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El fenómeno de los ‘influencer’ gastronómicos: cuando comer bravas acaba pagando el alquiler

Eduardo González lleva 15 años publicando sobre comida en redes sociales y acumula más de un millón de seguidores entre Instagram, YouTube y TikTok

Influencers gastronómicos
Eduardo González comenzó a escribir en Internet sobre patatas bravas. Imagen proporcionada por el propio González.

El fenómeno foodie en las redes sociales se alza como creador de tendencias, desbancando en ocasiones a los tradicionales críticos gastronómicos o a las Guías Repsol y Michelin en cuanto a reputación y popularidad. Los influencers gastronómicos acumulan seguidores, suscripciones y se agarran al huracán de lo viral, mientras subsisten colgando vídeos en plataformas en las que ganan 20 euros al mes, como en TikTok, o en las que directamente no cobran nada, como en Instagram. Pero además de las publicaciones, las colaboraciones y la organización de eventos como festivales gastronómicos son determinantes para aportar a la cartera.

Edu González (Girona, 50 años) empezó escribiendo una especie de críticas gastronómicas desde la pasión en un foro —cuya página web sigue activa— en los preludios de Internet, en 2004. Inició su camino en creación de contenidos audiovisuales en un blog sobre patatas bravas allá por 2009, cuando encontró un nicho que vio que él podía explotar, y se obstinó a fotografiar todas aquellas que probara. Además de ser un plato que había probado muchas veces y le encantaba, decidió especializarse en las bravas porque “es la tapa más popular de todas. Cuando alguien va a un bar, lo primero que dice es ‘unas bravitas, va’. Y precisamente suele ser la tapa más humilde de toda la carta”, puntualiza.

Si hablamos de influencers o creadores de contenido, ya sea de comida, moda, estilo de vida, viajes o cualquier otra especialidad, exclusivamente la publicación de contenidos en plataformas y redes sociales no suele ser suficiente para subsistir. Es ahí cuando entran en juego la publicidad, los patrocinios y las colaboraciones. En el caso de González, reconoce que su principal fuente de ingresos son otros negocios no relacionados con el contenido foodie. Sin embargo, de todos los vídeos que sube casi diariamente a Instagram, TikTok y YouTube, explica que esta última es prácticamente la única plataforma que le paga: “con los 150.000 suscriptores que tengo, me paga exactamente el importe de la hipoteca”, detalla. Vive en La Barceloneta.

Además de con YouTube, genera ingresos al organizar festivales de comida del “monoproducto”, como los llama él. Planea estrenar en noviembre el festival del cruasán, que se sumará a las dos ediciones del Bravas Fest y dos del Pizzas Fest —la segunda se celebró este mes de abril— que ha organizado con éxito. Este último evento, el Pizza Fest, que rinde culto al plato italiano por excelencia, ha congregado a unas 35.000 personas en el Poble Espanyol y ha reunido a 16 pizzerías: la de Madre Lievito se ha coronado como la mejor pizza, según el jurado, y la de Mama, según los asistentes del festival. La compañía de cerveza Mahou patrocina el evento, y son precisamente estos acuerdos con marcas los que aportan el último porcentaje de la cartera de González. Con publicaciones, colaboraciones y festivales, asegura que se gana la vida “sobradamente”, aunque no quiere dar cifras.

A diferencia de algunos de sus compañeros de profesión, para Edu González, la experiencia del influencer de comida es tan imprescindible como la honestidad. Por una parte, reconoce que el formato apresurado de los reels y tiktoks, que duran 30 segundos de media, no deja demasiado espacio para la opinión y prefiere destacar lo bueno antes que lo malo del local, comenta. Por otro lado, explica que en YouTube, al ser vídeos más largos, es más probable que manifieste alguna crítica negativa sin tapujos: “Si alguien ha puesto opiniones sinceras, y se ha mojado a decir que algo no le ha gustado, he sido yo”. Como ejemplo, un vídeo sobre el peor restaurante de Barcelona, según TripAdvisor, que se viralizó y acabó beneficiando al negocio porque la gente iba para comprobar si realmente era tan malo como lo pintaban.

El auge de las cuentas foodie en redes sociales desvela comida, cafeterías y restaurantes nuevos a los usuarios, reporta ganancias a los influencers e impulsa a los locales de hostelería que aparecen en sus perfiles; una situación beneficiosa para todas las partes. Como guía para probar nuevos sitios, BravasBarcelona se fija en las tendencias en las redes, las recomendaciones de amigos y las de sus propios seguidores: “¿No has ido a un sitio de esmorzars de forquilla en Santa Coloma de Gramenet?”, pone González como ejemplo. “Para mí, estos son los mejores, estas joyitas ocultas de barrio son lo que más me gusta.”

Sobre la creciente popularidad de sus cuentas en redes, González confiesa que lo que más le llena es el fenómeno offline: aparte de los festivales, convoca a sus seguidores —fuera del mundo virtual— promocionando comida gratis o a precio reducido. El ejemplo más reciente, vender 2.500 galletas y rollos de canela a 1 euro, un anuncio que formó una cola que casi daba la vuelta a la manzana en el barrio de Gràcia. Comenzaban a dejar entrar a la gente a las once de la mañana, pero las primeras personas de la cola llegaron a las 7.45 horas. El perfil en Instagram de esta tienda de galletas ganó alrededor de unos cuatro mil seguidores tras el evento.

Con los 450.000 seguidores que acumula Bravas Barcelona es habitual que se formen colas: “He regalado 100 cruasanes de Hoffman, pollos a l’ast o pastelitos murcianos y siempre viene un montón de gente”, cuenta González. También ocurren casos más extremos, relata, como cuando aparece un seguidor al momento de haber publicado una story o cuando una tienda se queda sin existencias durante semanas porque ha sido arrasada tras la publicación de un vídeo. El influencer presume de su séquito en redes y asegura que con él se podría organizar un sondeo poblacional más que acertado: “Siempre digo que si hiciera una encuesta de a quién van a votar mis seguidores, creo que la clavaría mejor que las encuestas de Sigma Dos porque tengo más muestra”.

González no se ha cansado de comer bravas, las come “continuamente”. Pero reconoce que su público le pide variedad, así que publica sobre todo tipo de gastronomía. Entre sus favoritos —que también atrae a los seguidores más golosos—, los dulces. Empezó publicando repostería “más modernita, americanizada”, pero siempre reserva un lugar para los postres más tradicionales y clásicos, como los carquinyolis catalanes o el auge de los productos hojaldrados. “Nunca hubiese pensado que, al dedicarme a las redes, esa cosa tan rica que es la repostería pudiera convertirse incluso en un festival”, admite.

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