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ESTACIÓN EN CURVA
Columna
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Entre coche y andén

Cada madrileño tiene su propia vida en las entrañas de la ciudad

Varias personas esperan para subirse al vagón en una estación del Metro de Madrid.
Varias personas esperan para subirse al vagón en una estación del Metro de Madrid.Ballesteros (EFE)
Antonio Ruiz Valdivia

“Atención, estación en curva. Al salir tengan cuidado para no introducir el pie entre coche y andén”. Esa frase la llevan taladrada todos los madrileños en sus mentes, es una Biblia de la anatomía capitalina. La ciudad se puede resumir en ella: la sinuosidad del subsuelo, el manual de supervivencia instalado ya en nuestro cerebro, la voz que nos guía de manera subconsciente mientras uno va con prisas, leyendo, filosofando, escuchando su música o simplemente no pensando después de un día agotador.

Y es que Madrid son esas entrañas. En las que uno nace, aprende o se hace. Confieso que las primeras veces que cogí el metro ya viviendo aquí sentía casi ansiedad al tener que hacer un trasbordo. La línea 6 me llevaba desde la zona de Ciudad Universitaria hacia el centro. Llegaba el temido momento en Príncipe Pío y recuerdo bajarme para no tener que hacerme un lío conectando. De aquella primera época, me quedan las caminatas por la Cuesta de San Vicente, bajo los imponentes y siempre fríos muros que rodean el Palacio Real. Entonces, aparecía la plaza de España donde empezaba a volverse todo de color y de neón a las puertas de la Gran Vía.

Cada uno tiene su estación y su historia. Un trabajador de Metro me contó un día que no nos podíamos imaginar la cantidad de notas que recogen todas las noches en los vagones, principalmente de amor. Y mucha gente llama luego a los servicios centrales para pedir imágenes (que obviamente no se dan) de lugares dentro para reconocer a la persona de la que se había enamorado.

En aquellas primeras incursiones en el Metro vi a un grupo con sus guitarras. Me sonaban las caras y caí que los había visto en aquellos minúsculos conciertos del vestíbulo de la FNAC de Callao. Se promocionaban todavía ‘singles’ de desconocidos en esa España que había cambiado de siglo. ¿Vosotros cantáis ‘Pompa de jabón’? “Sí”, se sorprendieron en el vagón. Me regalaron un par de entradas cutronas naranjas para un concierto en un garito por Carabanchel. Entonces apenas ellos sabían que se llamaban Pereza.

A mí me sigue fascinando observar a la gente en los vagones, adivinar en qué trabajan, a dónde van con esa maleta, qué humor tienen ese día. Retorcer un poco el cuello para descifrar qué están leyendo. Esas sensaciones tan madrileñas también del vacío existencial cuando se escapa delante de tus narices el tren o cómo evitar cruzar la mirada con alguien que no te apetece durante los dos minutos entre estación y estación. Y, siempre, encontrar el cielo de la ciudad cuando sales por la boca del metro. Servidor siente cosquilleo todavía cuando emerge en la plaza de Callao, en la calle de Alcalá desde la parada de Sevilla o ante el bullicio nocturno de Tribunal. Queridos lectores, nos vemos por el subsuelo, en las calles, en los bares, en las librerías, en los teatros, en los cines, en los museos, en el Rastro, en una terraza con el vermú. Siempre en Madrid, siempre Madrid. Atención, estación en curva.

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