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Bolsonaro deja en el limbo si respetará los resultados electorales

El presidente de Brasil combina duros ataques al sistema con promesas de que acatará el veredicto de las urnas electrónicas

Mural en una calle de São Paulo que llama a votar en las elecciones presidenciales de este domingo.
Mural en una calle de São Paulo que llama a votar en las elecciones presidenciales de este domingo.Matias Delacroix (AP)
Federico Rivas Molina

El 6 de enero de 2021, el mundo observaba azorado las imágenes que llegaban desde Estados Unidos. Una horda había asaltado el Capitolio, arengada por Donald Trump. El presidente republicano movilizó a los suyos para impedir la proclamación de su sucesor, Joe Biden, al que acusaba de robarle las elecciones. Pocas voces internacionales se alzaron en defensa de la estrategia de Trump, pero entre ellas sí estaba la del ultraderechista brasileño Jair Bolsonaro. “Todos saben cuál es mi respuesta. Hubo muchos informes de fraude”, dijo el presidente de Brasil. Insistió entonces que él mismo había sido víctima de un “amaño” en 2018 y que por eso no había ganado en primera vuelta.

Este domingo, Bolsonaro buscará en segunda vuelta su reelección frente al izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva. Tras meses de ataques al sistema electoral, puso finalmente paños fríos a su embestida y respondió sin matices si reconocerá o no un triunfo de su rival. “No hay dudas, el que tenga más votos se lo lleva. Eso es la democracia”, dijo después del cara a cara con Lula el viernes, el último antes de la cita definitiva en las urnas. Bolsonaro se refirió a la gran incógnita que acompañó todo el proceso electoral brasileño: si aceptará una eventual derrota o si, en cambio, optará por impugnar los resultados y, como hiciera Trump, contestarlos además por vías ilegales.

La democracia brasileña tiene solo un antecedente de impugnación electoral. En 2014, el candidato conservador Aécio Neves pidió ante el Tribunal Superior Electoral (TSE) un nuevo recuento en su derrota por tres puntos en la segunda vuelta ante Dilma Rousseff, la candidata del Partido de los Trabajadores. La intentona perdió pronto el apoyo de su propio partido, el PSDB, y fue desestimada por los jueces. Pero la semilla de la desconfianza ya estaba plantada.

En julio del año pasado, Bolsonaro lanzó en sus redes sociales —solo en Twitter tiene 9,5 millones de seguidores—, viejos videos con teorías conspirativas contra la seguridad de las urnas electrónicas que Brasil utiliza desde hace 25 años. Un mes después, fijó el que sería el objetivo predilecto de sus ataques: el Tribunal Superior Electoral (TSE), al que acusó sin pruebas de organizar “cosas raras” contra su candidatura a la reelección. Lanzó luego ante periodistas brasileños una advertencia. Cuando terminase su mandato en 2022, dijo, solo habría tres opciones: “Salgo preso, muerto o con una victoria. Solo Dios me saca de Brasilia”, donde está la sede del Gobierno.

Brasil vivió un año de tensiones entre el presidente y el TSE, hasta que la inminencia de las elecciones renovó los ataques de Bolsonaro. En agosto pasado, el presidente se reunió con 40 embajadores extranjeros a los que intentó convencer de que el sistema electoral brasileño era “vulnerable”. Mientras tanto, presionaba para que las Fuerzas Armadas tuviesen acceso a los códigos encriptados de las máquinas de votación. El TSE no autorizó semejante cosa, pero permitió que militares formaran parte de la Comisión de Transparencia de las Elecciones, un órgano de control integrado por diputados, fiscales, abogados, expertos en informática y miembros de la policía.

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El presidente y candidato, Jair Bolsonaro en Río de Janeiro el 30 de octubre de 2022.

La presencia de uniformados pareció calmar al presidente. Antes de la primera vuelta consideró resuelta su disputa con el presidente del TSE, Alexandre de Moraes —al que consideraba al frente de una maniobra para lastrar su candidatura— y anunció que aceptaría los resultados. Puso como salvedad que debían ser “transparentes”, sin aclarar más. La noche del domingo 2 de octubre admitió que Lula lo había vencido. La paz duró poco: días después sugirió que el escrutinio había avanzado como si estuviese programado por un “algoritmo”.

Llegamos así a la segunda vuelta de este domingo. Bolsonaro ha repetido ahora la estrategia. El jueves dijo que si no ocurre nada “anormal” no tendrá motivos para dudar de los resultados electorales. “Pero vamos a las urnas, vamos a dejar esa cuestión con la comisión de transparencia”, donde tienen presencia los militares, advirtió. El viernes insistió con la tesis de que todo el sistema está en su contra, pero que de todas formas respetará el resultado del escrutinio. En el TSE no están tan convencidos del apego de Bolsonaro a los resultados. Una fuente del tribunal citada por la agencia Reuters dijo que ven “una serie de cosas destinadas a desestabilizar e interrumpir el proceso electoral”. Y aunque descartó que pudiese haber disturbios como aquel asalto al Capitolio azuzado por Trump el año pasado, advirtió que están en contacto “con las fuerzas de seguridad para evitar disturbios en las calles”.

La llave de la cuestión puede estar en manos de los militares, el pilar sobre el que Bolsonaro, un capitán retirado, ha estructurado su Gobierno. “El Ejército brasileño realizó la inspección de las urnas electrónicas en varios colegios electorales durante la primera vuelta y aún no ha enviado los resultados al TSE”, explica Flavio Rocha, politólogo de la Universidad Federal do ABC. La demora, supone Rocha, se debe a que “ha comprobado que no hay errores en las máquinas de votación”, como sostiene el mandatario. “Si los militares reconocen la seguridad de las urnas, entonces la demanda de Bolsonaro se desmorona. Sin las Fuerzas Armadas, cualquier desafío al resultado electoral será inocuo”. El TSE, en cualquier caso, prepara para este domingo una escena a la altura del desafío que enfrenta. Cuando el juez Alexandre de Moraes, como titular del tribunal, anuncie al ganador de las elecciones, pretende tener a su lado a los presidentes de las dos Cámaras del Congreso.

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Federico Rivas Molina
Es corresponsal de EL PAÍS en Argentina desde 2016. Fue editor de la edición América. Es licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires y máster en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona.

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