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Árboles resistentes al cambio climático

La diversidad de especies y tamaños dentro de un bosque relaja la competencia por el agua y la luz

Dosel de un bosque de arces en la Isla del Príncipe Eduardo (Canadá).
Dosel de un bosque de arces en la Isla del Príncipe Eduardo (Canadá).OliverChilds (Getty Images)

Las temperaturas cada vez más elevadas registradas en todas las estaciones meteorológicas de todo el planeta, la mayor irregularidad en la distribución de las precipitaciones observada en el Mediterráneo y eventos extremos cada vez más frecuentes e intensos como tormentas, olas de calor o sequías impactan directamente en el bosque, como señala Jaime Coello, experto en gestión forestal sostenible del Centro de Ciencia y Tecnología Forestal de Cataluña (CTFC). También indirectamente, en forma de falta de agua y menor vitalidad y capacidad de regenerarse de los árboles, más vulnerabilidad frente a las plagas o mayor riesgo de incendio. La evidencia científica demuestra que cuando un bosque es mixto (al menos dos especies arbóreas que aportan al menos el 20% del total de la madera cada una) tendrá más estrategias para defenderse. En otras palabras, será más resiliente.

En enero, el doctorando Diego Rodríguez defendió su tesis Nuevos conocimientos en la modelización y simulación de variables a nivel de árbol y de rodal en bosques mixtos mediterráneos en el contexto actual de cambio climático en el campus de la Universidad de Valladolid (UVa) en Palencia. En su investigación imitó la densidad y productividad de masas puras y mixtas en términos de biomasa y secuestro de CO2 para el periodo 2000-2100 bajo diferentes escenarios de cambio climático en España, y concluyó: “Un aumento en la aridez hará disminuir la productividad de nuestros bosques a lo largo de este siglo, siendo esta disminución menos drástica en los mixtos que en los puros. Esta tendencia sugiere que los bosques mixtos podrían presentar una mayor resiliencia, productividad e incluso una mayor provisión de servicios ecosistémicos que los bosques monoespecíficos, jugando un papel fundamental en la adaptación y mitigación sostenible del cambio climático en el Mediterráneo”.

La diversidad de tamaños y especies, con necesidades distintas, relaja la competencia por la luz y el agua. Además, “unas especies hacen de barrera para otras frente a las plagas”, detalla Felipe Bravo, catedrático de la UVa, investigador del iuFOR (Instituto Universitario de Investigación sobre Gestión Forestal Sostenible) y codirector de la tesis de Rodríguez. “Y no olvidemos los intangibles”, tercia la otra codirectora, Celia Herrero, doctora de la empresa ECM Ingeniería Ambiental. Como pueden ser el aumento de la calidad del aire y el agua, y de la biodiversidad. “Aportan más sensaciones que un bosque puro; el doble de aromas y de colores; el doble de especies de setas”, enumera.

“Las piñas de los pinos carrascos se abren cuando se queman; la especie se regenera cuando se produce un incendio”, comenta Coello como ejemplo de la capacidad de adaptación del bosque mediterráneo al fuego. Pero este bosque mediterráneo también incluye condiciones bien dotadas de precipitación (mediterráneas subhúmedas), que en el caso de España estarían localizadas, sobre todo, en las montañas litorales de Cataluña y en Grazalema (Cádiz). Aquí encontramos robles, castaños, fresnos o arces, más exigentes en humedad y sin tantos mecanismos de defensa frente a la sequía o los incendios, según señala el experto. En ellos se centra el proyecto LIFE MixForChange, del que es coordinador técnico. ¿Objetivo? Contribuir a su adaptación y a una mayor resiliencia frente al cambio climático.

Evidencias científicas

La ciencia forestal trabaja sobre las evidencias. Si está demostrado que las masas mixtas son más resilientes, hacer las repoblaciones o siembras con mezclas de especies sería una posibilidad; otra, introducir especies diferentes cuando haya que intervenir en un bosque puro. Si tendemos a masas menos densas, los técnicos pueden adelantarse al proceso natural y retirar ejemplares antes de que mueran. “Hacemos claras, comenzando por los árboles más pequeños, pero estamos observando que así no evitamos la mortalidad sino que la trasladamos a los siguientes árboles más pequeños”, advierte Bravo. “Uno de los problemas de esta ciencia es el largo plazo; estamos estudiando un organismo que es más longevo que nosotros”, reconoce. Con resultados muchas veces imprevistos. “Tenemos tal grado de incertidumbre que lo resiliente ha de ser la gestión. Lo que hoy es cierto puede no serlo en tres años. Tenemos que ser flexibles e ir adaptándonos”, defiende.

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Herrero ve imprescindible una mayor toma de conciencia por parte de la sociedad. “La gente vive en las ciudades; el bosque le pilla lejos”, lamenta. Para Coello, el problema no es de cantidad. De hecho, “cada vez tenemos más bosque”, revela, remitiéndose a las estadísticas oficiales: entre el segundo inventario nacional (años noventa) y el cuarto (la década de 2010), el número de hectáreas forestales ha aumentado un 33% y se ha duplicado el volumen de madera en el bosque. “El problema es que está muy abandonado y, por tanto, sus múltiples recursos están infrautilizados”, lamenta. El experto exhorta a buscar la manera de asociar sostenibilidad ambiental con una gestión forestal viable económicamente.

Criterios de la silvicultura adaptativa

La silvicultura adaptativa implica una gran variedad de medidas que apoyan a la resistencia al estrés, la resiliencia y la respuesta dinámica de los bosques ante las manifestaciones del cambio climático. Jaime Coello resalta cinco grandes criterios que en ocasiones pueden resultar contradictorios entre sí. “No hay recetas únicas ni mágicas. La silvicultura es ciencia con un punto de creatividad; hay que ir valorando y decidiendo a pequeña escala en función de cada caso”, asegura.
Mantener y favorecer la diversidad de las especies. Entendiendo por diversidad la funcional (características de los individuos que tienen que ver con el crecimiento, la supervivencia y la reproducción); de edad; de tamaños. Y de estructuras, lo que significa diferentes estratos y alturas de vegetación. “La masa ha de ser lo más heterogénea posible”, concluye. 
Mantener la vitalidad y la estabilidad. Se traduce en fomentar (reduciéndoles la competencia) aquellos árboles más vitales y vigorosos, y los más estables (más robustos) y difíciles de derribar.
Promover la regeneración natural. Un equilibrio constante entre ejemplares adultos y nuevas incorporaciones. “Que siempre haya arbolitos pequeños en alguna parte del bosque”, resume Coello.
Mantener la integridad estructural. Quiere decir evitar intervenciones servícolas de alta densidad. “Si las copas de los árboles se abren demasiado, el sol golpea el suelo, que pierde humedad, y se rompe el microclima forestal. “Siempre se está mejor dentro que fuera del bosque”, recuerda Coello. La idea es que siga siendo así.
Reducir la vulnerabilidad a los incendios. El fuego escala del suelo hacia arriba porque encuentra madera de tamaño pequeño, intermedio y grande. Por eso se deben crear zonas de “baja combustibilidad”, con huecos entre los árboles y también con discontinuidades entre la vegetación de pequeño tamaño y los árboles de grandes dimensiones, para que sean más difíciles de prender. Todo en el conjunto de un bosque heterogéneo en cuanto a especies y tamaños.

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