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La movilización militar prende el descontento en la Rusia de Putin

El reclutamiento de cientos de miles de hombres para enviarles a combatir a Ucrania sacude los cimientos de los hogares rusos mientras aumenta la presión internacional sobre el jefe del Kremlin, cada vez más aislado y debilitado y que eleva sus amenazas nucleares

Un recluta ruso miraba a través de la ventanilla a su madre en el centro de Volgogrado, el sábado.Foto: AP | Vídeo: EPV

La movilización militar decretada por el Kremlin ha prendido el descontento en la Rusia de Vladímir Putin. La orden de reclutar a cientos de miles de hombres para enviarlos a combatir a Ucrania está revolviendo a los hogares rusos. Con la movilización, una parte de la ciudadanía que había escondido la cabeza en la arena durante más de seis meses se ha dado de bruces con la realidad de que la invasión lanzada por su presidente, que ha matado a miles de personas en el país vecino, los toca de cerca. En un escenario cada vez más peligroso, con el líder ruso aislado internacionalmente y debilitado por la contraofensiva ucrania, la contestación a la movilización y su oscura y caótica puesta en marcha puede abrirle otro frente en casa. Pero con la oposición real entre rejas o en el exilio y en un país en el que cualquier organización social ha sido erradicada y donde se imponen duras penas a quienes protestan, no es sencillo que prenda la llama que pueda desembocar en un cambio a corto plazo.

El reclutamiento —indiscriminado, pese a las promesas de Putin y su ministro de Defensa, Serguéi Shoigu— ha comenzado a bombo y platillo. Es la primera movilización de Rusia desde la II Guerra Mundial. Y cuando empiecen a llegar a casa decenas de ataúdes de movilizados, lo que ahora son pequeñas protestas contra la guerra y el reclutamiento se puede convertir en un clamor, opina un diplomático europeo que ha estado años destinado en Rusia. O tal vez antes. De un plumazo, con una firma, Putin ha roto un frágil contrato social que impera en Rusia desde hace años y que, unido al miedo y las graves consecuencias de protestar, ha permitido al jefe del Kremlin y su aparato de seguridad anclarse en todas las instituciones rusas. “Por primera vez, los rusos se han dado cuenta de que Rusia está realmente en una guerra; de que no es solamente una operación militar, sino algo mucho más grande, algo que va más allá”, diagnostica Antón Barbashin, director del centro de análisis Riddle, una de las instituciones que el Gobierno considera peligrosas y a la que ha declarado agente extranjero.

Como suele suceder en Rusia, el Kremlin utiliza la ley de forma elástica y a su favor. El decreto de lo que llama “movilización parcial” no es claro. Putin aseguró que solo se reclutaría a gente en la reserva o con “experiencia militar”, pero la notificación ha llegado a todo tipo de personas, sobre todo en regiones remotas y de minorías étnicas, sobrerrepresentadas entre los soldados y ahora entre los reclutas. Desde jóvenes sin experiencia militar hasta padres de familias numerosas que acarrean problemas de salud diagnosticados. Las fuerzas del Kremlin han tenido que replegarse de zonas estratégicas de Ucrania por la exitosa contraofensiva de las tropas de Kiev y siguen perdiendo terreno rápidamente. Con la convocatoria de referendos ilegales para anexionarse las cuatro regiones ucranias total o parcialmente ocupadas y la movilización, Putin aspira a desencallar la situación. Y por eso necesita más botas en el terreno.

El anuncio de Putin el miércoles, con otro de sus discursos beligerantes en el que lanzó amenazas nucleares contra Occidente, despertó a muchos en Rusia, que habían vivido estas décadas mirando hacia otro lado si la impunidad no afectaba directamente a sus vidas. “Eso se ha roto para siempre. Putin ha puesto todo en esta guerra”, dice Barbashin. “Piensa que puede ganar de alguna forma, aunque lo más probable es que fracase, y ello cambiará la naturaleza de su relación con los rusos y la forma en la que ha sido dirigido el Estado en las últimas décadas”, apunta el experto.

Los analistas advierten de que es pronto para imaginar cómo va a acabar Putin. El líder ruso no está solo. Su círculo de poder domina Rusia, donde ha instaurado un régimen putinista en todos los eslabones de la cadena. Además, no es visible ningún tipo de estructura, incluso incipiente, que pueda encauzar las protestas. “Tampoco está claro quién será el primero en intentar derribar a Putin. Podría ser alguien de dentro de la élite política o una conjunción de factores”, dice Barbashin. Aunque la situación cambia muy rápido.

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El descontento por la situación económica, que lleva años golpeando a los hogares rusos, ya había cundido antes de la invasión. Desde que el mandatario lanzó la guerra a gran escala, acompañada de una feroz campaña propagandística de pseudopatriotismo que inundó los medios de la órbita del Kremlin y las marquesinas publicitarias de las tétricas Z símbolo de la invasión, pocos han osado quejarse abiertamente de la economía. Ahora, el golpe del endurecimiento de las sanciones internacionales, unido a los últimos recortes en presupuestos estatales para todo lo que no sea el Ejército, puede empeorar la situación.

Aunque con el presidente ruso manejando la llave del gas como arma y los precios de la energía disparados en Europa, el golpe está siendo menos rápido de lo previsto. Ahora, la Unión Europea, que se ha mantenido unida frente a la invasión rusa y que ha apoyado férreamente a Ucrania, planea sacar otro paquete de sanciones que buscan apuntar a la línea de flotación de la economía de guerra rusa que, además, va a perder a decenas de miles de reclutas de la cadena de producción. Mientras, Putin trata de completar su viraje total hacia Asia, en China o la India, desde donde también ha recibido últimamente toques de atención por su guerra, que ha sacudido los cimientos a escala global.

Clima de terror

En Rusia, la angustia devora cualquier conversación. Varios analistas y expertos han declinado comentar la movilización por miedo a sus consecuencias penales; incluso si la defienden. “Solo puedo decir que debieron convocarla antes”, opina lacónico uno de ellos. Este miedo es peor en los hogares.

“A un compañero de trabajo le ha llegado una notificación y nos da pánico que también la reciba su hermano. Tiene un hijo en el ejército ahora, es mi ahijado”, dice una moscovita que ha cumplido recientemente la treintena y está de los nervios. Asustada, como muchos otros, no quiere que se publique su nombre y menos en un diario extranjero. “Es muy doloroso, ellos son buena gente, no querían esto. Su madre está en shock”, se lamenta.

Un buen número de ciudadanos rusos dejaron el país con la firma de Putin aún fresca en la orden de movilización, que el Kremlin, pese a las evidencias de reclutamientos indiscriminados, insiste en que es “parcial” y de personas “con experiencia militar”. La movilización no se ha improvisado. En menos de 24 horas, tras el anuncio de Putin y la publicación del decreto de movilización, miles de hombres fueron enviados a entrenar. Algunas empresas del sector de la defensa se estaban preparando desde hacía varios meses, y en las últimas semanas varios decretos han endurecido las penas por desertar y ya introducían el concepto de movilización militar y de guerra, una palabra que las autoridades rusas prohíben para denominar a la invasión a gran escala de Ucrania.

La policía rusa detenía a un manifestante en Mosc´el miércoles.
La policía rusa detenía a un manifestante en Mosc´el miércoles. ALEXANDER NEMENOV (AFP)

Quienes han apostado por irse, utilizan todos los medios a su alcance. Con los vuelos agotados, un joven en la treintena cuenta que se ha marchado en moto. “Estoy en reserva en tiempo de paz. Podían llamarme en cualquier momento”, cuenta. “Tomé la decisión el mismo día. Llamé a un amigo que iba a trabajar a Europa e hicimos las maletas en una hora”. Salieron a última hora de la tarde del día del anuncio de la movilización de San Petersburgo rumbo a Estonia, donde se separaron. El sábado había llegado ya a Bulgaria. “No esperaba la movilización. Nos decían que solo luchaban las tropas especiales, los militares profesionales. Ahora está pasando todo muy rápido. Hay muchas historias, de diversas fuentes, de que llevan a todo el mundo a los centros militares. Absolutamente a todos: gente común, empleados de organizaciones estatales y estudiantes”, afirma el hombre, que espera teletrabajar y no volver “hasta que acabe la guerra”. “No me puedo creer que en el siglo XXI haya conflictos de esta magnitud. Esto es terrible. ¡Necesitamos pararlo!”, lamenta.

Las opciones de quienes tratan de escapar de la movilización son limitadas. Tras la invasión, todos los países de la UE dejaron de volar a Rusia. Ahora, los países bálticos también han cerrado sus fronteras terrestres a aquellos que tienen visados turísticos —Finlandia también está empezando a hacerlo— y a la vez ha asegurado que no darán visados humanitarios, por razones de seguridad, pese a que la Comisión Europea ha recordado que la ley dicta que hay que estudiar todos los casos de asilo. “No es solo una cuestión de no querer recibir a rusos por miedo a que sean agentes. O a que después el Kremlin utilice su presencia allí para justificar cualquier tipo de acción en defensa de personas rusas, como ha hecho otras veces, para lanzar un ataque. Aspiran a que los cierres fronterizos calienten una olla a presión que termine estallando”, señala una diplomática occidental.

Una olla a presión alimentada en Rusia por miles de imágenes de los reclutamientos. Esa guerra en la que morían otros, esa invasión para “desnazificar” al país vecino —gobernado por un presidente y un primer ministro judíos— ya no está lejos, no es solo la propaganda de los medios estatales bullendo desde el televisor. ”El principal problema de Putin es el propio Putin y su confianza de que la gente está de su lado por defecto”, remarca la analista Tatyana Stanovaya, de la consultora R. Politik, con sede fuera de Rusia. “Si los ciudadanos empiezan a quejarse, entonces es porque los boyardos no se han explicado bien”, añade. Como el zar al que aspira a ser en su apetito imperialista, nada es nunca culpa de Putin, según él mismo.

Una de las consecuencias de la movilización, analiza Stanovaya, es que una ciudadanía pasiva y apolítica se lanzará a Internet y las redes sociales en busca de respuestas. Y no hallará ahí lo que quiere el Kremlin.

La llamada a filas ha sido recibida con mucha resignación en las provincias, lejos de la burbuja de las grandes ciudades como Moscú y San Petersburgo. “Me preocupa mi hermano. Tiene la treintena y la formación que piden. He hablado con él, pero le da igual. En provincias mucha gente está desanimada, la vida allí es miserable, y creen que esto es un cambio”, dice aterrorizada por teléfono una joven de una región siberiana próxima a Kazajistán.

El reclutamiento no es igualitario. El Ministerio de Energía ha ordenado a las empresas mineras, petroleras y siderúrgicas que el 100% de sus empleados estén disponibles para la movilización, mientras que han sido eximidos, por ahora, los deportistas del club militar CSKA y los diputados, entre otros colectivos. Además, algunas minorías han sido blanco de los reclutadores. La movilización está sangrando regiones como Buriatia (fronteriza con Mongolia), con una minoría étnica mongola, los buriatos.

Mientras, hay otros rusos que ven esta guerra como una cruzada. Serguéi tiene 56 años y vive en San Petersburgo. En el pasado fue médico militar con el grado de teniente coronel. Este viernes acudió a la oficina de reclutamiento para alistarse como voluntario. “Mi madre era ucrania pura; mi padre mitad ucranio, mitad ruso; y voy a defender siempre a mi familia del fascismo”, dice por teléfono. “Vamos a defender nuestra libertad, no vamos a dejar tirados a los nuestros”, añade tras acusar al Gobierno ucranio con los mismos lemas que ha machacado el Kremlin estos años. “No nos pararán. Si ahora no lo logramos, llamaremos a miles de rusos más. Hasta la victoria”, subraya.

A otros rusos que durante meses apoyaron la ofensiva de su Ejército los han asaltado de pronto las dudas. Es el caso de Mijaíl, posible candidato al frente al rozar los 30 años. Era un firme defensor de la guerra en todas las discusiones, pero el anuncio de la movilización fue un jarro de agua fría para él. “Espero no entrar en la primera ola, luego ya veremos”, comentó el miércoles por teléfono. Días más tarde había asimilado lo que significa una guerra como la desatada por su país a cientos de kilómetros al sur de su San Petersburgo natal: “Estoy asustado”.

Poca afluencia en las protestas

Las protestas se diluyeron con la lluvia moscovita este sábado. En la céntrica plaza de Chistye Prudy, apenas unas decenas de manifestantes se atrevieron a salir en la segunda jornada de protestas ante cientos de policías, y fueron detenidos uno tras otro.

 

"¿Queréis acabar como yo?", mostraba en un cartel Natalia, una mujer en silla de ruedas a la que le faltaba una pierna. "Esto es muy triste", dijo tras evitar ser detenida por el impacto que hubiera tenido tras ser rodeada por decenas de agentes. Menos suerte corrió otra mujer que era escoltada hacia los furgones. "¡Esto es todo! ¡A nadie le importa! ¡A nadie le importa! ¡Vamos a la guerra!", cantaba ante la indiferencia de los paseantes.

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