_
_
_
_
_
PERFIL
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Theodore Zeldin, el viejo sabio que explora la amistad y el arte del paseo

El reconocido profesor de Oxford vertebra gran parte de su obra en torno a nuestra capacidad de comunicarnos en encuentros sinceros

Theodore Zeldin
Luis Grañena

Theodore Zeldin lleva años diciendo que debemos recordar a los de antes. Que, para ser verdaderamente libres, conviene cavar una zona más amplia que la de nuestros antepasados y comprender primero sus emociones y ambiciones personales. A sus 90 años recién cumplidos, este profesor de Cultura Francesa en Oxford sigue defendiendo que la gran posibilidad como especie está en nuestra capacidad de recordar y comunicarnos. Los humanos ya hemos encontrado en el pasado maneras virtuosas para vivir y debemos ser nosotros, los de ahora, quienes profundicemos en la compasión y el entendimiento. Y para atrevernos a vivir, debemos atrevernos primero a expresar nuestros sentimientos más hondos. Debemos conversar. Porque “el ruido del mundo está hecho de silencios”.

Tenía que ser un historiador de pelo largo, estupendas chaquetas de tweed y ojos soñadores quien reclamase lo humano que nos conecta en lo profundo. Zeldin propone las mismas respuestas que dio un poeta chino de hace 20 siglos para alguien con un problema de hoy. Quizá su gran ventaja fue haber sido una criatura híbrida. Nació en 1933 en las laderas del monte Carmelo, en la Palestina británica, hijo de judíos rusos que después se nacionalizarían británicos tras marcharse durante la crisis de Suez. Su origen determinó un contacto con la realidad a través de la sensualidad del mundo árabe y a la vez la gran disciplina semita. Antiguo decano del St. Anthony’s College de Oxford y pareja de la exitosa lingüista Deirdre Wilson, Zeldin ha hecho de la conversación y el encuentro sincero el eje de su obra. En sus libros Los placeres ocultos de la vida, Conversación o Historia íntima de la humanidad aporta una mirada radical que habla de cómo los seres humanos han perdido y recuperado la esperanza, cómo los hombres y mujeres han aprendido a conversar o cómo se han inventado nuevas formas de amor.

Este hombre de sonrisa tímida y curiosidad punzante explora la amistad, el arte del paseo, los placeres que nos hacen verdaderamente humanos. Y lo hace a través de la palabra justa, sin pomposidad. Un pensamiento que pincha el corazón y propone conectar las mentes a través de la belleza, en las emociones profundas. Para su imprescindible Historia íntima de la humanidad (Plataforma Editorial) entrevistó a personas de toda condición y las conectó con figuras del pasado estableciendo puentes oblicuos. Al historiador más afrancesado de Inglaterra le ha interesado más el contacto con las mujeres que con los hombres, proponiendo habitar de lleno un tiempo para el descubrimiento mutuo. Habló largamente con la artista española Alicia Ríos, amiga íntima suya desde los ochenta para su capítulo ‘Por qué se ha progresado más en cocina que en sexo’. Zeldin se quedó prendado de su conversación y su estética. Cuando se conocieron, cuenta Ríos por teléfono, ella iba vestida con ropa japonesa, con el flequillo cortado “como si fuera un casco”. Zeldin se aproximó con curiosidad. Dice Alicia que Theodore no se parece en nada al resto de los europeos o ingleses que no sean mediterráneos porque “les ha sido privada la experiencia del placer”.

Para Zeldin, los tenedores y las cucharas han hecho más por la reconciliación que las bombas y cañones. Fue una de las primeras personas del mundo académico que vio en la comida una parte importante de la cultura. “Fue algo revolucionario”, cuenta por correo electrónico la escritora y antropóloga Claudia Roden. La hoy papisa del pensamiento gastronómico estudió en el mismo colegio egipcio que el Zeldin niño, aunque no lo trataría hasta llegar a Oxford. Allí, en los ochenta, Zeldin creó junto al escritor culinario Alan Davidson su simposio de gastronomía, un espacio de reflexión donde conectaron la capacidad de la comida para movilizar todas las dimensiones de la cultura y trascender toda norma social. A Claudia Roden también la entrevistó para sus libros. Una vez se sentó a su lado y le preguntó: “Claudia, ¿qué te hace feliz?”. La escritora recuerda que era halagador que un académico hiciera preguntas personales y pareciera realmente interesado en los pensamientos y sentimientos del otro, porque Zeldin hace preguntas poco frecuentes. Y las hacía con “una pequeña sonrisa enigmática, enormemente atractiva”.

Si quieres apoyar la elaboración de periodismo de calidad, suscríbete.
Suscríbete

Aunque sea una celebridad académica, Zeldin sigue siendo un misterio, incluso para quienes lo conocen. Aceptó una entrevista para este periódico hace varias semanas, pero prefirió posponerla pasado el verano sin dar demasiadas explicaciones. Retirado de los focos, pasa sus días en su casa art déco en las afueras de Oxford, dedicado “a la jardinería, a sus pinturas y a arreglar cosas”. Igual que resulta enigmática la vida privada de quien se ha dedicado a investigar la de los demás, llama la atención que su aportación intelectual haya quedado algo apartada del candelero. Quizá, sus libros han sido confundidos con la perversa corriente del pensamiento positivo o como una aproximación colorista al devenir humano. Su Historia íntima de la humanidad desapareció de las librerías españolas inexplicablemente durante algunos años. Theodore Zeldin sigue siendo un desconocido para una gran parte de la intelectualidad. Hoy, su propuesta de entendimiento en un mundo hiperconectado se antoja refrescante. Leerlo es una reconciliación con nosotros mismos.

Apúntate aquí a la newsletter semanal de Ideas.

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_