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“Iolas está podrido”: ruinas, venganza y abandono en la mansión del galerista de Warhol

La residencia del descubridor de Andy Warhol y pope del surrealismo, Alexander Iolas, fue saqueada y vandalizada tras su muerte. Pero, como ocurre con todos los sitios de martirio, con el tiempo se convirtió en un templo que aún atrae devotos

Alexander Iolas, retratado en su casa en Atenas en 1983. Al fondo, bar escultórico en forma de gato de Claude & François-Xavier Lallane.
Alexander Iolas, retratado en su casa en Atenas en 1983. Al fondo, bar escultórico en forma de gato de Claude & François-Xavier Lallane.Arnold Newman (Getty)

Se hacía llamar María Kallas, y como la soprano en Medea, desencadenó una tragedia con su venganza. Ocurrió en 1985. Después de que el galerista Alexander Iolas le echara por robo de la mansión ateniense retratada en este reportaje, Maria Kallas, un travesti al que había empleado allí como ayudante, empezó a acusarle de tráfico de drogas, pedofilia y contrabando de antigüedades. “Las orgías romanas de Iolas”, “Iolas está podrido”, sentenció el coro de la prensa sensacionalista en Grecia. Y fue tal el odio que estos periódicos generaron que, cuando al cabo de solo dos años murió Iolas, esa ira no desapareció del todo: recayó sobre su famosa colección de arte.

Desprotegida por las autoridades, la residencia del galerista a las afueras de Atenas fue saqueada y vandalizada. Un día, los intrusos le prendieron fuego a una de sus antigüedades egipcias. Otro, quemaron sus catálogos. La ultrajaron con pintadas, rompieron los muebles. Pero, como ocurre con todos los sitios de martirio, con el tiempo Villa Iolas (así se la empezó a llamar) también atrajo a algunos devotos. “La visité hace unos años y encontré la agenda telefónica de Iolas. Tenía apuntados los números de Duchamp, de Peggy Guggenheim en Venecia, de Magritte… Era un hombre fascinante”, cuenta por correo el artista griego Andreas Angelidakis, a quien esa visita clandestina le inspiró varias obras. “La casa de Iolas fue una meca de vanguardia en una Grecia llena de mediocridad y homofobia”, dice el también artista griego Angelo Plessas al hablar de su visita. “Yo era un niño, pero me acuerdo muy bien de la dureza de los ataques y las calumnias de la prensa que llevaron a su abandono”.

Si en su decadencia la mansión de Iolas se convirtió en un símbolo de su caída, es porque antes lo fue de su grandeza. Eleni Coutsoudis, sobrina y heredera del galerista, explica en el documental Villa Iolas (2017) que fue el padre de Iolas, un comerciante de algodón egipcio, quien en 1950 comenzó a construir la casa en un terreno de la zona de Agia Paraskevi, al noroeste de Atenas. Para entonces el nombre de Alexander Iolas ya era muy conocido en el mundo del arte y, como el de rey macedonio que lo había inspirado, estaba unido a numerosos periplos. Nacido en Alejandría en 1907, Iolas aún se llamaba Constantinos Coutsoudis cuando de adolescente se hizo amigo de Kavafis, el gran poeta de esa ciudad. Fue él quien le animó a mudarse a Atenas, un lugar en el que, alentado esta vez por el prestigioso director de orquesta Dimitris Mitropoulos, aprendió piano y dio sus primeros pasos como bailarín. En 1930 dejó Grecia para estudiar danza en la escuela de Tatiana y Victor Gsovsky en Berlín, pero el auge de los nazis (y la paliza que contaba que le dio un grupo de estos) hizo que se fuese a París. Allí tuvo lugar su famoso encuentro con una pintura de De Chirico en una galería. “Nunca había visto un cuadro moderno”, recordaría Iolas. “Las frecuentes visitas que hice allí fueron la semilla de mi deseo de ser galerista”.

Su buena estrella le siguió en 1935 hasta Nueva York, donde ya con su nuevo nombre, y después de una década haciendo ballet en compañías como la de Balanchine, dejó la danza y empezó a dirigir Hugo Gallery, una galería auspiciada por la aristócrata Maria dei Principi Ruspoli (casada con un bisnieto de Víctor Hugo), y donde la apuesta que hizo Iolas por el surrealismo propició colecciones tan importantes como la de la familia De Menil en Houston. Iolas expuso a Magritte, a Max Ernst, a Leonor Fini… Y en 1952, los dibujos inspirados en Truman Capote de Warhol en la que fue la primera exposición de este artista, a quien Iolas descubrió y con quien compartía el gusto por lo marginal y lo rocambolesco. “Andy adoraba a Iolas”, escribe Bob Colacello en sus memorias sobre sus años junto a Warhol. “Con sus extravagantes trajes de satén turquesa y esmeralda, y sus plataformas tapizadas a juego, pasaba por una de sus superestrellas”.

Su edad de oro se produjo en los años sesenta con la expansión de la Iolas Gallery (ahora era el dueño), una de las primeras en crecer a través de una red de sedes internacionales. Iolas abrió en París, Milán, Ginebra, Madrid… o en Atenas, a donde había regresado cada verano y donde su mansión había ido transformándose a medida que triunfaba. No es solo que en 1971 Iolas mandara construir una segunda planta, o que la superficie inicial de 50 m² acabara siendo 35 veces superior. Tras los portones de bronce grabado de la casa (se cree que en parte estaba diseñada por Dimitri Pikionis, el arquitecto de los accesos modernos a la Acrópolis) una miríada de obras de arte y antigüedades sin igual en Grecia llenaba las distintas habitaciones de mármol y convertía la visita a la cocina en una clase magistral de arte: de un salón dedicado a la Antigua Grecia se pasaba a otro sobre el periodo bizantino o a uno con obras de Picasso. Los espacios que aparecen en este reportaje son consecuencia de la muerte de Max Ernst en 1976, un suceso que llevó a Iolas a clausurar sus galerías, tal y como le había prometido a este artista que haría cuando faltase, y a retirarse de manera permanente en Atenas. Según explica Eleni Coutsoudis, su tío no sabía estar desocupado, así que empezó a llevar la mansión como si de una nueva galería se tratase, llenándola de obras de Warhol, Niki de Saint-Phalle y otros artistas con los que había trabajado. “Estaba harto de pagar 700.000 dólares en gastos de almacenaje”, dijo en 1981 Iolas quitando importancia a la presencia en la casa de aquellas piezas. Pero la excusa, si es que lo era, se quedaba corta, cuando invitaba a artistas como Marina Karella a crear allí obras nuevas, o cuando diseñaba espacios sorprendentes como su baño, cubierto por un techo dorado. “La casa fue la mejor galería de todas las que dirigió”, opina Coutsoudis.

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El gran error de Iolas fue abrir las puertas de este reino de vanguardia a la opinión pública de Grecia, mediante una entrevista concedida en su casa en 1983. Opinó con osadía sobre la sociedad de su país y, en particular, sobre la llegada al poder del presidente Papandréu. Sus declaraciones no hicieron gracia en Atenas, y lo convirtieron en alguien incómodo para la República Helénica: dos años después, la tal María Kallas solo tuvo que arrojar una cerilla a la hoguera.

Alexander Iolas murió de complicaciones derivadas del sida en un hospital de Nueva York el 8 de junio de 1987, supuestamente con el deseo de que su casa se convirtiera en un museo que ayudara a redimirle en Grecia. Su sobrina lo niega. “A mi tío le daba igual lo que ocurriera con la casa. Solía citar a Luis XV: ‘Después de mí, el diluvio”. Sea como fuere, los robos de cientos de obras de arte durante los saqueos que sufrió la casa y los ataques de los vándalos hicieron imposible tal museo. Gran parte de la culpa la tienen, por su dejadez, las autoridades del municipio de Agia Paraskevi, propietario del inmueble desde 2013. “Que la casa siga en ruinas demuestra cómo incluso en la Grecia actual Iolas sigue marginado”, opina por teléfono George Vamvakidis, cofundador y director de la galería ateniense The Breeder. “Para las nuevas generaciones de artistas griegos, y especialmente para aquellos que son queer, lo ocurrido con su casa no solo supone la oportunidad perdida de conocer su colección, sino, a nivel simbólico, de disponer de un lugar donde sentirse oídos, vistos y celebrados”.

Quizá no sea allí donde estos jóvenes deban homenajearle. En el Museo de Warhol en Pittsburgh pueden visitarse algunas obras de la serie que en 1984, quizá adivinando su final, los traidores que lo provocarían y los fieles que se mantendrían leales, Iolas le encargó a su amigo en el que fue el último trabajo de ambos: la versión pop de La última cena.

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