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La difícil convivencia entre aves esteparias y placas fotovoltaicas

Forman parte de uno de los grupos de aves más amenazados de la península Ibérica y de Europa. Científicos y conservacionistas piden un mayor control para evitar que las renovables, imprescindibles en la lucha contra el cambio climático, invadan su espacio vital.

Un macho de sisón, en la comarca del Temple (Granada).
Un macho de sisón, en la comarca del Temple (Granada). Francisco Contreras Parody
Esther Sánchez

El suelo, seco y polvoriento, cruje; el día es soleado, y el viento azota el paisaje del Campo de Tabernas (Almería), uno de los ecosistemas semiáridos mejor conservados del continente europeo. En esta inmensidad plana, ahíta de sol, las plantas fotovoltaicas han encontrado la ubicación ideal para expandirse y acometer la inaplazable transición hacia la energía verde: suelos llanos, de pastizales y cultivos de cereales de secano, que se alquilan a bajo precio, intercalados con olivares y hábitats esteparios. Aquí se reproduce y alimenta también la ganga ortega, especie que forma parte de uno de los grupos de aves más amenazados de Europa, las desconocidas y discretas agroesteparias.

Planta fotovoltaica en Campo de Tabernas (Almería).
Planta fotovoltaica en Campo de Tabernas (Almería). Francisco Contreras Parody

Avutardas, sisones, gangas, alondras, aguiluchos cenizos… viven en sistemas áridos o semiáridos asociados a entornos agrícolas, perfectos para ellas y para las renovables. Lo ideal sería compartir hábitat, pero las esteparias necesitan espacios abiertos, sin fragmentar, cultivos de secano y tierras en barbecho (en reposo entre cosechas) para alimentarse y criar. Un entorno difícil de encontrar en hectáreas cubiertas de paneles solares.

Esta incompatibilidad, unida al grave declive poblacional que padecen las esteparias por los cambios de uso del suelo, la intensificación agríco­la o los agroquímicos, las convierte en uno de los motivos principales de denegación de permisos a plantas de renovables solares. Pero no siempre es así, denuncian científicos y asociaciones conservacionistas con datos de proyectos que han superado el filtro medioambiental de la Administración pública. “Los problemas que arrastran estas especies hasta ahora no se pueden atribuir a las fotovoltaicas, pero utilizar su hábitat para edificar las solares es la última vuelta de tuerca, la puntilla, y lo peor es que se podría evitar con una mejor planificación, cambiando el emplazamiento”, sostiene Francisco Valera, científico de la Estación Experimental de Zonas Áridas (EEZA) del CSIC y autor de un estudio sobre el impacto del despliegue de la energía fotovoltaica en la biodiversidad.

Enfrentamiento de machos de avutarda en celo.
Enfrentamiento de machos de avutarda en celo. Francisco Contreras Parody

Subidos en el coche, entre módulos solares y retamas, Valera aclara, “por si hay dudas”, que las renovables son necesarias, pero logrando un equilibrio entre sus beneficios y los daños que puede causar al medio. Un objetivo complicado, en su opinión, según se plantea el desarrollo de determinadas instalaciones.

El investigador muestra su pesar frente al ondulante mar de placas solares de la empresa Naturgy en Campo de Tabernas, proyecto construido en 2022 tras conseguir los permisos necesarios. “Se nos coló. Fue de las primeras y no alegamos, porque yo en realidad me dedico a investigar las relaciones entre parásitos y aves, entre ellas la carraca [ave semiesteparia]; nada que ver con esto”, explica. Pero empezaron a florecer las macroplantas y se implicó “para intentar aportar conocimiento científico”. Así lleva dos años, “los dos peores” de su vida profesional, dice. Porque a pesar de que la Junta de Andalucía ha parado algunas instalaciones después de recibir las alegaciones del CSIC, en su balanza pesa más “ver que nadie pone coherencia”.

Alondra ricotí, en Altos de Barahona (Soria).
Alondra ricotí, en Altos de Barahona (Soria).Francisco Contreras Parody

Las plantas Tabernas I y II de Naturgy ocupan una superficie de 220 hectáreas (una hectárea equivale aproximadamente a un campo de fútbol). Valera y su equipo no han vuelto a encontrar a la ganga ortega en esos terrenos después de su construcción. No les extraña. Son animales huidizos y muy sensibles, que escapan de cualquier estructura vertical, comen grano y crían en el suelo. “Cada vez más acorraladas, se desplazarán a donde puedan, a lugares no óptimos, y acabarán por no reproducirse”, concreta Luis Bolonio, técnico de campo y consultor del equipo de Valera. Entre estas y otras tres plantas, la ganga ha perdido en la zona unas 600 hectáreas del área de distribución, indican sus datos.

En uno de los bordes de la instalación se observa un refugio artificial para insectos, una de las medidas compensatorias puestas en marcha por la empresa energética. Y alrededor del vallado se han plantado especies para conseguir una pantalla vegetal. Además, han creado una zona de reserva de 119 hectáreas inalteradas, han instalado cajas nido para las carracas e iniciaron en febrero un estudio para evaluar el estado de la avifauna, entre otras mejoras. Bolonio apunta el problema de la mala ejecución de algunas de ellas. “Por ejemplo, han plantado aquel espacio de cereal, que, a priori, podría estar bien, pero por encima pasa una línea de alta tensión, con peligro de colisión para los pájaros. Es una trampa ecológica”, señala.

Alpacas en zona de esteparias en Villafáfila (Zamora).
Alpacas en zona de esteparias en Villafáfila (Zamora). Francisco Contreras Parody

José Donoso, director general de la Unión Española Fotovoltaica (Unef), la principal asociación del sector con más de 770 empresas, considera, sin embargo, que el sistema de adjudicación de las instalaciones asegura que “no se den autorizaciones de construcción en lugares con esteparias”. Para garantizar una transición energética sostenible han creado un sello de excelencia que reciben las empresas si cumplen con diferentes objetivos, como la protección de la biodiversidad. Además, la ocupación es pequeña, añade Donoso, tan solo se necesita un 0,3% de los 23 millones de hectáreas del territorio agrario (78.000 hectáreas).

El investigador del CSIC no duda de que exista fauna y flora que pueda convivir con las renovables solares, pero explica que “aquí se está comprobando que no es el caso de las esteparias”. Y se pregunta la razón por la que no se hace bien si es tan poco el espacio agrario necesario, mientras observa un tractor fumigando entre las calles de un olivar. Es una de las explotaciones superintensivas —en regadío y con mayor productividad que las tradicionales— que comenzaron a extenderse hace unos años por la zona. “Es aquí donde deberían instalar la energía verde. Habría que arrancarlos, y las fotovoltaicas pueden asumir ese gasto y continuar obteniendo beneficios”, afirma.

Grupo de ganga ibérica, en el parque nacional de Doñana.
Grupo de ganga ibérica, en el parque nacional de Doñana. Francisco Contreras Parody

Es consciente de la polémica social que suscita la eliminación de arbolado, pero en este caso, sostiene, es mejor para la biodiversidad. “El olivar tradicional aporta un gran valor económico, social y ambiental, pero el hiperintensivo se riega y está esquilmando el acuífero. Se extraen 20 hectómetros cúbicos al año y la recarga es de tan solo cinco”, aclara. Ya hay una empresa dispuesta a reubicar tres plantas proyectadas en terreno de gangas a olivares hiperintensivos tras recibir la información del CSIC.

La Sociedad Española de Ornitología (SEO/BirdLife) ha interpuesto “centenares” de alegaciones contra proyectos por afectar a las aves esteparias. Ana Carricondo, coordinadora de programas de conservación de la organización, asegura que el sistema actual no es garantista con el medio ambiente. “Es cierto que se ha variado la forma de construir las plantas, antes se cementaba más y ahora las calles entre módulos son más anchas, se planta cobertura vegetal en el suelo…”, describe. Pero estas medidas son buenas o no dependiendo de las especies. Opina, como Valera, que para muchas esteparias continúa siendo inviable por sus hábitos.

Macho de aguilucho cenizo, en Córdoba.
Macho de aguilucho cenizo, en Córdoba. Francisco Contreras Parody

Aunque el estado de estas aves, ligeras y expertas en camuflarse con el suelo envueltas en un plumaje terroso, no preocupaba en exceso a finales del siglo pasado, los datos actuales confirman caídas espec­taculares. El sisón común ha descendido un 60%, la alondra ricotí un 40%, el aguilucho cenizo casi un 30%, la ganga ortega un 43%, la avutarda un 14%…, especifica el biólogo Eduardo de Juana Aranzana en el libro Aves de estepas y secanos, presagio de una extinción. De media, entre 1998 y 2020 las poblaciones de aves asociadas a los medios agrícolas cayeron en España casi un 30%. Poco a poco, han ido engrosando el Catálogo Español de Especies Amenazadas y han llegado a contar con una estrategia de conservación del ministerio. El documento resalta que pierden hábitat por la presión de parques eólicos y solares, debido a que “estos desarrollos se concentran especialmente en las zonas esteparias”.

Las agroesteparias arrastran otros dos problemas sin solución de momento. Por un lado, el abandono de zonas de producción de cereal provoca un aumento de matorral en el terreno. Y, por otro, la intensificación de los cultivos en pos de una mayor producción, sin barbechos y con aumento del uso de plaguicidas o fertilizantes, que reduce los insectos y las plantas silvestres.

Una de las peores épocas que afrontan algunas de estas especies es la de la cosecha. “Cuando las máquinas recolectoras avanzan hacia sus nidos —una de sus características es la cría en el suelo— y no les da tiempo a escapar”, señala Carricondo. Con la intensificación de la producción, la huida se ha complicado: “Con cuatro cosechadoras a la vez, quizá los adultos escapen, pero los pollos no”.

Hembra de aguilucho cenizo, con uno de sus pollos.
Hembra de aguilucho cenizo, con uno de sus pollos. Francisco Contreras Parody

El problema con las fotovoltaicas se ha agravado desde que el Ministerio para la Transición Ecológica abrió en enero de este año una vía rápida para la instalación de renovables, eliminando el trámite de evaluación ambiental —procedimiento que analiza los riesgos para el entorno—, en el que puede participar la sociedad civil. Se mantiene solo para los proyectos en espacios protegidos. “Pero hay muchos, como ocurre en Campo de Tabernas, que no cumplen esa condición, así que se nos ha cortado la participación”, se desespera Valera. El ministerio sostiene que es una medida coyuntural —para dos años— porque las renovables pueden evitar que Rusia use la energía como arma.

Como consecuencia, más de la mitad del hábitat de la emblemática avutarda queda desprotegido, concluye un artículo científico del Museo Nacional de Ciencias Naturales publicado en enero. La investigación ha permitido conocer por primera vez las áreas esenciales para la especie, que atesora en España más de la mitad de su población mundial.

Pareja de ganga ortega, en un erial en Granada.
Pareja de ganga ortega, en un erial en Granada.Francisco Contreras Parody

Las avutardas de la comarca de La Sagra, ubicada entre el norte de Toledo y el sur de Madrid, son una de las poblaciones que se han topado con las fotovoltaicas sin que se las tenga en cuenta, denuncia José María Rodríguez, de la asociación ecologista Avutarda Dientes de Sable. Proyectos como Guadarrama I, II y III ya disponen de la declaración de impacto ambiental positiva del Ministerio para la Transición Ecológica. No se ha considerado que el Gobierno de Castilla-La Mancha informó en contra por ser una zona de gran valor para esteparias como la avutarda y el sisón. Advirtieron también de los efectos negativos sobre recursos protegidos.

En este escenario, ¿es posible armonizar el despliegue de renovables y la conservación de la biodiversidad? “Sí”, responde Valera, “con mejor planificación, actualizando la información sobre la distribución de especies amenazadas y con un cambio en la percepción de que las zonas áridas y el secano carecen de valor”. El investigador pone el balón en el campo de la Administración, estatal y autonómica: “Es agotador hacer de malo de la película y escuchar cuando echo gasolina: ‘¡A ver si dejamos en paz a las fotovoltaicas!”.

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Sobre la firma

Esther Sánchez
Forma parte del equipo de Clima y Medio Ambiente y con anterioridad del suplemento Tierra. Está especializada en biodiversidad con especial preocupación por los conflictos que afectan a la naturaleza y al desarrollo sostenible. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y ha ejercido gran parte de su carrera profesional en EL PAÍS.

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