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De los vídeos mutilados a los ‘deepfakes’: por qué la realidad política siempre acaba como un zasca manipulado para las redes

La psicología social explica el éxito de las publicaciones más extremas y faltonas en las plataformas digitales, pero los especialistas advierten del descrédito y radicalización que generan

Yolanda Díaz, en el Congreso, y Borja Sémper y Pedro Sánchez, en dos capturas de dos vídeos manipulados en Twitter.
Yolanda Díaz, en el Congreso, y Borja Sémper y Pedro Sánchez, en dos capturas de dos vídeos manipulados en Twitter.EFE / Twitter
Javier Salas

Nada de lo que sucede en redes es ajeno a la psicología humana: cuando decimos que las plataformas digitales provocan esto o lo otro, lo que decimos realmente es “esto es lo que genera nuestra psicología al exponerse a las redes”. Y por supuesto, lo mismo sucede con la política. ¿Qué efecto provocan en sus seguidores los vídeos que comparten a diario los líderes en sus redes sociales? ¿Por qué tienen tanto éxito los vídeos de zascas en los que solo vemos una parte del supuesto diálogo entre parlamentarios? ¿Por qué los partidos siguen utilizando vídeos manipulados de sus rivales?

En junio, la red social china TikTok se vio obligada a retirar un vídeo del PP de Madrid en el que se mostraba a Pedro Sánchez diciendo lo contrario de lo que realmente dijo. Estas fueron sus palabras reales: “Dicen que he adelantado las elecciones porque me estoy buscando una salida personal. Solamente pienso en mí, no pienso en la sociedad española. Bueno, pues todo es un bulo”. Pero la cuenta de los populares madrileños cortó la parte inicial y final (el “dicen que” y lo del bulo) y lo subió a la plataforma. TikTok lo borró por vulnerar su nueva política interna de moderación de contenidos: “No permitimos contenido (falso) de alto realismo creado digitalmente, como el vídeo de una persona real hablando, pero cuyas palabras se han modificado o editado”.

Veinte días después, el coordinador general del PP, Elías Bendodo, subió a Twitter otro vídeo de Sánchez en El Hormiguero. “Sanchismo es una combinación de tres cosas: de mentiras, de maldades y de manipulaciones”, se le ve decir. Pero, obviamente, Sánchez se refería a lo que se le atribuye desde la oposición, aunque Bendodo omite esa parte y escribe: “100%. Toda España coincide con esto que dice Pedro Sánchez”. El vídeo ha recibido 600.000 visualizaciones y sigue en la plataforma.

Desde el partido del presidente del Gobierno se hizo algo similar, al aprovechar un lapsus del portavoz de campaña de los populares, Borja Sémper: “Queremos derogar el sanchismo para que la mentira vuelva a operar en política”, dijo, lo que aprovechó el PSOE para publicar un vídeo elevando a categoría el error del portavoz y así recuperar controversias del PP durante sus años de Gobierno.

“Vamos a estar ante una de las campañas más sucias de la historia, pero también desde los canales no revelados, de hostigamiento y de deslegitimar al contrario”, resume la experta en comunicación política Verónica Fumanal.

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Os dejo mi turra de hoy

Todos estos vídeos han tenido éxito y repercusión en redes, pero quizá los más habituales son los que suben los políticos con la frase tópica: “Aquí os dejo mi intervención de hoy...”. “Esos vídeos desde los partidos tienen una intencionalidad, que parezca viral y que aquí el que lo peta soy yo. Pero solo con aparentarlo no sirve. Si quiero que sea viral, tengo que conectar de manera emocional desde el contenido”, explica Fumanal.

Tienen éxito los monólogos a partir de un diálogo mutilado, la intervención de un solo político en la que queda inapelable: un zasca al enemigo, aunque ni se lo vea, porque está cortado. De los más celebrados en la izquierda son los ya míticos “le voy a dar un dato”, que pronunciaba la vicepresidenta Yolanda Díaz en las sesiones de control al Gobierno. La mayoría de las veces, los internautas de izquierdas solo ven la respuesta de Díaz, sin la pregunta ni la réplica de sus contrincantes (muchas veces Teodoro García Egea o Iván Espinosa de los Monteros). Pero si esos días uno se asomaba a las redes del PP o de Vox, el supuesto zasca de la vicepresidenta no existía y el ganador del lance había sido el popular o el ultraderechista.

“En los partidos ahora están demasiado concentrados en el tuit, el baile de TikTok y el formato de los 20 segundos, y han dejado de intentar conectar con la gente desde el contenido, buscando fingir lo viral de manera artificial”, desarrolla Fumanal, que asesoró a tres candidaturas en las elecciones de mayo y trabajó en el pasado con Albert Rivera y con Pedro Sánchez. La especialista en comunicación política añade: “Nos estamos fijando mucho en el formato y el canal y nos olvidamos de que las cosas se convierten en virales, o no, si empatizamos con un pensamiento de muchas personas, si representa a mucha gente”.

El gusto por los extremistas

Varios estudios recientes construyen entre todos un mosaico que ayuda a explicar el éxito del fenómeno de los vídeos mutilados convertidos en zascas en redes. Un trabajo publicado en Science Advances proporciona claves desde la psicología social, después de realizar tres experimentos con más de 6.000 personas: la gente prefiere a aquellos individuos de su signo político que muestran más confianza y coherencia en su discurso. Es decir, caen mejor quienes se muestran firmes en sus propias convicciones políticas, las “personas extremas”. “Si yo soy ligeramente conservador, las personas que mejor me van a caer no son los ligeramente conservadores como yo, sino los extremadamente conservadores. Y lo mismo ocurre para el otro lado ideológico”, resume el neurocientífico Joaquín Navajas, de la Universidad Torcuato Di Tella e investigador del CONICET.

Navajas y sus colegas comprobaron estos resultados en estudios masivos presenciales en Argentina y Portugal, pero también en Twitter, donde invitaron a los participantes de Estados Unidos a leer perfiles falsos con opiniones que podían ser más o menos coherentes, en distintos niveles de solidez ideológica. “Los perfiles más confiados, con más certezas en sus frases, caían mejor, causaron mayor atracción” entre los sujetos moderados dentro de su misma cuerda política, explica Navajas. No es un mecanismo recíproco: estos extremistas, tan seguros de sí mismos, no sienten la misma simpatía por los tibios de su bloque político.

“Es algo que deja un gusto un poco pesimista, pero podría llegar a tener un valor evolutivo: ante un peligro, buscar a los líderes más firmes y con mayor confianza pudo tener ventajas frente a líderes dubitativos”, desarrolla el coautor del estudio.

Hay teorías que establecen que uno de los motivos por los cuales uno se afilia a determinado grupo es para reducir la incertidumbre acerca de uno mismo, como recuerda Navajas: “Si yo deseo estar conforme conmigo mismo, para mi bienestar personal, voy a buscar afiliarme a un partido político para reducir incertidumbre sobre mí mismo. Y tiene todo el sentido que busque a las personas más coherentes de ese grupo, las más categóricas”.

Los radicales de nuestra cuerda son los que más atraen, como se ha observado en más estudios: son un valor refugio, un ancla ideológica, y más en tiempos líquidos de crisis y vaivenes. Ya en 2017, un trabajo de Pew Research mostró que los más extremistas de cada partido eran los que más seguidores atraían en redes sociales. Dedicarse al zasca y la pureza ideológica en los vídeos sale rentable en el plano particular, aunque puede tener efectos indeseables.

El efecto del zasca en la polarización

No se trata de que la gente viva en burbujas políticas en redes, escuchando solo lo que quiere oír, como ha observado la especialista Ana Sofía Cardenal, de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), en sus trabajos: “Lo que consume y quiere consumir el típico ciudadano medio, el que decide elecciones, no está en esas burbujas”. Sin embargo, reconoce Cardenal, “estos vídeos y memes se extienden como la pólvora por WhatsApp, que es la segunda puerta de acceso a la información, y no hay forma de saber qué se hace allí”. Y añade la importancia del factor identitario: “Las redes captan más atención en lo negativo y en los mensajes altamente emocionales. Pueden haber servido para consolidar este sentimiento, tan negativo y tan pasional, que despierta Pedro Sánchez”, explica.

Aunque considera que se exagera la influencia de las redes sociales, para el sociólogo Luis Miller “pueden ser medios muy efectivos para desarrollar estrategias polarizadoras”, como escribe en su libro Polarizados, la política que nos divide (Deusto). Y explica cómo funciona ese efecto de arriba hacia abajo, de las élites hacia los ciudadanos. “A través de los mensajes directos que los políticos lanzan a sus seguidores en las redes sociales, proporcionando una imagen ideologizada de la realidad. Al no tener el filtro de la prensa tradicional, los políticos actuales son capaces de ofrecer su verdad sobre cualquier asunto de forma inmediata”. Además, Miller recuerda que los ciudadanos se ven legitimados por los políticos que se dirigen de forma bronca y con faltas de respeto, replicando ese tono.

El politólogo Lluís Orriols lo explica con detalle en su libro Democracia de trincheras (Península) al citar el trabajo de su colega Diana Mutz, de la Universidad de Pensilvania. Mutz explicó en su libro titulado In your face politics (que Orriols traduce como “La política del zasca) qué efectos tenían sobre la audiencia los distintos tonos de los debates tras grabar falsas tertulias entre políticos que mantenían las mismas posturas de fondo, pero en un caso eran amables y en el otro eran maleducados. “Los resultados fueron claros y algo preocupantes”, describe Orriols: “El debate incívico basado en zascas captaba más la atención de la audiencia y conseguía que la gente recordara más las posiciones de cada candidato. Es decir, el debate airado y grosero ofrecía una ventaja muy interesante: la notoriedad”. Y concluye: “La mejor forma de inocular un mensaje es, pues, usar un debate bronco basado en el zasca”.

En lo que coinciden Miller y Orriols es que esa polarización del electorado tiene un efecto movilizador, algo esencial en esta campaña electoral perpetua que se vive en España desde 2014. A veces, los vídeos tienen éxito de forma orgánica y natural: por ejemplo, cuando a los tiktokers les gustó el rap de la campaña del PP de Madrid. En otras ocasiones, pueden ser un fiasco, como cuando el primer ministro británico, Rishi Sunak, grabó una alocución para redes en su coche y era evidente que no llevaba puesto el cinturón de seguridad.

No obstante, Fumanal advierte de que los partidos también usan contenidos que no son aparentemente políticos, sino de influencers y perfiles anónimos, “que hablan de bolsos y cremas, pero inoculan una forma de ser mujer para ser feliz, por ejemplo, como las nuevas pititas de las que hablaba EL PAÍS hace poco”. O los jóvenes youtubers misóginos y ultraliberales que hablan de videojuegos o criptomonedas: “Las olas conservadoras, los ultras, están consiguiendo mucho con contenidos velados. Hay muchos sectores de la población consumiendo política sin saber que es política”.

En todo caso, la notoriedad y las ventajas de estas bofetadas virtuales tienen consecuencias negativas para todos, como resume Orriols: “El debate basado en los zascas capta la atención, genera audiencia, likes o retuits, pero también fomenta el descrédito de los adversarios políticos y atrinchera ideológicamente a la opinión pública”.

La inteligencia artificial intoxica la política

Todos los mecanismos explicados pueden exacerbarse con la irrupción de los deepfakes, estas recreaciones falsas de imágenes, vídeos e incluso la voz de los políticos generados por sistemas de inteligencia artificial (IA). Es decir, podemos llegar a un momento en que no sepamos si la alocución entera de un político es real o creada por ordenador. Aunque es un fenómeno muy nuevo y del que todavía no se ha explotado a fondo su potencial, ya se ha podido estudiar cómo funcionan sus efectos. En un estudio recién publicado, se observó que los deepfakes tienen un efecto radicalizador entre los usuarios, pero no porque hagan cambiar de opinión a la audiencia, sino porque siembran confusión.

Estos días, Nadia Calviño lanzaba un tuit con una foto del Gobierno reconstruido en su versión infantil con IA. También Aitor Esteban, del PNV, bromeaba con las posibilidades, pero en ambos casos el contexto estaba claro. Sin embargo, Ron DeSantis (del Partido Republicano estadounidense) ya la usa sin avisar contra su rival, Donald Trump, fingiendo que se abrazaba y besaba con el epidemiólogo Anthony Fauci. En Estados Unidos, ya están tratando de ponerle coto a este fenómeno antes de que suceda en las presidenciales de 2024 como con Facebook y Cambridge Analytica en 2016.

Ana Sofía Cardenal se muestra preocupada. "Habrá que ver cómo impactan estas nuevas formas de comunicación/desinformación en la campaña. En cualquier caso, sabemos que los fact-checks funcionan, con más o menos eficacia, pero funcionan. Es decir, mensajes como los de Calvino mostrando que se trata de una foto falsa construida con IA son eficaces para combatir la información falsa que se difunde en redes", asegura.

Fumanal cree que "los fakes van a ser uno de los temas a los que estar atentos en esta campaña". Y es más pesimista que Cardenal: "Es algo muy complicado que no se puede afrontar en el corto plazo, porque una campaña es ruido, mucho ruido, y no puedes pretender que la gente esté permanentemente buscando si es verdad lo que ve. No se puede".

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Sobre la firma

Javier Salas
Jefe de sección de Ciencia, Tecnología y Salud y Bienestar. Cofundador de MATERIA, sección de ciencia de EL PAÍS, ejerce como periodista desde 2006. Antes, trabajó en Informativos Telecinco y el diario Público. En 2021 recibió el Premio Ortega y Gasset.

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