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Tecnologías que erigen bosques inteligentes

Semillas modificadas, IA y satélites para compensar emisiones y recuperar la biodiversidad de una forma más eficiente

Imagen de trabajos en los viveros que sirven de base para proyectos de reforestación.
Imagen de trabajos en los viveros que sirven de base para proyectos de reforestación.LAND LIFE IBERIA
Daniel Alonso Viña

El mundo empresarial, cada vez más preocupado por cumplir los criterios ambientales, sociales y de gobernanza (ASG), ha acuñado un nuevo término: reforestación inteligente. El apelativo de inteligente lo asignan a empresas que se dedican a replantar para vender los “beneficios medioambientales” de esta labor a otra compañía, que los necesita para compensar su huella de carbono, es decir, la expulsión de dióxido de carbono que genera su actividad principal. Durante el proceso, y para ser más eficientes en esta repoblación arbórea, utilizan nuevas tecnologías que van desde la inteligencia artificial hasta los satélites, pasando por macetas especiales desarrolladas en sus departamentos de innovación. El reto es saber si estas iniciativas capaces de destinar dinero privado a la reforestación de bosques públicos serán suficiente para revertir la actual destrucción de masa forestal y biodiversidad.

Tres cuartas partes de España corren el riesgo de desertificarse en un futuro próximo, según el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (Miteco). Un millón de hectáreas (el 2% de la superficie española) está en riesgo muy alto de convertirse en desierto en solo unos años, y otros ocho millones están en riesgo alto. 2023 vio arder en la temporada de incendios —que fue relativamente suave— 80.000 hectáreas de zona arbolada. El año anterior, uno de los peores que se recuerda, la superficie consumida por las llamas fue tres veces mayor: 310.000 hectáreas ardieron en 2022, un 40% de la quemada en toda la UE durante dicho periodo.

El sector de la reforestación está dividido en tres tipos de actuaciones: las realizadas por ONG, los proyectos propios de grandes multinacionales —Endesa, Iberdrola, Telefónica, CaixaBank, Sanitas, Cisco, Astra Zeneca, entre otras—, y los de empresas especializadas en replantar y vender el beneficio climático que aporta el terreno. Son estas dos últimas categorías las que han abrazado el apelativo de inteligente. Tienen nombres como ReTree, Sylvestris, Land Life o CO2 Revolution, y venden la cantidad de dióxido de carbono que absorben sus proyectos a empresas como Repsol, Arcelor, Enagás o Naturgy, que contrarrestan así su volumen anual de emisiones nocivas para la atmósfera. Utilizan análisis de datos y algoritmos para determinar el tipo de plantas y la cantidad que van a utilizar en un terreno concreto. La compañía CO2 Revolution, por ejemplo, ha desarrollado la simiente inteligente iSeed, que esparce con drones creados por ellos mismos y permite el lanzamiento de hasta 100.000 semillas.

“Reforestación a gran escala impulsada por la tecnología”, anuncian en Land Life. Han plantado ya tres millones de árboles en 3.372 hectáreas de distintas partes de España. Uno de sus primeros proyectos está en Castilla y León, donde tienen replantaciones en Burgos, Palencia, Ávila y León. Trabajan con la Junta y la Administración local correspondiente desde 2018 para resucitar bosques mermados por la agricultura o los incendios. La empresa, de origen holandés, tiene su sede en Burgos. Allí ha creado bosques mixtos de especies autóctonas.

Compromiso público

Francisco Purroy Balda, director de Land Life en España, describe en qué consiste el negocio. Primero encuentran un terreno deforestado por la explotación agrícola o los incendios. Luego hablan a los propietarios (normalmente entes públicos) de esa parcela y les proponen su plan. El Ayuntamiento o comunidad mantiene la propiedad del terreno, no pagan nada por la reforestación, pero se comprometen a estar “40 años sin talar, ni desarraigar ni hacer un uso que sea incompatible con la restauración ambiental”, explica Purroy. “Los árboles van a ser suyos, los productos que dan son suyos, lo único que necesitamos para financiarnos es que nos transmitan los beneficios medioambientales que produce esa plantación”, añade.

Sin embargo, Purroy asegura que su visión va más mucho más allá que vender dióxido de carbono. La palabra clave es resiliencia. “No podemos pensar en el bosque que había ahí cuando vivían nuestros abuelos, sino cuál es el bosque que podrá aguantar dentro de 40 años. Por eso hay que generar biodiversidad, para que el proyecto sea resiliente”. Y porque los cambios en la temperatura que están por llegar van a convertir estas zonas en lugares áridos donde la vegetación de hace 100 años ya no se adapta. Alcanzar la escala de reforestación deseada les ha llevado a inventar instrumentos como Cocoon, una especie de maceta biodegradable que se coloca bajo la planta y se llena con 25 litros de agua que se van suministrando lentamente.

Sandra Magro Ruiz, doctora en Restauración Ecológica y cofundadora de Creando Redes, empresa que colabora con grandes compañías que quieren activar proyectos para la reparación del capital natural, defiende que ya deberíamos estar en una fase posterior. “Que la reforestación sea todo lo inteligente que tenga que ser, pero, por favor, que no sea la única solución para mitigar los efectos del cambio climático. Hay que reducir emisiones en otros frentes”, reclama. “La restauración no es la panacea, porque si te estás cargando otros ecosistemas, lo que deberían hacer las empresas es recuperar o restaurar esos entornos que se están deteriorando, no generar espacios forestales”, advierte la experta. Y esa es, precisamente, la labor que intentan realizar en su empresa.

Apoyo a los ayuntamientos

Existe otra solución para la conservación del actual patrimonio arbóreo: ayudar a los pequeños ayuntamientos a administrar los terrenos boscosos que atesoran. Eso defiende Marta Corella, coordinadora de proyectos en la ONG Copade. “Yo creo que lo inteligente ahora es gestionar”, asegura Corella. Las consecuencias de dejar esta tarea a pequeños pueblos sin recursos son los incendios que vemos cada verano, y que se alimentan como nunca antes del forraje que hay en los suelos boscosos. “Porque si tú no lo tocas, no lo limpias, como hacía antes el pastoreo, eso se convierte en una masa donde no entra la luz y al final llega una plaga, o un incendio que arrasa con todo”, se lamenta Corella. “No todo es repoblar, también hay que poner fondos para gestionar nuestros bosques”, sentencia. 

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