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El filósofo que prefirió ser libre a descansar

En el centenario de su nacimiento, las ideas del grecofrancés Cornelius Castoriadis, uno de los filósofos más influyentes del siglo pasado, nos ayudan a aclararnos en estos tiempos convulsos

Mar Padilla
Cornelius Castoriadis
Cornelius Castoriadis en París (Francia) en 1990.Ulf Andersen (Getty Images)

Que no hay alternativa a cómo vivimos es solo una frase de Margaret Thatcher. Más allá de la propaganda contra la esperanza, en nosotros pervive la capacidad de moldear la realidad y hacerla menos inhóspita. Eso afirma Cornelius Castoriadis, de quien estos días se cumple el centenario de su nacimiento. Filósofo de la provisionalidad, la complejidad y la vulnerabilidad en todo lo humano —­algo indómito en su época, plagada de concepciones binarias graníticas—, su legado es hoy de máxima actualidad.

Nacido en Estambul en 1922, sentenciado por fascistas y comunistas en Atenas, exiliado en París, donde murió en 1997, fundador de Socialismo o Barbarie —grupo al que estuvieron ligados Guy Debord o Edgar Morin—, Castoriadis fue un motor de transformación de alto voltaje: combatió a los nazis, fue trotskista, agitador político y cultural, pianista y amante del free jazz de Ornette Coleman, pensador, director de la muy parisiense Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, economista sin papeles y alumno de Lacan hasta que devino psicoanalista y refutó al maestro.

Figura incómoda por su temprana crítica a la deriva autoritaria soviética y a los que eligieron ignorarla, Jean-Paul Sartre diría de él años después: “Castoriadis tenía razón, pero en el momento equivocado” (a lo que el aludido contestó jocosamente que el pensador existencialista “vivió equivocado en el momento oportuno”). Inspirador del Mayo del 68 francés, dejó una obra intelectual a contracorriente de casi todo. Destapó la inherente falsedad de los dogmas y acuñó conceptos como la imaginación radical, lo instituido y lo instituyente o las significaciones imaginarias sociales, conceptos en los que revela la capacidad real de crear, enunciar y trabajar en proyectos vitales y sociales emancipadores.

Descansar o ser libres

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Tuvo seguidores como Jürgen Habermas, Ágnes Heller o Zygmunt Bauman, y la frase de Tucídides “hay que elegir: descansar o ser libres” define su pensamiento. Frente a abstracciones teóricas, Castoriadis describe la realidad de la labor de transformación colectiva, y frente a la doctrina del progreso —incontestable en su tiempo—, aboga por abandonar la idea de desarrollo técnico en favor de la noción de cambio. Visionario, fue uno de los primeros en subrayar la importancia de acabar con el imaginario de la expansión ilimitada y la acumulación. “Todo depende de eso, de la destrucción de ese imaginario”, advirtió.

En libros, conferencias y entrevistas, Castoriadis nos recuerda que cada momento histórico construye su modo de pensar y habitar el mundo. Es su tesis del imaginario social, esa que afirma que “somos quienes creamos nuestras propias instituciones sociales, nos damos nuestras propias leyes, somos quienes podemos decidir cómo vivir en sociedad”, tal y como explica Marcela Tovar-Restrepo, autora de Castoriadis, Foucault and Autonomy. New Approaches to Subjectivity, Society and Social Change [Castoriadis, Foucault y la Autonomía. Nuevos enfoques de la subjetividad, la sociedad y el cambio social].

Lejos de utopías y heroísmos, Castoriadis abre una ventana de posibilidad: la democracia plena y participativa, un cruce entre la polis griega y una nueva y más radical Ilustración, dos sucesos tan reales y humanos como nuestros antepasados de piel ajada. Ese camino bastardo donde “lo antiguo entra en lo nuevo”, dice, puede conducirnos a una sociedad más autónoma y libre que deje atrás las sociedades heterónomas —ya viejas— guiadas por supuestas estructuras o fuerzas ajenas a las personas: Dios, la razón, el imperio o la ciencia.

Atento lector de los antiguos griegos, su tesis es que la democracia debe ser una actividad colectiva que no se deje en manos de representantes políticos: “El poder de la población no puede consistir en domingos de libertad política que suceden a semanas de esclavitud en el trabajo”, reflexiona el autor de Hecho y por hacer. Pensar la imaginación. Pero ese poder cívico es una labor diaria. Debe ejercerse de forma consciente, advierte, porque la democracia no es sagrada. “No nos es dada como un regalo. No hay un garante. Es y será lo que nosotros creamos en y a través de la historia”, escribe David Ames Curtis, estudioso del grecofrancés.

Un sistema político vivo

Castoriadis es un filósofo fuera de la academia y, a su vez, clásico, en el sentido de que el suyo es un pensamiento siempre activo, “vivo, presente, actual, cuya originalidad estriba en que, en la alternativa fatal entre razón abstracta y pulsión identitaria, ofrece una vía de escape”, según Amador Fernández-Savater, autor de Habitar y gobernar; inspiraciones para una nueva concepción política. Frente al filósofo convencional, Castoriadis es un pensador que ve una salida donde “lo político se entremezcla con la creación de nuevas formas de vida, en nuevos modos de relación con el trabajo, el disfrute, el cuerpo o la muerte”, afirma.

En este momento de crisis civilizatoria, el rastro de sus ideas está en las acciones cotidianas de los movimientos feministas, contra las energías contaminantes o en las reflexiones “sobre las cuestiones de manipulación política por la informatización de nuestra vida”, según explica Adrián Almazán, doctor en Filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid. Su rastro está también en los debates sobre el espacio público urbano o el consumo de carne, “demostraciones de esa política viva que va más allá de las jornadas electorales”, señala Xavier Pedrol, doctor en Derecho de la Universidad de Barcelona. Porque la política es una acción viva, de la misma manera que “la libertad es una actividad, esa que sabe que puede hacer cualquier cosa, pero no hace cualquier cosa”, nos advierte Castoriadis. Pero no hay que confundir la libertad institucional y libertad material, en el sentido de liberarse de tareas cotidianas para delegarlas en otros, según Aurélien Berlan, autor de Terre et liberté. “La autonomía real empieza por hacernos cargo de nuestro alrededor más inmediato y adquirir una presencia más participativa”, afirma Berlan.

La democracia y el imperio

Si, según Castoriadis, las guerras no se hacen entre hombres, sino entre diferentes significaciones imaginarias sociales, la invasión de Ucrania puede leerse como una lucha entre lo constituido y lo constituyente, entre el viejo mundo imperial y la democracia. En 1981, en su libro Ante la guerra ya advirtió: “En Rusia lo militar y lo político van siempre de la mano con una constancia imperturbable, fuera del tiempo, independientemente del clima internacional”. Denuncia la atroz diferencia entre ese estrato político y militar ruso, que no rinde cuentas a nadie, y el estrato civil, en perpetuo “estado de postración y de penuria, apenas perturbada periódicamente por algunas reformas y chapuzas incoherentes e ineficaces”. En esa tesitura, el autor alerta sobre la ingenuidad occidental —”confort mental”, lo llama— al subestimar “la única ideología que permanece o puede permanecer viva en Rusia: el chovinismo imperial”.

Pero nada es fácil. A su vez, Castoriadis destapa la trampa de maniatar la democracia a la ideología capitalista. “El capitalismo parece haber logrado fabricar al fin el tipo de individuo que le corresponde: uno perpetuamente distraído y zapeando de un ‘goce’ a otro, sin memoria ni proyecto”, denunció profético en los años noventa.

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Sobre la firma

Mar Padilla
Periodista. Del barrio montañoso del Guinardó, de Barcelona. Estudios de Historia y Antropología. Muchos años trabajando en Médicos Sin Fronteras. Antes tuvo dos bandas de punk-rock y también fue dj. Autora del libro de no ficción 'Asalto al Banco Central’ (Libros del KO, 2023).

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