Cómo Andy Warhol llenó su casa de antigüedades por amor
El artista decía odiar las antigüedades pero su hogar estaba lleno de ellas: cosa de su pareja, Jed Johnson. Su entorno nos describe hoy aquellas habitaciones que parecían museos
Para hablar de Andy Warhol es imposible esquivar la palabra pop, pero al describir los espacios que habitó se necesitan términos más propios de un anticuario de El Rastro que de la escena neoyorquina de los setenta. Es el caso de la mesa de ébano de Macassar y amboina en la que Warhol y sus superestrellas celebraban sus reuniones de la Factory, por mencionar solo una de las antigüedades con las que la luminaria del pop art amuebló su famoso estudio de Manhattan. En la modernísima Factory había también sillas de Ruhlmann, tapicerías de Jean Beaumont, y hasta un mascarón de proa con el busto de Da Vinci. “Muebles usados”, solía llamar Warhol a estos y otros tesoros del diseño. Y explicaba que, como muchos los había comprado como atrezo para sus películas, le habían servido para desgravar impuestos.
Ese aparente desdén por las antigüedades, no obstante, quedaba en entredicho al entrar en su casa, algo que sucedía muy excepcionalmente porque Warhol la guardaba con el celo de una esfinge. Cuando Bob Colacello, editor de la revista Interview, tuvo el honor de visitarla, corrió a anotar en su diario todo lo que había visto. “Muy señorial”, describió la cornucopia de sillas neoegipcias, estatuas de bronce y demás antiguallas en la que vivía su jefe, todavía en shock por la cama con dosel de caoba tallado a mano en la que había descubierto que dormía. ¿No era Warhol tan moderno que una vez se había negado a visitar una pirámide azteca por considerarla un montón de piedras viejas? ¿No decía siempre que quería vivir en una casa tan minimalista como la del diseñador Roy Halston, diseñada por el modernísimo Paul Rudolph?
En Holy Terror, su libro sobre Warhol, publicado en 1990, Colacello cuenta también que, para defenderse de esta aparente traición a su filosofía que era su casa, el pope del arte pop solía echarle la culpa de los caprichos decorativos al que fue su novio durante más tiempo, Jed Johnson. En efecto, fue él quien decoró la mansión de Warhol.
Nacido en 1948 en una familia humilde de Minnesota, Johnson siempre había querido estudiar diseño, pero la falta de medios le obligó a dar unos cuantos rodeos antes de cumplir su sueño. ¡Y qué rodeos! En 1967, su belleza le abrió las puertas de la Factory, donde como tantas superestrellas comenzó barriendo los suelos. Luego empezó a editar las películas de Warhol. Su relación personal con el artista se estrechó un año más tarde, cuando después de que la feminista Valerie Solanas intentara matar al Warhol disparándole, Johnson se mudó con él a su casa de Lexington Avenue para cuidarle. La casa estaba manga por hombro y Johnson se encargó de ordenar los cientos de obras de arte y trastos que Warhol, cuyo coleccionismo rayaba en lo patológico, había ido amontonando. El artista se acostumbró al orden y más tarde le pidió que decorara la nueva casa que Johnson había encontrado en la calle 66 para vivir juntos.
Ahora que acaban de cumplirse 25 años de la trágica muerte de Johnson en el accidente del vuelo 800 de TWA, su hermano gemelo, Jay, satélite también de la Factory, explica desde Nueva York que aquella casa no solamente fue la ópera prima de Johsnon: también sirvió como la escuela de diseño donde le hubiera gustado formarse. Johnson restauró la mansión y la decoró con muebles Imperio americano, un glorioso estilo napoleónico de principios del siglo XIX que no era muy popular en los años setenta, pero después alcanzaría precios estratosféricos en el mercado. “Jed dedicó tres años a coleccionar los mejores muebles de esa época”, recuerda su hermano. “En los viajes a Europa que hizo con Andy había visto muchas casas lujosas y aquello le inspiró a hacer algo especial para él. Recuerdo que también tuvo a un equipo de pintores haciendo unos estarcidos elaboradísimos. El vestíbulo estaba pintado en siete tonalidades de blanco que solo Jed y Andy sabían distinguir; a los demás les parecía blanco y punto. Johnson puso tanta atención en los detalles que muchas habitaciones parecían salas de museo y apenas se podía vivir en ellas, aunque daba igual, porque en la casa no entraba mucha más gente. Quien sí llegó a visitarla fue Pierre Bergé, el socio de Yves Saint Laurent. Le gustó tanto que contrató a Jonson para que decorara su piso del Hotel Pierre, también en estilo Imperio americano”. Luego decoraría las casas de otros famosos como Mick Jagger.
En 1980, Jed Johnson dejó a Warhol por Alan Wanzenberg, un joven arquitecto que por entonces trabajaba en la oficina de I. M. Pei. Con él, creó una de las mejores firmas de interiorismo de Nueva York. “Jed poseía una agudeza visual extraordinaria. Era capaz de recordar el diseño de un mueble con todos sus detalles, pero no el nombre de la persona junto a la que había estado sentado durante horas en una fiesta”, recuerda Alan Wanzenberg, quien en el momento de la muerte de Jed Johnson seguía siendo su novio y socio. “Era meticuloso, tímido e introvertido, y le encantaba poder aislarse para estudiar elementos decorativos y referencias históricas”, añade por correo electrónico. “Del trabajo que hizo en la casa de Andy estaba muy orgulloso. Le dio una estructura organizada a los miles de objetos que Andy había adquirido, creando composiciones de una gran complejidad y sofisticación”.
El estilo de Jed Johnson fue depurándose durante la etapa profesional que compartió con Wanzenberg. Jed empezó a tener más en cuenta el confort de los espacios que creaba, decorándolos con lo que su hermano gemelo describe como una “contención opulenta”: una versión refinada de la tensión entre antigüedades y arte contemporáneo que había en las oficinas de la Factory. La casa de la calle 66, por el contrario presentaba un aspecto cada vez más atiborrado y caótico. Warhol fue llenándola, aunque jamás se deshizo de los muebles estilo Imperio para hacer sitio a otros más pop. Lo mucho que echaba de menos a su ex era otro secreto que esta esfinge con peluca plateada nunca quiso revelar.
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