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El fuego arde a sus anchas en la España vaciada

La despoblación, el abandono de los bosques privados y la insuficiencia de planes de gestión forestal avivan las llamas en un contexto de sequías y calor sin precedente

EXTRA BOSQUES Y AGUA 22/03/24
JAVIER TORRES (AFP / Getty Images)

El fuego ha sido parte esencial de nuestra historia desde hace miles de años. Charles Darwin consideró que su control ha sido una de las mayores hazañas de la humanidad. Su uso ha sustentado el desarrollo de las tecnologías modernas, desde la cerámica hasta el trabajo de metales y la industria nuclear. En la naturaleza es una parte vital: muchos ecosistemas, como el mediterráneo, se han adaptado a su presencia y lo necesitan como parte de su ciclo. Hoy, sin embargo, la situación forestal es preocupante, con incendios cada vez más feroces en condiciones de sequía y olas de calor sin precedentes, que avivan su intensidad y propagación.

Los incendios de los últimos años han dejado una estela de devastación en distintas partes del mundo. En Australia, durante la temporada 2019-2020, más de 46 millones de hectáreas fueron consumidas por las llamas; en Siberia, en el mismo periodo, más de 18 millones de hectáreas calcinadas. En Canadá, el año pasado se reportaron más de 6.600 incendios, que devastaron 18,5 millones de hectáreas —casi la extensión de Andalucía y Extremadura—, con un récord de emisiones a causa de estos fenómenos: más de 410 millones de toneladas de CO₂, el doble de lo que expulsa anualmente España. “La extensión y la intensidad de los incendios forestales actuales dificultan la regeneración de vastas áreas forestales”, explica Cristina Aponte, científica titular en el Instituto de Ciencias Forestales del INIA (CSIC).

El cambio climático, dice la experta, ha exacerbado las condiciones de sequía, lo que puede alterar irreversiblemente los ecosistemas forestales y reducir su capacidad de regeneración. Esto conduce a la pérdida de biodiversidad y a la transformación de bosques en matorrales menos eficientes en la retención de carbono. “Los bosques funcionan como importantes sumideros de este elemento, almacenando cantidades significativas en sus troncos, hojas y suelos”, indica. Así que cuando están bien gestionados, tienen esa capacidad de absorber una parte considerable de las emisiones generadas por actividades humanas, como la quema de combustibles fósiles.

En España, según explica Miguel Arroyo, experto en temas ambientales y forestales, se observa además un creciente abandono del mundo rural. “Hay un desprendimiento en la gestión de las parcelas”, concreta. De la superficie forestal nacional, que representa el 50% del territorio español, el 70% es de propiedad privada y muchas personas desconocen que son propietarios. “O han dejado de gestionar sus tierras debido a la falta de beneficios económicos inmediatos. Este abandono dificulta enormemente las labores de prevención, extinción y aplicación de medidas ante incendios forestales”, destaca. A lo que añade que solo un 20% de los bosques cuentan con un plan de gestión a largo plazo; el 80% restante carece de planificación sostenible. La Estrategia Forestal Española, aprobada recientemente con miras a 2050, establece como objetivo que el 50% de la superficie forestal tenga un plan de gestión para dicho año. “Esto implica un trabajo conjunto de diversos actores sociales, políticos, administrativos y propietarios forestales, tanto públicos como privados”, concluye Arroyo.

El avance del cambio climático hará que aumente la frecuencia de los incendios forestales y que su función natural se vea más comprometida. Entre 2022 y 2030, los incendios extremos habrán aumentado un 14% a escala global, un 30% para finales de 2050 y un 50% a finales de siglo, según un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. Y aunque el impacto del fuego sin control en la naturaleza es importante, sus emisiones difícilmente son una fuente que acelere el calentamiento global, según los expertos consultados. “El daño que provoca el consumo de combustibles fósiles es mucho peor”, asegura Lourdes Hernández, experta en incendios forestales del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF). Se estima que en 2023 las emisiones de CO₂ por incendios forestales fueron de 6.500 millones de toneladas, de acuerdo con el Global Wildfire Information System (GWIS). La cifra es una pizca frente a las 36.800 millones de emisiones que se desprendieron por el consumo de combustibles fósiles (petróleo, gas, carbón) y cemento.

Prevención, la clave

Sin embargo, prevenir y gestionar estos fenómenos es fundamental para el cuidado del medio ambiente. “Los incendios de gran intensidad consumen una cantidad muy significativa de biomasa, lo que resulta en emisiones elevadas. Esto tiene importantes repercusiones en la composición de la atmósfera y en el almacenamiento terrestre de carbono”, dice Emilio Chuvieco, catedrático de Geografía de la Universidad de Alcalá y coordinador científico del proyecto europeo FirEUrisk. Esta situación es especialmente preocupante en los incendios del norte —Siberia, Canadá y Alaska—, donde se libera una gran cantidad de carbono almacenado en el suelo.

“Este carbono, acumulado durante milenios, no se regenera en un corto plazo. Es importante destacar que, en el caso de los incendios en regiones de permafrost, el problema va más allá de la liberación de carbono. Estos incendios también desencadenan emisiones de metano, un gas con un potencial de calentamiento global mucho mayor que el dióxido de carbono”, argumenta el experto. Específicamente en los incendios en áreas de turbera, la situación se vuelve aún más preocupante. “Actualmente, estamos llevando a cabo un estudio sobre estos incendios, y hemos observado que la atribución de emisiones es considerablemente más alta de lo que se había estimado anteriormente”, arguye. “No obstante, no podemos afirmar que estén aumentando las superficies quemadas a escala global, ni tampoco que se esté reduciendo la superficie forestal; sí ocurre en los trópicos, pero no en bosques templados. Por ejemplo, en España, hay mucha más superficie forestal que hace 50 años, a pesar de los incendios, por el impacto que ha tenido el abandono de tierras anteriormente cultivadas”, recuerda Chuvieco.

De hecho, el año pasado, en nuestro país, la cantidad de hectáreas quemadas fue considerablemente menor respecto al ejercicio previo. Mientras que en 2022 se quemaron 310.000 hectáreas, el peor año del siglo —supuso casi el 50% de la superficie quemada en Europa—, en 2023 solo se vieron afectadas 90.000 hectáreas, según datos del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico. Estos incendios representan un desafío considerable para los equipos de extinción por su complejidad, tanto a medios aéreos como terrestres. “Aunque en comparación con 2022, 2023 puede considerarse un año mejor, dado que solo un tercio de la superficie se vio afectada, el hecho de que la temporada de grandes incendios comenzara antes [en marzo] planteó desafíos logísticos significativos, ya que la mayoría de los recursos forestales en España se movilizan durante el verano”, explica Miguel Arroyo.

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