_
_
_
_
_

Anatomía del insulto en Colombia

El escritor Juan Álvarez reflexiona en un ensayo sobre la ofensa como punto de observación del lenguaje, la historia y el poder

Francesco Manetto
El escritor colombiano Juan Álvarez.
El escritor colombiano Juan Álvarez. CAMILO ROZO

Hablar de insultos puede parecer un ejercicio tautológico, una recreación innecesaria. Es fácil creer que la ofensa, en su fase más literal, se explica sola. Que, como se suele decir erróneamente de un chiste, no necesita más. En Colombia, un país donde palabras como gonorrea son frecuentes y, Netflix mediante, han conformado un imaginario alterado de un patrimonio lingüístico, el agravio, verbal y no verbal, es en realidad un asunto de máxima seriedad. Tiene que ver con la historia, con el drama del pasado y las tensiones del presente. Y, más en general, su observación ayuda a pensar algunos acontecimientos, los resortes del poder y a entender mejor los rasgos de una sociedad.

Así que no se trata de hablar de una mera expresión o vocablo, sino de un hecho. Un “hecho del lenguaje”. Juan Álvarez (Neiva, 1978), narrador y novelista, llega al ensayo tras años de reflexiones que empezaron a plasmarse durante un doctorado en estudios culturales en la Universidad de Columbia de Nueva York. Insulto. Breve historia de la ofensa en Colombia (Seix Barral) no es un inventario de injurias nacionales ni de locuciones popularizadas por las series de televisión. Es un libro que aborda el comportamiento en un sentido amplio: en el ámbito literario, político y en esa conversación digital incesante donde proliferan los comentarios efímeros. De la Independencia al día del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, de José María Vargas Vila a Fernando Vallejo, este es un intento, soportado por una valiente apuesta editorial, de comprender algunos engranajes clave de la retórica.

Pero, ¿por qué el insulto? “Creo que fue el hecho de que era una manera de estar cerca de la idiosincrasia, de la historia, de las tensiones contemporáneas de Colombia, pero al mismo tiempo no estar tan cerca”, explica Álvarez. Un lugar “en el que tratar la violencia, acercarte a ella, tantearla, sin entrar en la trampa”. Una forma, en definitiva, de pensar sobre el lenguaje desde un punto de observación privilegiado, al mismo tiempo “semicolombiano, pero no plenamente nacional”.

“Quizá no haya, no sea posible, un discurso del insulto”, concluye el autor en las últimas páginas. Pero el agravio sí es un recurso útil para ver, o volver a ver, qué nos pasó y qué nos pasa. “Lo que parece cierto es que permanece en el campo del descrédito retórico. Es una de esas cosas que están desacreditadas, como elogiar en exceso”, razona Álvarez sentado en un local del norte de Bogotá. Ese prejuicio suele limitar la investigación crítica de este hecho lingüístico. “Estamos acostumbrados al maltrato que se hace con las palabras y hay muchas otras formas de maltratar con el lenguaje. Con el silencio, por ejemplo”.

“La gente estaba obsesionada con la idea de que pensar el insulto era pensar un catálogo de groserías”, continúa. En cambio, precisamente las acciones de ofender o sentirse ofendido “pueden ser colectivas, muy amplias, y en esa medida están sintetizando millones de operaciones mentales”. “Cuando un ministro de Exteriores escribe una carta a otro para decir que han deshonrado una bandera, un símbolo”, esa falta de respeto descubre algunos sentimientos que, en ocasiones, pertenecen a una multitud. También por esta razón, las modalidades y los tiempos del agravio son tan relevantes.

Hoy lo observamos cada vez que nos asomamos a internet, a las redes sociales. Parecería que el perjuicio debe ser un objetivo de todo el que expresa una opinión. Y probablemente esta sea una visión algo superficial que, como señala Álvarez, olvida lo más importante. Esto es, los efectos de estas estructuras digitales. “Estamos en el albor de internet y ciertamente la arquitectura promueve lo declarativo, no estimula las preguntas, no estimula los dibujos, los sonidos… Claro que los seres humanos nos estamos convirtiendo en medios al mismo tiempo. Hemos estimulado la declaración tajante, atractiva, nos hace pensar que [la red] es un cultivo de pasiones y de la ofensa, pero hay que tener cuidado en categorizarlo. Desde el insulto me parece interesante qué puede haber que estimule estos comportamientos”, reflexiona.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Mientras tanto, esas figuras clave de la vida pública, los asesores de comunicación política, aprovechan estas herramientas en función de una estrategia. “Hay una industria de los sentimientos en internet y, más aún, de los sentimientos en época electorales”. Los que quieran ir más allá de las recetas, del marketing a secas, tendrán en este ensayo una brújula para comprender, en profundidad, cómo funcionan algunos dispositivos del lenguaje.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Francesco Manetto
Es editor de EL PAÍS América. Empezó a trabajar en EL PAÍS en 2006 tras cursar el Máster de Periodismo del diario. En Madrid se ha ocupado principalmente de información política y, como corresponsal en la Región Andina, se ha centrado en el posconflicto colombiano y en la crisis venezolana.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_