_
_
_
_
_

Vidas verdes arrasadas por las guerras

El dramático número de personas muertas deja en un segundo plano los impactos medioambientales de los conflictos bélicos. Ucrania es el último ejemplo en Europa

Soldados ucranianos avanzan a través de un bosque destruido por los combates en dirección a Kreminná, una ciudad ucraniana perteneciente al óblast de Lugansk.
Soldados ucranianos avanzan a través de un bosque destruido por los combates en dirección a Kreminná, una ciudad ucraniana perteneciente al óblast de Lugansk.Diego Herrera Carcedo (Anadolu / Getty Images)

Alrededor del 30% de las áreas protegidas ucranianas, que cubren unos tres millones de acres [más de 1,24 millones de hectáreas], han sido bombardeadas, contaminadas, quemadas o afectadas por maniobras militares”, revela Yale Enviroment360, revista online de temática ambiental de la Universidad de Yale, citando al Ministerio de Protección Ambiental y Recursos Naturales de Ucrania. Algunos de los combates más intensos que los ucranianos libran contra Rusia se han producido en los bosques a lo largo del río Donets, en el este del país. Solo en los primeros cuatro meses de la invasión rusa, los satélites detectaron más de 37.000 incendios, que afectaron a más de 101.000 hectáreas. “Las hostilidades han impactado un área de tres millones de hectáreas de bosques y, en la actualidad, 450.000 hectáreas están bajo ocupación o en zonas de combate”, relata Greenpeace.

Ucrania es el último de los conflictos bélicos que han sacudido Europa a lo largo de su historia; en todos ellos, la naturaleza ha sufrido, aunque el dramático coste de vidas humanas eclipsa todo lo demás, haciendo que los impactos sobre los bosques en particular, y el medioambiente en general, sean algo marginal, reflexiona Luis García Esteban, director de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería de Montes, Forestal y del Medio Natural de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM). No dispone de datos sobre la superficie forestal que el Viejo Continente ha perdido por este motivo pero recuerda que el fenómeno no es, ni mucho menos, nuevo. “Uno de los grandes episodios de deforestación en España estuvo relacionado con la Reconquista y sus ocho siglos de duración”, señala. La táctica de desembosque destruyó amplias extensiones que se convirtieron en tierras de cultivo para los nuevos pobladores, detalla García Esteban.

Tapar las heridas

“Europa es un continente rico y desarrollado social y culturalmente que, en cuanto puede, tapa las heridas y trabaja en la recuperación”, incide Juan Carlos García Codrón, profesor jubilado del Departamento de Geografía, Urbanismo y Ordenación del Territorio de la Universidad de Cantabria. El bosque de Éperlecques, en el Paso de Calais (Francia) es un buen ejemplo. A su abrigo, y durante la Segunda Guerra Mundial, los alemanes construyeron un búnker que debía servir de base para lanzar cohetes V2 contra Londres. Los Aliados lo descubrieron y bombardearon 25 veces entre agosto de 1943 y agosto de 1944, abortando el lanzamiento y destrozando, de paso, la fronda circundante. Cuando llegó la paz, el robledal devastado comenzó a repoblarse con hayas, y los cráteres que abrieron las bombas son hoy pequeños humedales, reserva de anfibios. “Su composición y densidad han cambiado”, reconoce el profesor, pero vuelve a ser un espacio con valores naturales.

Al estallar la Segunda Guerra Mundial, los bosques se convirtieron en parapetos vivos para operaciones de resistencia y debilitamiento del enemigo, tanto en el frente occidental como en el oriental. Al acabar, no hubo un plan general de restauración. " , se hicieron repoblaciones para obtener madera como materia prima y recuperar la economía lo antes posible”, resume García Esteban. “¿Sus efectos? Los mismos de siempre: pérdida de vegetación, recuperable a corto plazo, y contaminación de suelos y acuíferos, de efectos que suelen durar décadas o siglos”, expone. Vuelven los árboles, los metales pesados se quedan. Es, a su juicio, la agresión más grave que infringe un conflicto armado al medioambiente. Y se repite una y otra vez, lamenta.

Entre el infierno de bombas y fuego que vive Ucrania y el idílico bosque de Verdún, en el norte de Francia, media casi un siglo. En lo que hoy es floresta y canto de pájaros, los ejércitos francés y alemán combatieron en la batalla de Verdún, una de más largas (transcurrió del 21 de febrero al 19 de diciembre de 1916) y sangrientas (260.000 muertos, 500.000 heridos) de la Primera Guerra Mundial. Cuando terminó, el paisaje original, dominado por extensos campos de cultivo, quedó arrasado; los suelos y acuíferos, corrompidos; la producción agrícola, prohibida; la población, evacuada. En 1923, la Administración forestal francesa asumió su gestión, y en los siguientes ocho años plantó 36 millones de árboles, un 60% de coníferas y un 40% de frondosas, para cubrir los restos y servir, de alguna forma, de homenaje.

“La restauración emprendida por el Gobierno francés es un ejemplo a seguir tras cualquier conflicto armado”, enfatiza García Esteban. “Las cicatrices de la batalla son aún visibles”, cuenta. Las más llamativas son los inmensos cráteres provocados por las explosiones controladas de los ejércitos francés y británico sobre las trincheras alemanas. “Se mantienen sin vegetación en recuerdo de los combatientes”, agrega.

Trincheras de la Primera Guerra Mundial que se pueden visitar en el bosque de Verdún (norte de Francia), una masa forestal recuperada de la devastadora batalla.
Trincheras de la Primera Guerra Mundial que se pueden visitar en el bosque de Verdún (norte de Francia), una masa forestal recuperada de la devastadora batalla. El Bosque Protector

Memoria del horror

El de Verdún es un Bosque de la Guerra, como explica en uno de los capítulos del programa El Bosque Protector de La 2, del que García Esteban es director. Un tapiz verde bajo el que reposan cuerpos, restos de maquinaria, plomo de artillería. “El cobre, el plomo de la munición, el zinc y, sobre todo, el arsénico y el perclorato de amonio usados en los detonadores de los obuses envenenaron el agua y el suelo, y su efecto se mide en siglos”, apunta el experto. “Pasarán siglos hasta que los materiales pesados sean eliminados de manera natural, y para que acuíferos y suelos sean razonablemente seguros”, subraya. “Otros materiales no degradables como el mercurio, seguirán por más tiempo, probablemente para siempre”, añade. Ya se permite la selvicultura y la caza en el entorno, aunque los hongos y la vegetación presentan cantidades de arsénico 10.000 veces superiores al estándar.

El daño a infraestructuras que contienen fuel, aceite o gas en un país fuertemente industrializado como es Ucrania amenaza el suelo, el agua y el aire, según un informe reciente de cinco organizaciones ambientalistas locales que han mapeado la destrucción medioambiental. Después de tres meses de ocupación (entre julio y septiembre de 2022), la desembocadura del río Sukhyi Torets presentaba 15,6 veces más de manganeso de lo normal; 14 veces más de cobre; 8,4 veces más de mercurio, y cinco veces más de zinc. Las minas del que ya es el territorio más minado del mundo intoxican el agua. En los 18 primeros meses de conflicto (del 24 de febrero de 2022 al 1 de septiembre de 2023) se lanzaron 150 millones de toneladas de CO2 a la atmósfera; más de lo que Bélgica emite en un año según la Iniciativa para la medición de los Gases de Efecto Invernadero en la guerra, una asociación de expertos en clima que evalúa el impacto de la invasión rusa.

Hay impactos directos y otros quizás no tan visibles, como la tala indiscriminada de árboles en los bosques antiguos de los Cárpatos ucranianos, rumanos, húngaros, eslovacos y polacos. Las políticas de protección del medio ambiente se derrumban en tiempos de guerra, como todo lo demás, y empresas madereras se aprovechan de la falta de vigilancia efectiva de los espacios naturales, y de su gestión forestal, según ha constatado una expedición sobre el terreno liderada por Greenpeace Europa Central y Oriental. Otro daño colateral son los incendios forestales en el Bosque Rojo de Chernóbil: históricamente, los bomberos de la central nuclear se han encargado de sofocarlos, pero a las condiciones del terreno, “peligrosas y complicadas”, se añade la ocupación rusa del entorno, “complicando enormemente la respuesta a estos fuegos”, denunció Greenpeace en 2022.

Incendios en Bosnia

En 2003, los incendios forestales asolaron el sur de Bosnia. Dice García Codrón que la chispa primera que los originó hay que buscarla en los enfrentamientos en la antigua Yugoslavia a lo largo de la década de los 90, entre bosnios, serbios y croatas. Grandes extensiones forestales quedaron minadas, y sin posibilidad de que nadie entrase ni desarrollara actividad selvícola alguna en ellas. “El sotobosque y la madera muerta se convirtieron en dinamita para el fuego, que provocó la explosión espontánea de las minas”, explica el experto. Antes de la contienda, Bosnia-Herzegovina era un gran exportador de madera de pino, roble, encina y, sobre todo, haya. Cuando estalló, “hubo una afectación por los desplazamientos de la población y su incidencia en el consumo de madera, que ya se ha recuperado”, aporta García Esteban. Una vez finalizada, el bosque joven se fue apoderando de los campos de cultivo abandonados mientras que la superficie de bosque viejo se vio disminuida; su madera tiene ahora menos calidad, por las incrustaciones de balas y metralla.

Los bosques alfombran el 18% del suelo ucraniano. Sus valores ambientales son enormes; su importancia turística, sobresaliente. Javier Raboso, responsable de temas de paz de Greenpeace, llama a valorar los servicios ecosistémicos que ofrece. “Son sumideros de carbono, proveen de alimentos y materias primas, regulan el ciclo del agua e impactan en la salud de las personas”, enumera. Exige que, al término de la guerra, la reconstrucción de la naturaleza vaya en paralelo a la de las ciudades, y esté financiada por organismos multilaterales; que en su limpieza, rehabilitación y restauración participen las comunidades afectadas; y que al culpable de la invasión se le exijan compensaciones económicas. Las ONG cifran en unos 56.000 millones de dólares la cuantía de los daños ambientales. “Uno de los mayores impactos, la destrucción de la presa Nova Kajovka [en Jersón], puede ser declarado un ecocidio”, avisa Raboso a la vista de las 63.500 hectáreas de parques naturales y áreas forestales inundadas, y las más de 330 especies de animales y plantas al borde la extinción.

“Para Ucrania, como para cualquier otro país, lo primero será volver a ser libre y estar en paz, recuperar su normalidad y la actividad económica, política y social dentro de un marco de estabilidad y ayuda internacional”, establece García Esteban. Al medio ambiente le tocará el turno cuando el proceso de paz se encuentre ya muy avanzado. “Las autoridades marcarán un itinerario de prioridades, y primero asegurarán el suministro de agua potable, descontaminarán, en la medida de lo posible, el suelo; posteriormente, actuarán sobre bosques y áreas degradadas por la guerra”, vaticina. “Un análisis adecuado y una diagnosis certera facilitará el resurgir de flora y fauna”, remacha. “Parece que el paso del tiempo devolverá al bosque, al suelo o a la biodiversidad asociada a su estado original. Desgraciadamente, esto no es así, y requiere de acciones de restauración del hábitat que, en la mayor parte de los casos, no se ponen en marcha por falta de recursos”, concluye

Madera 'maldita'

Toda la madera originaria de Rusia y Bielorrusia ha sido declarada "madera de conflicto", por lo que no se puede utilizar en productos certificados PEFC (Programme for the Endorsement of Forest Certification, en español Programa para el Reconocimiento de Certificación Forestal), según decidió la junta directiva internacional de la organización sin ánimo de lucro que promueve y divulga la Gestión Forestal Sostenible, en una reunión extraordinaria que tuvo lugar el 4 de marzo de 2022. "La invasión militar está en oposición directa a nuestros valores fundamentales. Esta agresión causa dolor y muerte indescriptibles e inaceptables a personas inocentes, incluidas mujeres y niños. También tiene un impacto destructivo inmediato y a largo plazo en el medio ambiente, en los bosques y en las muchas personas que dependen de ellos para su sustento", informó en nota de prensa. La "madera de conflicto" se define como "aquella que ha sido comercializada en algún momento de la cadena de custodia por grupos armados, ya sean facciones rebeldes o soldados regulares, o por una administración civil que participa en conflictos armados o sus representantes, bien para perpetuar el conflicto o para aprovecharse del mismo con fines lucrativos", describe. La consideración se produjo tras la Resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas que condenó "en los términos más enérgicos la agresión de la Federación de Rusia contra Ucrania [...] [y] la participación de Bielorrusia". Aplica, asimismo, a toda la madera procedente del territorio ucraniano ocupado.

Tu comentario se publicará con nombre y apellido
Normas
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_