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Los sindicatos franceses convierten el Primero de Mayo en otra “histórica” protesta contra Macron

Los agentes sociales elevan la cifra de manifestantes a 2,3 millones, mientras el Gobierno la rebaja a 780.000. París, Rennes, Nantes y Lyon registran incidentes

Manifestación por el Día del Trabajador en la ciudad francesa de Lille, este lunes.Foto: SAMEER AL-DOUMY (AFP) | Vídeo: Reuters
Antonio Jiménez Barca / (ENVIADO ESPECIAL)

A los franceses es muy complicado quitarles algo que consideran un derecho adquirido. Incluso cuando ya se lo has quitado. Por eso, a pesar de que la reforma de las pensiones, la que alarga la edad de jubilación de 62 a 64 años, fue promulgada el 15 de abril pasado, los sindicatos franceses no se dan por vencidos. Y decidieron convertir este Primero de Mayo en una “histórica” protesta callejera, la decimotercera en contra de la reforma y de Macron. Lo han logrado. Según ellos, han salido a la calle más de 2,3 millones de personas, repartidas en las más de 300 marchas convocadas a lo largo de todo el país. Se trata de una de las cifras más abultadas de esta ronda de protestas, aunque queda lejos del récord de 3,5 millones contabilizado en dos de las jornadas de marzo. Pese a que el Ministerio del Interior rebaja el número a 780.000 manifestantes, es más que en ningún otro Primero de Mayo desde hace mucho.

En París, la manifestación, que reunió según los sindicatos a más de 500.000 personas (112.000 según Interior) se desarrolló con incidentes y enfrentamientos entre los grupos extremistas de izquierda denominados black block y la policía. En la plaza de la Nación, donde finalizó la marcha, se multiplicaron las carreras policiales, las cargas, los golpes, las detenciones y los lanzamientos de gases lacrimógenos y de chorros de agua. Ardieron, al menos, un aparcamiento de bicicletas municipales entero y varios contenedores. Un incendio llegó a afectar peligrosamente a la fachada de un edificio y los bomberos tuvieron que emplearse a fondo. La policía denunció un herido grave entre sus antidisturbios por quemaduras de cóctel molotov. En Marsella un grupo de 200 personas entraron en el hotel Intercontinental y fueron luego desalojados rápidamente por la policía. En Lyon los extremistas se enfrentaron a la policía en el puente de la Guillotière lanzándoles fuegos de artificio. También se produjeron incidentes graves en Nantes, Rennes y Angers. La protesta política, pues, no ha bajado de intensidad. Pero la violencia tampoco.

La convocatoria sindical tenía algo de paradójico y hasta cierto punto melancólico: es cierto que por primera vez desde 2009, las ocho principales fuerzas sindicales francesas acuden unidas a un Primero de Mayo. También es cierto que, después de perder influencia durante la crisis de los chalecos amarillos, en los últimos meses los sindicatos han recuperado el aliento. Pero también lo es que, en verdad, la batalla parece perdida: Macron, a pesar de la oposición, de su bajo nivel de aprobación y su mermada popularidad, aprobó por decreto la reforma. Esta fue avalada por el Consejo Constitucional el 14 de abril y, previsiblemente, entrará en vigor en otoño.

Esto no basta para abatir a Laurent Mervaille, de 47 años, sindicalista de la Confederación General del Trabajo (CGT) que, poco antes de que comenzara la marcha parisina, consideraba, simplemente, “que no todo está perdido”. “Es complicado, pero esto no es un régimen realista, aquí no tenemos un rey, aunque Macron se comporte como uno. Ya se han dado casos de leyes que han sido revocadas. Y si lo de hoy no basta, pues seguiremos”. ¿Cómo? “Pues con acciones más radicales. Yo trabajo en el sector de la electricidad. Podemos hacer cortes de electricidad. Es algo que ya hemos hecho y que volveremos a hacer”.

Un dispositivo pirotécnico explota durante los enfrentamientos entre manifestantes y policías en la manifestación de París.
Un dispositivo pirotécnico explota durante los enfrentamientos entre manifestantes y policías en la manifestación de París.Associated Press/LaPresse (AP)

Más resignada —tal vez más realista— es Isabelle Tanion, de 51 años, dirigente sindical de la Confederación Francesa Democrática del Trabajo (CFDT): “Es una reforma injusta, aunque no ilegal. Lo que es cierto es que no podemos estar cada 15 días manifestándonos. No podemos tener el país paralizado. Hay otras cosas sobre las que discutir con el Gobierno”. Otros miembros de este sindicato ya son conscientes de que la reforma será efectiva en septiembre. “Pero hay que venir aquí por una cuestión de honor, para que se vea que no nos gusta”, explica David Florestan, de 62 años, que trabaja en el sector de la restauración.

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Su compañera, Nadia Vanie, del sector de la limpieza, añade: “Además, siempre queda la posibilidad de poder incluir cambios pequeños en algunos de los puntos de la reforma”. Estos sindicalistas representan las posturas de sus respectivos sindicatos, los más numerosos de Francia: la CFDT, más reformista, está de acuerdo en levantar el bloqueo al Gobierno y reunirse ya con él para discutir de otros asuntos; la CGT, más rupturista, aún no ha decidido si acudirá a las convocatorias gubernamentales o no.

En la misma plaza, Nathalie Hepilko, del sindicato Fuerza Obrera (FO) daba otra razón para manifestarse a pesar de que sabe que la batalla está perdida: “Perdida está. Pero si no protestamos, si nos dejamos comer el terreno, quién sabe a dónde van a llegar. Hay que plantarse aquí para que no nos lleven más lejos”.

Poco después la manifestación comenzó a desfilar por el este de París. A los móviles llegaban las informaciones de los disturbios. Pero el desarrollo general de la marcha fue en su inmensa mayoría, pacífico, festivo, con multitud de camiones que animaban con música a los participantes. A lo lejos, se divisaba a veces el humo de los incidentes. Parecían dos manifestaciones distintas sucedidas en dos días distintos, en dos ciudades diferentes. Pero, si uno se fijaba un poco, notaba que el paso de la marcha discurría por calles que discurrían entre fachadas llenas de pintadas un par de horas antes (”ya decapitamos a Luis XVI, Macron, prepárate”), papeleras quemadas y paradas de autobús destrozadas.

El ministro del Interior, Gérald Darmanin, denunció por la tarde la presencia de 2.000 radicales en París “cuyo objetivo era agredir a los policías, quemar edificios y destrozar comercios”, y alertó sobre la violencia “que cada día va a más”. Diferenció, eso sí, la convocatoria sindical que se desarrolló “de manera conveniente” y los “extremistas de ultraizquierda cada vez más agresivos”. Y añadió: “Sin la policía que separa a los extremistas de los que acuden pacíficamente a la protesta, no habría manifestación”. Darmanin informó más tarde de que a las nueve de la noche se había detenido al menos a 300 personas, y que 108 policías habían resultado heridos.

Queda por saber qué pasa ahora desde el punto de vista político. El presidente Emmanuel Macron, desesperado por pasar página, olvidarse de la contestación nacional, que dura desde enero, y poder dedicarse a otra cosa, apeló dos días después de la promulgación de la ley, el 17 de abril, en una alocución televisada, a darse un plazo de 100 días para reencontrarse con los franceses y recobrar la calma en el país. Por lo visto este lunes no lo ha conseguido. Además, el explosivo clima social empieza a afectar a Francia desde el punto de vista económico: la agencia de calificación Fitch rebajó el pasado 28 de abril la nota al país, dejándola en un AA-. Fitch justificó la rebaja apelando al “clima político y a los movimientos sociales (a veces violentos)”. Este clima y estos movimientos sociales “constituyen un riesgo para el programa de reformas de Macron”, considera la agencia. Así que Macron sigue dentro del laberinto. Tampoco se sabe si la unidad sindical conseguida hasta ahora va a continuar.

Lo que los sindicatos sí tienen a su favor es la opinión pública. Según un sondeo publicado recientemente por el diario Le Figaro, el 65% de los franceses apoya las protestas y un mismo porcentaje confiesa que no escucha al presidente cuando habla por televisión

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca / (ENVIADO ESPECIAL)
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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