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Fito Paez
Fito Páez en el concierto del Poble Espanyol.Carlota Figueras

Fito Páez inaugura por todo lo alto el nuevo festival Alma del Poble Espanyol desterrado de Pedralbes

El rosarino puso a cantar a todo el recinto, con masiva presencia de la comunidad argentina

Todo el mundo, cinco mil personas, todo el rato, en todos los lugares. Fito Páez en Barcelona, inaugurando el festival Alma, desterrado de Pedralbes y buscando nuevo hogar en el Poble Espanyol. Todo el mundo, entre treinta y cuarenta, con la Argentina toda allí, quizás menos la generación Bizarrap, aunque algún representante había. Argentinidad exhibida con camisetas albicelestes, alguna bandera y ese dulce acento planeando por el recinto. Todo el rato, el que duró el concierto, dos horas con sus 19 canciones, sin un solo momento de descanso. En todos los lugares: haciendo cola en el lavabo, pidiendo consumiciones en barra, infiltrándose en la multitud en busca de mejor lugar, besándose o ensimismándose: sí, todo el mundo, durante todo el rato y en todos los lugares cantó. De manera continuada, enfática e ilusionada, como si escuchar esas canciones implicase cantarlas con Fito, como si ir a uno de sus conciertos y no prometerse con la afonía fuese una ofensa al artista, como si en las últimas semanas sólo hubiese existido una cuenta atrás hasta el momento en que Fito comenzase a cantar El amor después del amor sin aún salir al escenario. Fito Páez no es un rockero, es una religión.

Claro está, el concierto fue una apoteosis, un nexo con el lejano hogar que el de Rosario acercaba a Barcelona con sus canciones. Y Fito, sabedor de la carga emocional extra que tiene su música fuera de Argentina, fue más rosarino y porteño que nunca, con esas presentaciones en las que las palabras se aovillan en un todo donde al final no se sabe si es más importante la meta que el camino, con esos agradecimientos a los grandes argentinos que han marcado su carrera —Spinetta, Rodrigo Fresán, Cecilia Roth….— y comentarios a propósito de Buenos Aires. Fue como un cicerone de la memoria colectiva que añora el terruño y en esa añoranza encuentra algo de su identidad, también estructurada en canciones exitosas de Fito como las que mantuvieron enhiesto el repertorio: 11 y 6, Pétalo de sal, Naturaleza sangra, La rueda mágica, Circo beat, Ciudad de pobres corazones, Dar es dar o la última, Dale alegría a mi corazón. Bien, en realidad habría de citarse el repertorio entero pues ni en el popurrí central la presión bajó, espolvoreada con funk en ese tramo del recital. Rock, negritud en los vientos, y funk. Y letras que hablan de lo eterno: el amor, la política, la ciudad, la esperanza y también la propia vida. Todo encarnado en Fito, pez en agua en un escenario.

¿Calor?, sí, claro, pero casi le dio un tono más carnal y menos riguroso a la noche, en la que sudar entre la multitud podía ser inicio de cualquier conversación. Si sudaban los diez músicos en escena y pese a todo Fito lucía americana, ¿cómo no pasar calor abajo? Noche tórrida para estrenar festival, que en un afán de reproducir allí el espíritu de Pedralbes, instaló gradas frente al escenario y en un lateral, amén de segmentar la plaza en dos zonas, lo que en conjunto depositó en las muñecas de los asistentes el colorido en pulseras diferenciadas propio de los grandes festivales. La cruda realidad ha provocado que el Alma haya de reinventarse en un nuevo espacio que nada tiene que ver con el que le vio nacer y que intenta hacer suyo con medidas que el tiempo determinará si cumplen su misión. En la noche del martes, con el recinto lleno, plantearon algunos problemas de movilidad y de acceso, pero se intuye que si esos son todos los problemas que se presentan en el Alma, no habrá motivos de mayor queja por parte de la organización. Además el estreno fue sensacional: todo el mundo, todo el rato y en todo lugar cantó.

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