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opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El independentismo teme más a Illa que al virus

Con la suspensión de las elecciones, ERC trataba de comprar tiempo para desgastar al rival que ha puesto en riesgo su opción a la primacía electoral

Enric Company
El ministro de Sanidad y candidato del PSC a la Generalitat, Salvador Illa.
El ministro de Sanidad y candidato del PSC a la Generalitat, Salvador Illa.INMA FLORES

El pánico de Esquerra Republicana a perder la posición de cabeza que ocupaba en los sondeos preelectorales se ha unido ahora al terror que sacude desde hace meses a los exconvergentes de Junts ante la expectativa de quedar fuera del Gobierno de la Generalitat en unas elecciones al Parlament. La suma de tanto miedo abocó a la decisión tomada el viernes 15 de enero de suspender por decreto las elecciones autonómicas del 14 de febrero y posponerlas hasta finales de mayo. La pandemia es una excusa poco creíble: mientras se permita que los ciudadanos tomen el metro y el autobús para ir a trabajar o ir de rebajas es insostenible que se considere más arriesgado entrar en un colegio electoral debidamente preparado y controlado. Al universo político independentista le da más miedo Salvador Illa que el coronavirus. Eso es lo que hay.

Mientras se permita tomar el metro es insostenible que se considere más arriesgado entrar en un colegio electoral

Para Junts o ERC lo que en estos momentos cuenta de verdad no es tanto gobernar como estar en el gobierno y esta es la razón por la que les interesa alejar estas elecciones todo lo que puedan. Los múltiples resortes institucionales y administrativos de la Generalitat que controlan se han convertido en el plasma en el que viven y se alimentan políticamente. El disfrute de este precioso hábitat corre peligro si ERC queda en posición secundaria en las elecciones. Los sondeos preelectorales indican que esto es posible tras la fuerte apuesta del PSC para recuperar su ya casi olvidada posición de primera fuerza de las izquierdas catalanas. En cuanto se publicaron, se dispararon las alarmas.

En las próximas elecciones, sean cuando sean, están en juego la oposición derecha-izquierda, la oposición autonomía-independencia y la oposición radicalismo-moderación. Pero con todo ello está también en juego el control de una Administración de nueva planta creada según los intereses políticos e ideológicos de la derecha nacionalista. La gran oportunidad histórica que cayó en las manos de Jordi Pujol a partir de 1980. Es un enorme aparato que ha adquirido una gran dimensión social y económica. Es el Gobierno, en primer lugar, pero también todo lo que hay desde la cúpula para abajo. Desde la selección del personal a la radiotelevisión pública de la Generalitat, por citar aparatos de fuerte incidencia política.

Aquella oportunidad de 1980 habría sido quizá menos trascendente de haber durado solo una legislatura o dos, como suele ser frecuente en los sistemas parlamentarios concebidos para la alternancia en el gobierno. El sesgo político-ideológico inicial habría sido maleable. Pero ese no fue el caso. La oportunidad duró 23 años ininterrumpidos. Turbulencias de variado tipo durante la década 2010-2020 han provocado la desaparición de CiU, la muerte de algunos partidos y la creación de otros. Pero el universo político y sociológico del pujolismo ha seguido orbitando en torno a este entramado institucional, administrativo y mediático.

La alianza de ERC con la derecha nacionalista o independentista de Artur Mas y Carles Puigdemont ha servido para afianzar este modelo. Oriol Junqueras ha hecho desde 2012 lo mismo que Heribert Barrera y Joan Hortalà hicieron en la década de 1980 apoyando a Pujol. Incluso cuando Josep Lluís Carod y Joan Puigcercós alumbraron en 2003 el gobierno de las izquierdas presidido por Pasqual Maragall, lo primero que reclamaron para ERC fue precisamente el control de la radiotelevisión de la Generalitat.

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La dirección de ERC persigue desde hace años convertir a su partido en el sustituto del pujolismo

Todo esto no es algo excepcional. Con las particularidades que sea, viene a ser la versión local de lo que ha sucedido con el PNV en Euskadi, con el PSOE en Andalucía y con el PP en Galicia. Los aparatos administrativos construidos y luego controlados durante décadas por un solo partido se convierten en causa y efecto de potentes inercias políticas y sociales. Crean intereses.

La dirección de ERC persigue desde hace años convertir a su partido en el sustituto del pujolismo y desde hace meses acaricia la idea de tener por fin ese objetivo al alcance de la mano. Ser el primero en el bloque independentista, ostentar su dirección, marcar sus prioridades y su estrategia. Controlar el aparato de gobierno. Inesperadamente, cuando creía que estaba a punto para lograrlo, la entrada en juego de Illa lo ha puesto en riesgo.

Ante el susto, los independentistas han decidido dar tres meses y medio más de agonía a un gobierno sin mayoría parlamentaria que en realidad lleva ya un año en coma. Han comprado tiempo para intentar el desgaste del inesperado rival. Hay mucho en juego.

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