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Placeres de verano | Sexo en la playa, magreo en la verbena

De ‘Grease’ a ‘Call Me by Your Name’, abundan los amores estivales iniciáticos, intensos, transformadores... Aunque a veces, en la vida, las vacaciones se queden en el calentón más largo del año

Una pareja besándose en el Moll de la Fusta, en Barcelona, esta semana.
Una pareja besándose en el Moll de la Fusta, en Barcelona, esta semana.Gianluca Battista
Patricia Gosálvez

“La primera vez que me comieron las tetas fue en el prao, volviendo de la verbena de San Lorenzo, aquel en cuesta donde pastaban las vacas de Manolín y luego hicieron seis adosados”. P.V. lo recuerda con ternura y asombroso detalle para haber pasado más de 30 años. “Llevaba un sujetador blanco horroroso y, en vez de desabrocharlo, me lo subió para lamerme”. A su primer amor de verano todavía se lo cruza por el pueblo, de ahí que prefiera no dar su nombre.

Otro Ferragosto, Javier López, 28 años, perdió a los 17 la virginidad en la playa “con una guiri”. En su caso, los detalles aparecen difuminados. “Estaba borracho y muy nervioso, entonces me pareció la bomba, pero imagino que sería un desastre”. Aun así, un recuerdo “bonito”. Era el último día de ella en Gandía, tras un mes de magreos en el cine de verano, chupitos infames y conversaciones por el paseo marítimo “en inglés wachu wachu”.

Lo de Lali, 14 años, “casi 15″, es más reciente. Día del Orgullo, principios de julio. Fue “solo un beso”, pero el primero, que vale doble. “En la calle, de pronto, a lo loco, moló todo”, dice con la ligereza de quien se ha quitado un peso de encima. “Ya iba tarde”.

Iniciáticos, transformadores, fugaces pero intensos. Todo el mundo parece tener un amor de verano en la memoria. ¿Es la época propicia? La ciencia se ha fijado en la estacionalidad de los nacimientos para concluir que en los veranos templados (como para todo, el calor extremo, mal) se concibe un poco más que en los meses fríos. En Estados Unidos, un estudio encontró que las fechas más recurrentes para perder la virginidad son junio y diciembre, aunque en Tinder el día con más matches es el primer domingo de enero.

Las supuestas ganas veraniegas son, según los expertos, una mezcla de los efectos sobre las hormonas de la temperatura y las horas de luz, y los cambios en el estilo de vida. “El calor aviva las emociones y con la ausencia de rutinas y preocupaciones la mente se deja llevar… Está más fluida, más romántica, más a flor de piel”, apunta la doctora en psicología Trinidad Bernal. Además, explica la experta, a medida que envejecemos tendemos a recordar más lo positivo, lo cual, unido a la abundancia de relatos en películas o canciones sobre romances estivales, nos lleva a idealizar aquellos primeros amores de verano.

En la ficción los hay a patadas. Sandy y Danny presumían con sus respectivas cuadrillas de lo que pasó en aquellas Summer Nights de Grease (ella: “Nos dimos la mano”; él: “Nos enrollamos bajo el dique”). Pancho gritando “¡Beatriiiiiiz!” tras el Seat 124 de sus padres mientras el Dúo Dinámico cantaba El final del verano (azul) y todos nos hacíamos mayores. Hay sudorosas aventuras sexis y lánguidas (Call Me by Your Name), sexis y energéticas (Dirty Dancing), deliciosas (Vacaciones en Roma), raritas (Moonrise Kingdom), lacrimógenas (El diario de Noah), celebratorias (Mamma Mia!)… Y luego está Antes del amanecer.

Hasta Bergman tuvo Un verano con Mónica.

Pero a mí me lo robaron.

Él era el primo de alguien (los primos, esos parientes estacionales). Ojos azul-gris, flequillazo, estómago cuarteado antes de que nadie dijese six pack, y lo más importante: pecas. Yo las unía con el dedo tratando de dibujar algo en uno de los muchos juegos que inventamos para tocarnos. Las ahogadillas eran un festival de restregones. Fue el calentón más largo de mi vida. Practiqué muchas noches con la almohada para que no se notase que iba a ser mi primer beso.

Casi se me cae el Malibú con piña cuando le vi dándoselo a mi amiga Jimena (todavía me cae mal el nombre, ni idea de qué fue de ella). Despechada, esa noche me “di el lote” (me siento tan vieja) con uno que pasaba por allí. Un beso tan decepcionante que me fui diciéndole al pobre muchacho: “No es lo que esperaba”. Sentí lo mismo muchos otros veranos, cuando intenté encontrarle el punto a la intensidad de un rollo con fecha de retorno, a follar en la playa con el trasero lleno de arena, a meterse mano bajo el agua, esa sensación tan seca, o a la urgencia de ligar para tener algo que contar a la vuelta.

Un otoño, hace años ya, encontré al menos un novio que tiene una anécdota aún más triste que la mía. Su primer amor estival le dejó en un “seamos amigos” y durante todo el curso picó piedra por carta solo para volver al verano siguiente a la friendzone. Dice la psicóloga que, por muchos calentones estivales, según su experiencia como mediadora de parejas lo que más se nota en consulta al acabar las vacaciones es cómo aumentan las parejas que se plantean separarse. En eso nosotros también vamos a la contra, en septiembre, nos casamos.

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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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