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ENSAYOS DE PERSUASIÓN
Columna
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La batalla cultural llega al mundo de la gran empresa: beneficios o activismo

Una parte de la derecha está regresando a la vieja tesis ‘friedmanita’ de que la única obligación de una empresa es ganar dinero

CNMV
El presidente de CNMV, Rodrigo Buenaventura, durante el ESG Summit Europe forum en el Palacio de Cibeles el pasado septiembre.Alberto Ortega (Europa Press/Getty Images)
Joaquín Estefanía

Acérquense a los medios de comunicación. Fíjense en su publicidad. Aparecen en ella anuncios de empresas, preferentemente financieras o energéticas, que se refieren a sí mismas como inclusivas, renovables, socialmente útiles, bien gobernadas, etcétera. Valores que, en el pasado, no eran resaltados de modo suficiente. Antes solo había dos tipos de empresas, las rentables y las que estaban en pérdidas. Ha llegado a las empresas la batalla cultural: el mercado de las ideas.

La triada “medioambiental, social y gobernanza corporativa” (ESG, en sus siglas en inglés) aparece por primera vez en 2004, en un informe propiciado por el entonces secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, que firmaron algunos de los bancos más importantes del mundo, como Goldman Sachs, Morgan Stanley, Deutsche Bank, Credit Suisse, BNP Paribas… Se titulaba Quien se preocupa, gana y contenía una serie de recomendaciones. La forma en que las empresas manejaran las cuestiones relacionadas con el cambio climático, sociales, de buena gobernanza, podrían contribuir al “desarrollo sostenible de las sociedades en las que operan” y al mismo tiempo “aumentar el valor para el accionista”; en consecuencia, tendrían un fuerte impacto en su reputación. Había que invertir teniendo en cuenta las preocupaciones sobre el medio ambiente y los distintos recursos, intentando beneficiar a la sociedad con esas decisiones, y dirigir las empresas con criterios inclusivos y de transparencia.

Cuenta esta historia el periodista Ramón González Férriz en su último libro, Los años peligrosos. Por qué la política se ha vuelto radical (Debate). Los criterios ESG se instalaron en la cultura empresarial y trataron de responder a un célebre artículo de Milton Friedman, publicado en The New York Times en 1970, titulado expresivamente La responsabilidad social de las empresas consiste en aumentar los beneficios. En él, el padre de la Escuela de Chicago definiría el capitalismo de las décadas siguientes: las empresas creen que defienden el libre mercado cuando dicen que no solo se preocupan de los beneficios sino también de los fines sociales deseables, y que las empresas tienen “conciencia social”. En realidad, defiende Friedman, quienes hablan así, por muy empresarios que se digan, propagan “socialismo puro”; las empresas “tienen una y sola responsabilidad social: utilizar sus recursos y llevar a cabo actividades concebidas para aumentar los beneficios de acuerdo con las reglas del juego”.

Estas tesis friedmanitas, consideradas despiadadas durante mucho tiempo, fueron embestidas, al menos teóricamente, por los criterios ESG. Ahora se retoma aquella batalla entre dos formas diferentes de entender el capitalismo. En la actualidad, siguiendo el soplo derechista que parece ser tendencia en casi todas las partes, cambia el sentido. Según la crónica de Miguel Jiménez Una propuesta de ley pide cárcel por invertir con criterios sociales en EE UU, EL PAÍS del 22 de enero pasado, los gobiernos republicanos de Florida, Texas, Luisiana y Carolina del Sur han castigado a firmas de inversión por abrazar los criterios ESG, y más de una docena de Estados republicanos están promoviendo leyes anti-ESG para impedir que se gestionen fondos públicos con esos criterios o que se concedan licitaciones a empresas que los apliquen de forma que consideren discriminatoria.

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Unos meses antes de las elecciones presidenciales que pueden volver a llevar al empresario Donald Trump a la Casa Blanca, el Partido Republicano ha emprendido una ofensiva contra el uso de las pautas citadas en las decisiones de inversión porque las consideran activismo progresista. El esquema argumental es el siguiente: inversiones ESG, ganancias no percibidas, activismo social y político, capitalismo woke.

He aquí el modo en que las empresas se han convertido en uno de los frentes de la guerra cultural en EE UU. Como subraya González Férriz, de todos los cambios que se han producido en el mercado de las ideas tal vez el del relato de las empresas haya sido el más sorprendente. Hay una parte de la derecha que entiende que los aspectos progresistas que parecieron abrazar algunas grandes empresas (energéticas, financieras, tecnológicas…) responden a una conjura globalista.

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