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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Barcelona: Prosperidad y gentrificación

En el Raval, guardan el barrio los comerciantes de origen pakistaní que intentan abrir a todas horas. A ver si el Ayuntamiento se entera que una reforma básica de mejora es que los comercios abran más días al año y más horas cada día

Una imagen del bar Mendizabal, en el Raval.
Una imagen del bar Mendizabal, en el Raval.GIANLUCA BATTISTA
Pablo Salvador Coderch

Casi todos los barceloneses queremos que nuestra ciudad prospere, pero el éxito puede tener efectos indeseados, como, por ejemplo, que nos desplacen de la vivienda que habitamos porque ya no podemos pagar su nuevo alquiler. En Barcelona, éxitos de renovación urbanística como las del Raval, la Vila Olímpica, o 22@ han dejado de lado a algunos vecinos vulnerables por pobres, por solos, o por viejos. Las mejoras urbanas tienen ganadores claros, los propietarios de los inmuebles, pero el flanco abierto a las pérdidas es el de los arrendatarios de viviendas y locales de negocio.

El fenómeno está muy bien estudiado desde hace muchos años: Joan Subirats, profesor y ahora ministro de mi ramo, publicó un libro en 2005 cuyo título, Del Chino al Raval, resume en cuatro palabras la transformación del barrio más degradado de Barcelona en uno de los más apreciados. Para casi todo, aunque todavía no para vivir: la clase media no lo ha asumido como propio para vivir, aunque sí lo ha hecho el turismo y los visitantes del MACBA, un gran museo de la ciudad.

Joaquim Sabaté, catedrático de urbanismo, me recuerda la verdad antigua de que a todos nos gusta caminar por calles con tiendas abiertas, pues los comerciantes acogen y protegen acaso más que mucha policía. En el Raval, guardan el barrio los comerciantes de origen pakistaní que intentan abrir a todas horas. A ver si el Ayuntamiento se entera: una reforma muy básica para mejorar calles y hasta barrios enteros en horas bajas es permitir que los comercios abran más días al año y más horas cada día. El ejemplo de Madrid es claro, no todo se hace mal allí.

El riesgo de mejorar entornos y propiedades es dejar fuera de juego a los arrendatarios. Así, la transformación que supuso la Vila Olímpica desde 1992 fue radical y allí sí que, claramente, educados profesionales tomaron el barrio en muy poco tiempo: lo compraron. El caso de 22@ fue acaso más infeliz, pues una oscura regulación del año 2000 acotó su habitabilidad a 20 viviendas por hectárea y yuguló su crecimiento equilibrado. Hasta hoy. Es cierto que Madrid puede crecer por los cuatro puntos cardinales y que, en cambio, Barcelona tiene un problema de espacio, acotada como está por el mar y la montaña. Pero no hay que agravar los problemas.

Hay soluciones bien intencionadas y malas: el legislador catalán limitó los precios de los arrendamientos de vivienda durante algún tiempo, hasta que el Tribunal Constitucional tumbó la ley. Pero limitar precios es una receta perfecta para reducir la oferta de viviendas en alquiler. Y es que toda medida que no se dirija a aumentar la oferta y la estabilidad del mercado está condenada al fracaso, como se ha hartado de explicar José García Montalvo, catedrático de economía de mi universidad. Y es que, más que milagros, se requieren políticas que lleven a destinar parte de las plusvalías generadas por las mejoras urbanas a alquileres sociales.

Pablo Salvador Coderch es Catedrático emérito de derecho civil Universitat Pompeu Fabra

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