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Natalia Lafourcade en su concierto en Barcelona.
Natalia Lafourcade en su concierto en Barcelona.JOSÉ IRÚN

Natalia Lafourcade llena los jardines de Pedralbes de emociones y alegría danzante

La artista mexicana arranca los conciertos de gran formato del nuevo festival Les Nits de Barcelona

Que si llueve, que si no llueve, es el leitmotiv de estos días en Barcelona. Natalia Lafourcade y las 2.400 personas que abarrotaban las gradas ante el Palau Reial no se merecían que lloviera. Y no solo despejó, quedó una noche de lo más agradable que, incluso, invitaba a ponerse una chaqueta.

El nuevo festival Les Nits de Barcelona, tras un prólogo de varios conciertos de pequeño formato, iniciaba su andadura principal en los jardines de Pedralbes, lugar que otrora ocupara el festival que ahora se ha trasladado al Poble Espanyol. A la entrada pocos cambios, ahora la alfombra que te recibe en la Diagonal es azul, unos actores te dan la bienvenida ante el pequeño estanque que por culpa de la sequía está totalmente seco. Es una primera impresión triste que desaparece inmediatamente al adentrarte en el village situado a ambos lados del camino que lleva hacia el escenario. Aquí poco ha cambiado del festival anterior, probablemente los nombres de los restauradores, pero el ambiente sigue siendo el mismo, festivo y dicharachero. El público ha acudido a los jardines con bastante tiempo para poder gozar de este agradable espacio bajo las estrellas.

En uno de los extremos del village un pequeño escenario acoge la actuación de la cantaora barcelonesa Anna Colom acompañada por dos músicos. Esencias jondas que consiguieron captar la atención de buena parte de los asistentes que, en realidad, estaban allí cenando. Un entremés potente y atractivo.

Las nuevas disposiciones institucionales han acotado incomprensiblemente las zonas del parque por las que se puede deambular. A pesar de ello el paseo sigue siendo sumamente agradable.

El escenario y las gradas están en la misma posición que en años anteriores aunque ahora la concha negra que cubre el entarimado impide la visión frontal del Palacio que, dado su escaso interés, es toda una mejora.

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Primer concierto grande del nuevo festival y primer sold out. Las Nits comenzaban con buen pie y Natalia Lafourcade se encargó de convertir ese inicio en todo un acontecimiento.

Con solo cinco minutos de retraso la veracruzana apareció descalza y enfundada en un espectacular traje de cola que precisó de dos ayudantes para para recolocarlo. Con su larga melena al viento y situada en el centro de esa enorme falda que por momentos era negra y por momentos verde o azul, según las iluminaciones, parecía realmente el pistilo de una bella flor, atractiva pero inquietante. Una pequeña mesa con su lamparita encendida y una silla eran el único decorado y realmente no se necesitaba más porque la importancia no estaba en el atrezo sino en las emociones y en cómo las comunicaba la cantautora mexicana.

Las palabras de la chamana María Sabina abrieron el espectáculo dejando ya claro que, como mínimo en ese primer trayecto, las palabras, en realidad los sentimientos, iban a ser muy importantes. Lafourcade, siempre sentada y guitarra en mano, recorrió gran parte de su último disco en un orden casi similar al grabado pero en versiones más simples, más directas. Se fue desnudando poéticamente ante un público entregado desde el primer momento. Vine solita inició la velada mostrando ya esa voz tan carismática cargada de innegables inflexiones mexicanas. Una voz que o sea ama o se odia sin términos medios, en Pedralbes, por supuesto, todo el mundo la amaba.

Lafourcade transmitió con mucha fuerza sus sentimientos más íntimos, del amor al desamor, de la vida a la muerte, intentó que el público cantase un par de veces sin conseguirlo (sería necesario esperar a la segunda parte, a temas como Hasta la raíz, para oír al público secundar a la cantante). Muerte cerró de una forma un tanto dramática el primer tramo. Lafourcade se desprendió de su enorme falda y pareció como liberarse de ese mundo interior, no siempre agradable, que nos había presentado.

La segunda parte del concierto fue totalmente diferente. Ya de entrada la cantante apareció con un vestido mucho más étnico en tonalidades naranja y botas blancas de tacón alto. De pie, no paró quieta ni un momento como clara contraposición al estatismo anterior. Ahora se trataba de buscar las raíces más rítmicas de la música de su tierra. Algunos estándares pusieron de relieve la fuerte personalidad de Lafourcade como mera intérprete: Cien años, La tonada de la luna llena, Tú me acostumbraste y por supuesto la ineludible La llorona, todas en versiones muy personales en las que la voz de Lafourcade hacía malabarismos sobre el colchón sonoro creado por siete músicos perfectamente adaptados a sus necesidades. A la parte más tradicional siguió un pequeño grandes éxitos. Hasta la raíz levantó al personal de sus asientos, incluso en algún lateral empezó a bailarse. La recta final, avasalladora, mostró una Lafourcade festiva, desinhibida y con una contagiosa expresividad.

Más de dos horas intensas y llenas de destellos de colores para demostrar que la música de raíz mexicana no solo son corridos tumbados, se puede seguir creando algo novedoso a partir de la tradición. Un gran éxito que no se continuó con la habitual copa de madrugada en el village a la luz de la luna, ya que este año las nuevas disposiciones han prohibido su utilización tras el concierto.

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