El restaurante La Rotonde, símbolo asediado del macronismo
Un grupo de manifestantes atacó en la última protesta contra la reforma de las pensiones la ‘brasserie’ parisina donde Macron celebró su victoria en 2017
Cuando, el pasado jueves, un grupo de participantes en la manifestación contra la reforma de las pensiones en Francia atacó el restaurante La Rotonde con botellas y algún proyectil incendiario, el objetivo era algo más que una famosa brasserie parisina. El objetivo era Emmanuel Macron.
Si se hiciese una ruta turística por el París de Macron, habría que pasar inevitablemente por el palacio del Elíseo, pero también por su restaurante de cabecera, hoy convertido en el símbolo de una presidencia en crisis. La imagen del fuego en el centenario establecimiento del bulevar de Montparnasse era la imagen, enormemente efectiva, aunque muy parcial, de un país sublevado y de un líder bajo asedio.
Al día siguiente, a media tarde, no había rastro del incendio, que se apagó enseguida. Pero las ventanas en la planta baja seguían agrietadas. El suelo estaba salpicado de pintura de colores que los manifestantes habían lanzado contra el restaurante. Afuera, los turistas tomaban un vino o un café; dentro, se servían las primeras cenas, como un viernes cualquiera.
“No podemos hablar”, zanjó en la puerta la maître de La Rotonde, invitando al periodista a marcharse.
A un radio de menos de 100 metros, las otras brasseries históricas del barrio (Le Select, La Coupole, Le Dôme) estaban intactas. Y eso que la manifestación del jueves también había pasado por delante. Solo La Rotonde estaba protegida por un muro de policías antidisturbios. Solo La Rotonde fue atacada. No era la primera vez: en enero de 2020 ya sufrió un incendio.
Para entender la fijación con este local, hay que situarse en la noche del 23 de abril de 2017. Noche electoral, primera vuelta de las elecciones presidenciales. Macron ha sido el más votado y se ha clasificado para la segunda vuelta, en la que se enfrentará a la líder de la extrema derecha, Marine Le Pen. Después de pronunciar un discurso, convoca a sus colaboradores y amigos en La Rotonde.
Una de las primeras críticas que recibió Macron fue por organizar una celebración cuando todavía no había ganado la segunda vuelta y cuando la extrema derecha acababa de obtener los mejores resultados de su historia.
“No era una fiesta, no había champán, había vino, nadie se puso a bailar al final de la noche”, recuerda alguien que estuvo ahí, la escritora Gäel Tchakaloff, amiga de Brigitte Macron, la esposa del presidente. “Como muchas personas le habían ayudado gratuitamente, [Macron] quería darles las gracias”. Y Macron, según Tchakaloff, no estaba para celebraciones aquella noche. “Me acuerdo de que alguien se le acercó para felicitarle por el discurso que acababa de hacer”, dice, “y él no quería que lo felicitasen”.
Abajo se encontraba el equipo de campaña. En el primer piso, los VIP: Emmanuel y Brigitte, junto a su círculo más próximo, y gente de la farándula. La escritora vio algo que no le gustó. Algunas de estas estrellas del espectáculo estaban apoltronadas en los sofás, las piernas estiradas, las copas demasiado llenas, las risas estruendosas. Describió la escena en su libro Tant qu’on est tous les deux y ahora vuelve a rememorarla por teléfono. “No se comportaban como uno se comporta ante un futuro presidente de la República”, dice Tchakaloff. “Me chocó”. Quizá todo empezó a torcerse ahí.
El otro problema con aquella velada era que recordaba demasiado a otra, el 6 de mayo de 2007. Nicolas Sarkozy acababa de derrotar a la socialista Ségolène Royal en las elecciones presidenciales. Y lo celebró por todo lo alto en Fouquet’s, un exclusivo restaurante de los Campos Elíseos, rodeado de ricos y famosos.
Sarkozy cargó durante el resto de su mandato con la noche de Fouquet’s. Jamás pudo desprenderse de la imagen de presidente deslumbrado por los ricos y famosos, el presidente bling-bling, expresión que describe el brillo chirriante y ostentoso de algunas joyas. En 2019, cuando hacía tiempo que había dejado el cargo, los chalecos amarillos incendiaron el restaurante.
Punto de encuentro de intelectuales
La compleja relación de Francia con el lujo (lo adora y detesta, como adora a los reyes y al mismo tiempo quiere cortarles la cabeza) se proyectó en el episodio de Fouquet’s y después en La Rotonde, aunque La Rotonde no sea Fouquet’s. Es una buena brasserie, sí, pero la carta es más asequible que la de Fouquet’s. E, históricamente, ha sido más un lugar de literatos que de multimillonarios.
“No importa a qué café de Montparnasse le pidas que te lleve el taxi desde la orilla derecha del río: siempre te lleva a La Rotonde”. Ernest Hemingway lo tenía claro en los años veinte: esta brasserie era el centro del barrio de artistas y escritores. Uno podía cruzarse en estas calles con Picasso o los surrealistas. En su novela Fiesta, de donde sale la cita anterior, o sus memorias París era una fiesta, aparece La Rotonde.
Allí fue donde una joven Simone de Beauvoir, años antes de escribir El segundo sexo y fundar el feminismo moderno, se emborrachó por primera vez. “A mi alrededor mariposeaban imágenes surgidas de otro mundo”, recordaría en sus Memorias de una joven formal. Al regresar a casa, sus padres la esperaban despiertos. “Les dije que habíamos ido a ver [la película] El equipaje y a tomar un café con leche en La Rotonde”.
Sigue siendo un punto de encuentro de intelectuales. Fue en La Rotonde donde en octubre 2017, unos meses después de la velada macronista, Michel Houellebecq se reunió con tres jóvenes periodistas de la muy conservadora revista Valeurs Actuelles. “La cena empezó a las 20.30 y terminó a las 4.30 la mañana”, recuerda uno de los comensales, Geoffroy Lejeune, en la publicación Front Populaire. Fue el principio de una gran amistad entre el más célebre novelista francés vivo y la nueva hornada de intelectuales reaccionarios.
Es un lugar de políticos, también. Los Macron eran clientes desde antes de la noche electoral. Cuenta Anne Fulda en su libro Emmanuel Macron. Un jeune homme si parfait, que, cuando era un desconocido, el actual presidente reunía en sus mesas a un grupo de economistas afines que le acabarían ayudando a confeccionar su programa. Entre ellos se encontraban eminencias como Jean Pisani-Ferry o Philippe Aghion, ahora críticos con la reforma de las pensiones de Macron.
Una vez en el cargo, los Macron han seguido acudiendo a La Rotonde. En enero, el presidente llevó a cenar, mano a mano, al canciller alemán, Olaf Scholz. Se podría escribir una historia de la presidencia de Macron sin salir de este restaurante: las ilusiones, los excesos y la arrogancia, el resentimiento, la violencia. El capítulo central lo ocuparía la decisiva velada del 23 de abril de 2017. Nada parecía frenar al macronismo aquella noche, momento culminante en la saga épica de Macron y a la vez su pecado original.
“Aquella noche, cuando vi todas las cámaras delante de La Rotonde, me dije: ‘Mañana se hablará de ello en la prensa’. Pero no podía imaginarme que se hablaría del tema durante meses”, dice Tchakaloff. “Y hoy es un pretexto: los que van a quemar La Rotonde no se dan cuenta de que atacan a los propietarios de La Rotonde y no al presidente de la República”. Su penitencia no ha terminado.
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