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Y la izquierda chilena se embriagó

Destacados intelectuales chilenos analizan la victoria del Rechazo en el plebiscito constitucional que obliga a Boric a reconfigurar su estrategia

Armando Quesada Webb
Chile Constitución
Partidarios del Rechazo en Santiago, Chile, el pasado 4 de septiembre.MARTIN BERNETTI (AFP)

La aplastante victoria del Rechazo en el plebiscito constitucional del 4 de septiembre ha dejado al presidente Gabriel Boric, y a los grupos a favor del nuevo texto, en una posición que les obliga a buscar el diálogo y la moderación. Eso es lo que hizo la izquierda, de hecho, en los años noventa.

El geógrafo Jared Diamond tiene un corto pero muy valioso análisis del proceso de conciliación que se llevó a cabo en el Chile posterior a la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990). Lo reflejó en su libro Crisis: Cómo reaccionan los países en los momentos decisivos (2019). Según Diamond, la izquierda de aquel momento tuvo que dejar la intransigencia del pasado y aprender a tolerar y a negociar para poder llegar a acuerdos con otras fuerzas políticas, y así poder comenzar a sanar las heridas históricas e iniciar la reconstrucción del país. Fue así como se originó la Concertación, la coalición que gobernó el país hasta 2010. Lo sucedido durante ese periodo de la historia de Chile puede servir de referencia para que el nuevo proceso constituyente sea exitoso.

La retórica conciliadora y los últimos cambios en el gabinete de Boric son indicadores de que el mandatario chileno ha entendido cuál es su situación. No está claro si se puede decir lo mismo de los otros sectores que promovían el cambio.

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Los convencionales —representantes elegidos democráticamente para redactar la nueva Constitución que se votó en referéndum— aspiraron a elaborar un texto de corte ambientalista, feminista e indigenista, que sirviera de base para lidiar con la enorme desigualdad del país suramericano. Les empoderaba saber que un 78% de los ciudadanos se habían inclinado por convocar una Convención Constituyente en 2020. El resultado de aquel año “embriagó” a la izquierda, según dice por videollamada Diana Aurenque, directora del Departamento de Filosofía de la Universidad de Santiago de Chile. Los grupos de izquierda pensaron que la mayoría del pueblo comulgaba con sus posturas, pero finalmente solo un 38% de la población votó por el Apruebo.

Aurenque y otros expertos coinciden en que el resultado del plebiscito no se puede atribuir solamente a una causa. La baja aprobación del Gobierno de Boric (en agosto rondaba el 37%) y las conductas inapropiadas del algunos convencionales definitivamente afectaron al resultado. Pero el contenido del texto, como tal, fue uno de los catalizadores más determinantes. Incluía puntos controvertidos como la declaración de un “Estado plurinacional” y el establecimiento de “tribunales indígenas”, que azuzaron el temor a que se terminara en un país con dos sistemas judiciales. También generó mucha discusión el reconocimiento al derecho a la vivienda, que, según la oposición, abría la puerta a las expropiaciones.

Para Eugenio Tironi, doctor en sociología y director de Comunicaciones del gobierno del Presidente Patricio Aylwin (1990-1994), en la Asamblea Constituyente “todo llamado a la moderación fue destrozado”. “Aquí se pasó de un paper a una Constitución sin mediación política, histórica o etnográfica”, explica el académico desde Santiago. Tironi sostiene que varios de los puntos que generaron escándalo —como la descentralización del Estado o el reconocimiento a los pueblos indígenas— habrían tenido una mayor aceptación de haberse incorporado con “más mesura”.

El sociólogo, además, explica que hay que entender los diferentes momentos históricos en que se dieron los plebiscitos. El proceso que llevó a la aprobación de la Convención Constituyente nació de las revueltas de 2019, las más grandes de la historia democrática de Chile, que dotaron a la izquierda universitaria de legitimidad como actor político. Pero entre ese momento y 2022 hubo una pandemia y unas elecciones presidenciales (en las que la extrema derecha de José Antonio Kast triunfó en primera ronda); además, la inseguridad se agravó y la economía experimentó un deterioro importante. El clima era otro y la izquierda no fue consciente de ello.

“Los convencionales no fueron sensibles a este cambio de la opinión pública y abrazaron las causas que los habían puesto en la convención”, explica Tironi, quien califica esta conducta como una muestra de inexperiencia política.

El resultado del plebiscito fue un jarro de agua fría para la izquierda. Se aplicó por primera vez la participación obligatoria y el resultado puso en evidencia una “desconexión con el Chile real”, según apunta mediante videoconferencia Ascanio Cavallo, periodista, analista político y miembro de la Academia Chilena de la Lengua. Mientras el país estaba atravesando un estado de “semirecesión” y las preocupaciones del ciudadano común se centraban en la falta de empleo y el costo de la vida, la Convención tenía, de acuerdo con Cavallo, otras preocupaciones, “muy de estudiantes, muy de clases altas”. Por eso al analista no le sorprende que la mayoría de los votos en contra de la Constitución hayan venido de los sectores más pobres de la sociedad chilena.

En las filas de la izquierda se ha popularizado el relato de que la victoria del Rechazo fue fruto de las noticias falsas y de campañas de miedo de la derecha que pronosticaban la transformación de Chile en otra Venezuela. Para Cavallo, sin embargo, es hora de que asuman la derrota: “Yo creo que tienen que dar una explicación a una cosa que no entienden y siguen sin entender”. Cuando los números muestran una diferencia tan clara, el argumento de las fake news pierde fuerza.

La izquierda fracasó en este primer intento de enterrar la Constitución de 1980, ese vestigio de la dictadura militar, pero su lucha no ha terminado. El presidente ha confirmado el inicio de un segundo proceso, ya que el mandato del pueblo para dar con un nuevo texto sigue vigente. La izquierda deberá, tal vez, tomar el camino de la moderación, acercarse a las preocupaciones de la ciudadanía y no repetir errores.

“Chile no necesita ningún extremo y Boric debe ser un presidente de ese medio. Es difícil hacerlo cuando has criticado a los gobiernos anteriores por hacer justamente eso”, explica la filósofa Aurenque. Boric ya no es un líder estudiantil, ahora es el presidente y debe lidiar con la realidad de la política. Los relevos de figuras clave en su gabinete —dando espacio a políticas tradicionales de la Concertación— y los primeros acercamientos al centro son la señal de un cambio, pero convencer a la oposición no será fácil. “En Chile veo muy poca generosidad de lado a lado. Como ciudadanos debemos exigir más esa grandeza política. Hacer política de verdad y no solamente ataques oportunistas”, señala la pensadora.

Mientras Boric comenzaba a buscar ese “camino medio”, los movimientos estudiantiles iniciaron nuevas protestas y tomaron estaciones de metro en Santiago. Así, como uno de esos estudiantes, estuvo Boric hace algunos años: manifestándose en las calles y exigiendo un país mejor. Ahora, como presidente, debe gobernar tanto para ellos como para ese 62% que votó en contra de la Constitución. Con un país fracturado, está obligado a apuntar alto y tiene que aspirar a construir, como dijo en 1990 Patricio Aylwin, “un Chile para todos los chilenos”.

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Sobre la firma

Armando Quesada Webb
Periodista costarricense. Escribe en El País Semanal y colabora con el suplemento Ideas. Antes de incorporarse a EL PAÍS pasó por varios medios de comunicación en Costa Rica. Cursó el máster de Periodismo UAM-El País en la promoción 2021-2023.

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