante la colonización holandesa y es de origen indo holandés. Wilders ha declarado que sus padres eran “muy trabajadores” y le enseñaron “a perseverar”, y evita profundizar en su historia personal. Su hermano Paul, diez años mayor, rechaza sus ideas aunque asegura que “le abrazaría si nos viéramos porque le quiero”.

Según explica al teléfono la antropóloga holandesa Lizzy van Leeuwen, la historia familiar de Wilders puede explicar en parte su actitud hacia el islam. El abuelo, Johan Ording, se casó con Annie Meijer, de raíces indonesias. En 1934 le despidieron de su trabajo como funcionario en Java por un caso de fraude. En un ensayo publicado en 2017 en la revista progresista De Groene Amsterdammer, la experta relata que tuvieron ocho hijos —entre ellos la madre del político— y la familia fue enviada a Europa sin posibilidad de regresar. Cayeron en la pobreza y pasaron por Francia para recalar luego en Países Bajos. Solo pudieron remontar cuando Johan consiguió trabajo años después en el servicio de prisiones.

En la era colonial, Indonesia se llamaba Indias Orientales Neerlandesas, y según Van Leeuwen, “en las familias suelen contarse estas historias del pasado, y Países Bajos nunca ha reconocido la influencia postcolonial en la vida política nacional”. “Tampoco ha habido un debate crítico sobre esa etapa como sí hicieron Francia, Bélgica o Reino Unido”. En opinión de Van Leeuwen, Wilders expresa una voz revanchista. “Y no sé si ese trauma familiar es su motor, pero está ahí. Por otro lado, tiene una prevención natural hacia el islam”, señala.

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Tras la independencia, reconocida por Países Bajos en 1949 después de una cruenta lucha armada, Indonesia se convirtió en una república cuya población es hoy de mayoría musulmana. La antropóloga apunta que “con sus facciones javanesas y su cabello oscuro natural, Wilders pudo haber sido discriminado en su propio país, y de ahí que se lo aclare”. “De todos modos, hay que tener cuidado con este tipo de conjeturas”, advierte. El líder ultraderechista ha asegurado en televisión que lo lleva oxigenado desde que era veinteañero

Una vez concluida la secundaria en Venlo, Wilders, mal estudiante y rebelde, como admite sin rodeos, marchó a Israel con 17 años. Entre 1981 y 1983 estuvo trabajando en un moshav, un asentamiento agrícola cooperativo, y la experiencia selló sus simpatías por el país. En esa misma época viajó por Oriente Medio y empezó a consolidar una opinión contraria al islam. Después del servicio militar hizo un curso sobre seguros médicos, siguió otros de Derecho en la Universidad Abierta y trabajó para dos institutos gubernamentales de salud.

Después se trasladó a Utrecht, a un barrio que se llenó de inmigrantes, y en 1997 fue concejal de la ciudad por el Partido Popular por la Libertad y la Democracia (VVD). En 1998 logró un escaño en el Parlamento y hasta 2004 fue un diputado más. Ese año, un islamista holandés de origen marroquí asesinó en Ámsterdam al cineasta Theo van Gogh, que había dirigido Sumisión, una cinta sobre la opresión de la mujer en el islam. El guion estaba escrito por la diputada de ascendencia somalí Ayaan Hirsi Ali, amenazada también de muerte. Wilders pidió entonces que se frenase la inmigración musulmana, se lanzó contra el Corán y empezó a ganar adeptos. Está amenazado por Al Qaeda y el Estado Islámico (ISIS) y vive rodeado de escoltas.

Su carrera dio un vuelco cuando el VVD apoyó en 2004 la entrada de Turquía en la UE: devolvió su carné y trabajó como diputado independiente. En 2006 fundó el Partido por la Libertad, y en 2010 obtuvo 24 escaños, convirtiéndose en la segunda fuerza por detrás del VVD mismo. En 2017 logró 20 y, hasta los pasados comicios, tenía 17. Su programa sostiene que la manera occidental de vivir “está siendo amenazada por la llegada de grandes cantidades de gente, a menudo de países islámicos”. Y afirma que “el flujo el asilo cuesta 24.000 millones de euros anuales al contribuyente y es hora de poner por delante a los holandeses”. Pero él proclama haberse atemperado. Ello le ha permitido superar con creces al resto de los partidos. El segundo en votos —la alianza de ecologistas y socialdemócratas (GroenLinks-PvdA)— tiene 25 escaños.

Matthijs Rooduijn, politólogo de la universidad de Ámsterdam, apunta: “Su estilo es más templado, pero la sustancia de su programa es tan radical como siempre. Ha sido muy hábil al presentarse como un socio potencial en una coalición, y muchos de los que antes votaban al VVD se han inclinado por Wilders”. De los sondeos se desprende que el voto estratégico ha beneficiado al PVV. “Los electores saben que si eligen a partidos más radicales que ellos mismos, es posible que las políticas vayan en la dirección que desean cuando llegue un compromiso. Y la inmigración es un asunto esencial para muchos”, dice. En cuanto al Nexit —la salida de Países Bajos de la UE— que ha propuesto Wilders, el politólogo expresa su escepticismo: “Un nuevo Gobierno podrá tener dudas acerca de la integración europea, pero sin salir de la UE”. Wilders se distingue de algunos de sus homólogos europeos por su apoyo a los derechos de los homosexuales o la ausencia de antisemitismo.

Casado desde 1992 con Krisztina Marfai, una diplomática de origen húngaro, no pasa dos noches en la misma casa para evitar un atentado. No tiene hijos y, en la jornada electoral, su primer recuerdo fue para ella. En estas condiciones, ¿podría ejercer el cargo de primer ministro? “Lo más probable es que quiera serlo, pero en un país de coaliciones no puede decidir por su cuenta”, recuerda Rooduijn. La antropóloga Lizzy van Leeuwen opina: “Todo lo que propone, como cerrar mezquitas y escuelas musulmanas y prohibir el Corán no es legal. Si bien se ha perdido la vergüenza de muchos para votarle, ser primer ministro no sería bueno para él ni para Países Bajos”.

De cerrarse un acuerdo de Gobierno, el PVV de Geert Wilders tiene aún un problema. Técnicamente es una asociación con un solo miembro: él. Por su afán de control, no hay conferencias anuales del partido o debates democráticos. Tampoco existe una rama juvenil. Con sus 37 escaños, el Congreso se llenará de diputados del PVV sin experiencia, “y algunos tendrán que dejar el Ayuntamiento o el gobierno provincial donde operan; sin olvidar a los ministros que intente nombrar, porque hay quien declina acercarse a este partido”, asevera Rooduijn. Por su parte, la antropóloga Lizzy van Leeuwen se pregunta si Wilders pretenderá ser a la vez “primer ministro, líder del PVV y portavoz en el Congreso”.

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