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Las dificultades de los disidentes rusos huidos a Serbia: “Aquí la gente cree que EE UU nos ha lavado el cerebro”

Los grupos ultranacionalistas serbios, muy cercanos al Kremlin, amenazan a los exiliados rusos y comparten fotos de ellos a través de Telegram

Exiliados Serbia
Ilya, exiliado ruso en Serbia, el día 7 en Belgrado.

La decisión de la Unión Europea de restringir la política de visados a los ciudadanos rusos como castigo por la invasión de Ucrania ha dejado a los opositores y desertores de este país sin muchas opciones. Entre los países que mantienen sus fronteras abiertas para los rusos, figuran varios aliados tradicionales de Moscú. Pero ninguno de ellos con una población tan fervorosamente pro-Kremlin como Serbia. “Mucha gente aquí no nos entiende. Creen que los estadounidenses nos han lavado el cerebro”, comenta Ilya, un disidente de 19 años que huyó de Kazán, una ciudad al suroeste de Rusia, después de haber permanecido arrestado durante varias horas en febrero, tras participar en una de las primeras protestas contra la guerra de Ucrania.

En las calles de Belgrado, capital de Serbia, la lengua rusa es omnipresente, y los exiliados se cuentan por varias decenas de miles. La última ola ha llegado recientemente para evitar el reclutamiento forzoso. Entre ellos, Mijaíl ―que prefiere no desvelar su verdadero nombre―, quien decidió emigrar después de la movilización decretada por el presidente ruso, Vladímir Putin. “Estoy en la reserva, así que es muy probable que me llamen. Iría a luchar si Rusia hubiera sido atacada, pero esta guerra es absurda”, espeta este profesional de 30 años, que eligió Serbia por tener varios amigos en el país, que también comparte la religión ortodoxa. Se describe “afortunado” por haber desembolsado “solo” unos 2.500 euros por un billete hasta Belgrado. Ante el actual frenesí de deserciones, el precio puede alcanzar hasta 5.000 euros. De ahí que los rusos exiliados en Belgrado suelan ser de una clase más acomodada que los que han huido a otros países.

“La elección de Serbia no fue racional: tuve que salir rápidamente. La policía vino a mi casa, confiscó mi ordenador y mi teléfono, y amenazó a mi familia. Vine aquí por el hecho de compartir una lengua y una cultura parecidas”, señala Ilya, en referencia a la raíz eslava de las lenguas rusa y serbia. Miles de compatriotas suyos siguieron después sus pasos. Según el Gobierno serbio, unos 20.000 rusos han pedido la residencia permanente en el país (6,9 millones de habitantes), aunque los desplazados son más. Pues la mayoría de los que han llegado al país balcánico ha usado el visado de turista, según datos gubernamentales. Dado que este pase expira a los 30 días, deben salir a menudo del país, siendo los destinos preferidos las vecinas Bosnia-Herzegovina y Macedonia del Norte.

Peter Nikitin, un ruso casado con una serbia residente en Belgrado desde 2016, comenzó a organizar protestas contra la guerra inmediatamente después de su inicio. Creó un grupo de Facebook en el que invitaba a manifestarse no solo a los rusos, sino también a bielorrusos, serbios y ucranios. Sin embargo, la relación con estos últimos se tensó después de la masacre de Bucha. “Ahora, cada uno hace las protestas por su lado. Los ucranios consideran responsable a todo el pueblo ruso de lo que está pasando por no sublevarse. Pero en un Estado tan represivo, eso no es fácil”, sostiene Nikitin.

El grupo de este ruso continúa realizando donaciones a ONG humanitarias ucranias, y algunos exiliados rusos incluso ayudan a confeccionar redes de camuflaje para el ejército ucranio. Las manifestaciones que convoca solo reúnen a una fracción de los disidentes rusos en Serbia. En la última, después de la anexión ilegal de cuatro regiones ucranias hace un par de semanas, se congregaron unas 500 personas. “La mayoría tiene mucho miedo y no se quiere exponer. Después de vivir en una dictadura, puedes entrar en una especie de paranoia”, comenta Nikitin, más protegido por disponer también de la nacionalidad holandesa.

“La policía serbia es profesional y nos protege; el problema son los grupos ultranacionalistas serbios, que en sus grupos de Telegram, comparten nuestras fotos y nos amenazan”, explica Katia, una experimentada activista que llegó a Serbia poco después del estallido de la guerra. “La mía, por ejemplo, ha circulado. De momento, no nos han atacado, pero no es agradable”, continúa la activista. A veces, con un par de amigas, sale a las calles de Belgrado sosteniendo pancartas contra la guerra, y hay peatones que las increpan: “Algunos son serbios, pero creo que más bien son rusos pro-Putin, que también los hay”, añade esta graduada en Filosofía.

Desde el siglo XIX, Serbia y Rusia han sido aliados en varios conflictos bélicos, por lo que existe una simpatía mutua entre los dos pueblos. El bombardeo de la OTAN contra el país balcánico en 1999, durante la guerra de Kosovo, cimentó esa alianza y desató un profundo antiamericanismo aún vigente. Según las encuestas, más de un 70% de los serbios culpan de la guerra de Ucrania a la OTAN. “Ucrania vive una batalla entre el bien y el mal. Y por supuesto, Rusia es el bien”, sostiene Gordana, que pertenece a un movimiento populista que ha organizado una acampada-protesta frente al Parlamento serbio. El presidente del país balcánico, el conservador Aleksandar Vucic, debe hacer complejos ejercicios de equilibrismo en su posición respecto a la guerra de Ucrania para no zaherir a su población ni a la UE, con la que Serbia negocia su adhesión.

Entre tanta división, un asunto que genera consenso entre la diáspora rusa es el rechazo a la política europea de visados. “Es criminal e inhumano que castiguen a los opositores que quieren huir”, remacha Katia, preocupada porque Vucic ha declarado que pondrá fin a la libre entrada a los ciudadanos rusos a final de año. Con esa decisión, el presidente serbio mataría dos pájaros de un tiro, ya que complacería a la vez a Moscú y a Bruselas. “¿Qué nos pasará, nos deportarán?”, se pregunta angustiado Ilya.

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