La Unión Europea ayuda a Putin a mantener su política antioccidental
La restricción de visados para los rusos que quieran viajar a territorio europeo contradice los valores comunitarios
El presidente de Rusia, Vladímir Putin, puede estar agradecido a la política de restricción de visados de los países de la Unión Europea que le dota de potentes argumentos para acusar de rusofobia a Occidente.
“Los líderes europeos me han hartado con su cacareo rusófobo sobre los visados Schengen para los ciudadanos de nuestro país”, escribió en las redes sociales el vicejefe del Consejo de Seguridad, Dmitri Medvédev, quien pidió a los dirigentes europeos “que se den prisa a declarar la prohibición total para expedirlos”. “Por fin todos se convencerán definitivamente sobre la actitud de Europa en relación a los ciudadanos de Rusia”, agregó.
El 31 de agosto, los ministros de Exteriores de la UE reunidos en Praga decidieron suspender completamente el acuerdo de 2007 que facilitaba los permisos de entrada en la zona Schengen. Además, acordaron aumentar las tasas de expedición y de prolongar su plazo de entrega. De hecho, la medida afecta a una proporción muy reducida de la población rusa, ya que un total del 69% de los trabajadores de ese país no tiene pasaporte internacional, según un sondeo difundido por la agencia estatal Ria Novosti en junio de 2021.
Pero la decisión de dificultar y encarecer los visados tiene un gran valor simbólico, por cuanto resulta ofensiva y vejatoria para muchos rusos, incluidos los sectores críticos con la línea del Kremlin y los activistas cívicos, que se sienten decepcionados por la contradicción entre los valores proclamados por la UE y la realidad. De momento, más allá de los opositores políticos claramente perseguidos, la UE no ha llegado a diferenciar de forma adecuada entre quienes van a Occidente a “cargarse las pilas”, los que huyen temiendo eventuales medidas represivas y los contingentes de cómplices directos o indirectos del régimen, incluido todo el funcionariado de la administración, los dirigentes y afiliados del partido político del Gobierno, los miembros de las comisiones electorales y los militares, miembros de los cuerpos de seguridad y empleados en la industria de defensa.
Al abolirse el acuerdo de 2007, los Estados europeos pueden imponer en régimen bilateral restricciones más duras a los ciudadanos rusos. Estos han comenzado a quejarse de la abolición por parte de Estonia de visados Schengen ya expedidos y de los comportamientos confiscatorios en las fronteras con Finlandia en relación a dinero o equipo técnico de viajeros en dirección a Rusia. Las sanciones pueden volverse hacia la UE como un boomerang y son contraproducentes, afirma un diplomático occidental destinado en Rusia. Los potenciales consumidores de libertad (que en parte recuerdan a los españoles que iban a Francia a comprar libros y ver películas en época de Franco) están irritados y esa circunstancia puede ser aventada por los medios de propaganda de Moscú.
El periodista Alexandr Podrabínek, que estuvo encarcelado por sus ideas en época de la URSS, ha acusado a la UE de haber elegido “la opción más miserable” para “castigar a los rusos por las acciones del Kremlin”. Si la UE hubiera anulado todos los visados, eso “hubiera sido injusto, pero potente y claro”. Si hubiera prohibido la entrada a todos los que están vinculados con la administración del Estado, eso hubiera sido “justo y comprensible”. En cambio, la UE se decantó por un “pequeño truco sucio”, una “picadura insignificante” que no influye ni soluciona ningún problema y que consiste en “vengarse de todos a la vez, sin discernir sobre la culpa y el grado de participación”. De esta manera Bruselas le ha “hecho el juego al régimen autoritario, contribuyendo a la política de aislacionismo estatal”.
Por su parte, la periodista rusa Zoya Svétova escribía en el diario Le Monde que, en un país totalitario, no es posible saber si los ciudadanos apoyan o no a las autoridades y recuerda que centenares de personas han sido encausadas en Rusia en virtud del artículo del código penal que castiga los “bulos” contra el ejército, que los líderes de la oposición están encarcelados y que la oposición ha sido aplastada”. El deseo de Occidente de cerrar Europa y el mundo es, según Svétova, “un error estratégico que llevará a graves consecuencias no solo para Rusia, sino también para todo el mundo”.
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