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ojo de pez
Crónica
Texto informativo con interpretación

Cocinas de artefactos: patatas fritas sin aceite

Entre cocinillas y usuarios sin pretensiones la complicidad es fácil, aparece el deseo de probar y la búsqueda de una comida menos grasa, en aras a la dietética

Una freidora sin aceite.
Una freidora sin aceite.Olivia Alvarez

Las patatas fritas sin aceite son una realidad, correcta. Han aparecido en escena y han llegado a los domicilios las freidoras de aire, artefacto que permite preparar, sin una balsa de grasa líquida, patatas fritas —guarnición del menú universal—, croquetas, flanes, hasta chuletones, tartaletas o minipizzas, entre otras cosas. Es un recurso interpuesto, un minihorno rediseñado. Hace décadas se pregonó la tortilla sin patata ni huevos, era una acción contra la miseria, no una apuesta vegana.

En la cocina, no solo en los platos, la innovación rompe esquemas. Ahora entra la teórica superación de la freidora histórica, de la sartén metálica y de su avance la fritura por inmersión que es la freidora eléctrica, con cesta. La novedad de la fritura sin aceite es ocurrente y atrevida en su discurso e implantación, gracias a las campañas clásicas, las plataformas de venta online, el boca a boca arraigan.

El artefacto ha devenido una creciente moda. Entre cocinillas y usuarios sin pretensiones la complicidad es fácil, aparece el deseo de probar y la búsqueda de una comida menos grasa, en aras a la dietética. La cocción es más limpia, uniforme, programable, con menos olores y requiere menos atención en el proceso.

En el sector del pequeño electrodoméstico los robots traspasaron las fronteras de la novedad, en realidad son ollas con motor, diversos instrumentos, maquinaria y relojes. La olla a presión definió estilos tiempo atrás. El diseño de la pionera olla automática universal se expandió en círculos de amistad y grupos, como la estrategia del tupperware.

El robot fue extensamente imitado en su versatilidad porque elabora desde los arroces hasta las cremas de verduras y la elaboración de masas de harinas. Los robots han cuajado de manera vertical y cuentan con decenas de versiones profesionales y familiares, de bastantes marcas, más allá de aquella thermomix inicial.

En las cocinas, desde casi siempre, existe un archivo monumental de ollas, vasos, platos, cubiertos y bastantes objetos prescindibles. Predominan los artilugios, artefactos y mini maquinaria auxiliar o central en el proceso de transformación y elaboración de los alimentos de manera más conveniente y atractiva. En los albores de la modernidad entraron las batidoras, las tostadoras, las trituradoras eléctricas túrmix o minipimer, con las licuadoras integrales o las exprimidoras sencillas, como las cafeteras con cable, antes de las que tienen cápsulas de aluminio.

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La cocina doméstica, la alimentación organizada, nació cuando los precursores humanos dominaron el fuego, desarrollaron la habilidad de reemprender la llama, de hacer fuego a su voluntad. Las llamas, el calor, el agua al hervir aportaron la capacidad de disfrazar y prolongar el vigor de la carne de los animales, las bestias de caza. Convirtieron las bestias en comestibles. También se ahumaron las carnes. Durante siglos, aun ahora, las llamas y las brasas, el calor, fueron el vector central de los menús de las personas.

La modernidad se generalizó con la energía eléctrica, las neveras y los congelados, la capacidad de regular las preparaciones. Un gran acelerador de la sociedad de consumo. Una catarata de instrumentos regidos por la electricidad invadieron las cocinas, muchas veces secundarios. Un mechero se transforma en una antorcha soplete que ayuda a dorar, gratinar, limpiar restos de pelos y plumas.

El cuchillo eléctrico o el afilador están en segunda fila. Como las arroceras con enchufe, las planchas eléctricas, las sandwicheras, las tortilleras, los pizzeros, los churreros. Discutible es el cocedero de huevos o el exprimidor de tomates. En el apartado de excentricidades está el espiralizador, que corta verduras en espiral sin fin o las planchas para efectuar rellenos en forma de nuez.

Una mirada contemporánea a la disposición de la cocina familiar, dos generaciones atrás, debe anotar aquel avance de modernidad que fueron las cocinas a gas butano (fuego fácil y calor regulables) y las posteriores de placas eléctricas de inducción, que desplazaron las cocinas económicas de hierro colado que usaban leña de combustible, una versión industrial del fuego prehistórico de siglos, ya domesticado.

Más allá de los rulos de madera para alisar pastas o triturar galletas y las mazas de los morteros, en aquellas cocinas clásicas apenas había utensilios de diseño industrial moderno: los coladores, las mandolinas, las placas de rallar. Posiblemente una de los primeras máquinas fue la batidora manual de huevos, con dos coronas dentadas o las muelles espumaderas para alzar el blanco de la clara de huevo. Quizás también las pequeñas máquinas de triturar carne o los abridores de botellas, sacacorchos, destapadores, los extractores de tapones en espiral, un hallazgo arcaico e imbatible diseño.

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