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Alsacia entre pueblos, viñedos y bosques de cuento

Los nombres de sus villas recuerdan el pasado alemán de esta región francesa: Eguisheim, Kaysersberg, Riquewihr… También sus platos, como el guiso ‘baeckeoffe’ o el bizcocho ‘kugelhopf’. Un viaje para empaparse de historia, tradiciones y naturaleza

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Arquitectura tradicional en una calle de Ribeauvillé, en la región francesa de Alsacia.Boris Breytman (Getty Images/iStockphoto)

Alsacia es una tierra de frondosos bosques que cubren la cordillera de los Vosgos, extensos viñedos que tiñen de verde sus llanuras y colinas, y pueblos medievales de cuento a los pies de viejos castillos. La mejor manera de recorrer esta región del noreste de Francia es combinando el coche con la bici y el senderismo. En el camino, entre maizales y viñedos de parras erguidas al sol, irán apareciendo pueblecitos de tal belleza que, como Eguisheim, inspiraron a Disney para La Bella y la Bestia.

Lo mejor es dejarse llevar por sus empinadas y laberínticas callejuelas en las que el tiempo parece detenido. Iremos descubriendo iglesias románicas; fuentes y pozos de piedra esculpida; murallas y torreones; casas medievales de fachadas de vivos colores entramadas con irregulares vigas de madera tallada, miradores renacentistas, alféizares floridos y coloridas contraventanas; patios de bodegas familiares cubiertos de enredaderas que albergan centenarias barricas y prensas de madera, y portones con escudos de armas y dinteles de piedra cincelados con el símbolo del oficio de sus antiguos moradores.

Los nombres de sus pueblos recuerdan el pasado alemán de esta región con lengua propia de origen germánico: Guebwiller, Dambach, Zellenberg, Hunawihr, Haguenau, Marlenheim, Niedermorschwihr… Todos comparten en mayor o menor medida los atractivos reseñados, cada uno con sus peculiaridades.

Jóvenes danzando con vestidos tradicionales durante la Fête du Vin Nouveau, la fiesta del vino nuevo en el pueblo de Eguisheim.
Jóvenes danzando con vestidos tradicionales durante la Fête du Vin Nouveau, la fiesta del vino nuevo en el pueblo de Eguisheim. Alamy Stock Photo

Eguisheim, rodeado de montes con viñedos y a los pies de tres castillos, tiene como icono Le Pigeonnier, una pequeña casa medieval, quizá la más fotografiada de Alsacia, en la esquina entre dos estrechas calles. Las callejuelas de Ribeauvillé, de las que sobresalen dos imponentes torreones, se llenan cada año de comediantes en la Pfifferdaj, la fiesta más antigua de esta región que recuerda a los juglares que la frecuentaban y que siguen teniendo su cofradía del siglo XIV en la atractiva casa Pfifferhüss. En Riquewihr se halla la casa medieval más alta de Alsacia, con 25 metros de altura, la llamada Gratte-Ciel (rascacielos). Turckheim lo enseña por las noches un alguacil ataviado a la vieja usanza cuya función era prevenir incendios: las casas son de madera y el fuego era su fuente de luz y calor. La coqueta Kaysersberg, a los pies de las ruinas del castillo de Schlossberg, está cruzada por el río Weiss, cuyas orillas une un puente fortificado. Bergheim, antigua villa romana, es la única que conserva sus murallas y torres casi al completo, y el tilo más antiguo de la región, de 1313. Era lugar de asilo para los prófugos de la justicia, como recuerda el Lakmi esculpido en una de sus entradas que se burla del exterior enseñando sus posaderas y la lengua.

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La señorial Obernai está a los pies del monte Sainte-Odile, patrona de Alsacia, quien, ciega de nacimiento, obtuvo la visión al ser bautizada. En su cima, con unas magníficas vistas de la llanura alsaciana, hay un convento fundado por la santa en 680, una de cuyas fuentes, dicen, tiene propiedades curativas. La religión siempre estuvo presente en esta zona, como atestiguan los cruceros en las entradas de los pueblos. Aquí convivieron, y también guerrearon, durante siglos católicos y protestantes; sin olvidar que Alsacia también contó con una importante comunidad judía, como se aprecia en Obernai, Turckheim o Bergheim.

Castillo de Haut-Koenigsbourg, en lo alto del boscoso monte Stophanberch.
Castillo de Haut-Koenigsbourg, en lo alto del boscoso monte Stophanberch.Alamy Stock Photo

Los castillos que protegían estos pueblos, muchos en ruinas, son testigos de guerras, pero también de no pocas leyendas, como el castillo de Hohenbourg, escenario de un Romeo y Julieta local por donde vaga el fantasma de Hedwige, muerta de pena al morir su novio, de una familia rival, a manos su padre. En Hohlandsbourg, otra ánima espera el beso de un caballero que la vuelva a convertir en mujer. El castillo más espectacular es Haut-Koenigsbourg, en lo alto del boscoso monte Stophanberch, desde cuyas murallas se divisa Sélestat, con su Biblioteca Humanista de 1452 que alberga 154 manuscritos medievales, 1.611 incunables de los siglos XV y XVI y un manuscrito del VII. No menos interesante es la nunca conquistada ciudad fortificada en forma de estrella de Neuf-Brisach, del siglo XVII, que encontraremos en la ruta que bordea el Rin camino de Estrasburgo.

Vista de la ciudad de Colmar, en Alsacia.
Vista de la ciudad de Colmar, en Alsacia. Pheng Vang / EyeEm (Getty Images/EyeEm)

Colmar y Estrasburgo, capital de Alsacia y sede del Consejo y del Parlamento europeos, son paradas obligadas. La primera ciudad hay que disfrutarla callejeando, viendo sus llamativas mansiones renacentistas y sus casas medievales asomadas al río Lauch; y sus museos, como el del colmariano Auguste Bartholdi, escultor de la Estatua de la Libertad, y el Unterlinden, en un antiguo convento dominico, en el que destaca el sin igual Retablo de Isenheim, de Matthias Grünewald.

Escultura de bronce de Frederic Auguste Bartholdi junto al museo homónimo en Colmar.
Escultura de bronce de Frederic Auguste Bartholdi junto al museo homónimo en Colmar.Alamy Stock Photo

En Estrasburgo impresiona su rojiza catedral emergiendo de entre las callejuelas que la rodean, al igual que a su costado la emblemática Casa Kammerzell, del siglo XV, cubierta de delicadas tallas de madera, o los frescos medievales de la menos conocida iglesia de Saint-Pierre-le-Jeune. El casco viejo está lleno de restaurantes y cervecerías como Au Brasseur, frecuentada por los estudiantes de esta ciudad universitaria que tuvo a Goethe como alumno y a Gutenberg entre sus vecinos. No menos animadas son las retorcidas callejuelas del barrio de la Petite France, plagadas de casas del siglo XVI y bonitos restaurantes, como Au Pont Saint-Martin, donde cenar mirando al río. La ciudad tiene una amplia oferta cultural de la que sobresalen su Museo de Arte Moderno y Contemporáneo —con obras de Klee, Klimt, Duchamp y Monet— y el de Bellas Artes —Rafael, Rubens, Canaletto y Goya— en el palacio Rohan, sede de los antiguos príncipes-obispos.

Por los bosques de los Vosgos

Al norte de Estrasburgo hay una región de bosques ancestrales y lengua propia diferente del alsaciano, con pueblos como Wissembourg, Hunspach y Seebach. En esta última se celebra el Streisselhochzeit, boda tradicional con traje regional y el característico lazo negro alsaciano en la cabeza de las mujeres. Es una región en la que los búnkeres de la Línea Maginot de Schoenenbourg y Lembach recuerdan la agitada historia reciente de Alsacia: entre 1870 y 1945 cambió cinco veces de manos entre Francia y Alemania. Por estos bosques merodea el barbudo Hans Trapp, que desde el siglo XV se lleva en su saco a los “niños malos”. Sobre todo en Navidades, fiestas que en Alsacia se viven intensamente, engalanándose sus villas de luces y adornos y mercadillos donde degustar pain d’épices y glühwein, vino caliente especiado. Hasta el punto de que en Riquewihr hay una tienda de adornos navideños, Féerie de Noël, abierta todo el año.

La tienda de adornos navideños Féerie de Noël, en Riquewihr, abre todo el año.
La tienda de adornos navideños Féerie de Noël, en Riquewihr, abre todo el año. Alamy Stock Photo

Los Vosgos, que recorren el oeste de Alsacia, son un paraíso para senderistas y ciclistas. Sus sendas cruzan bosques, cimas como el Grand Ballon, lagos como el de Gérardmer, trincheras y cráteres artilleros de la I Guerra Mundial en los montes Hartmannswillerkopf y Le Linge, y villas como Munster, donde probar su queso. Los alsacianos presumen de saber vivir, y uno no puede irse sin degustar en sus winstub sus vinos de uva gewurztraminer, riesling, pinot, muscat o sylvaner; ni un crémant, el champán local; o una Elsassbier en sus bierstub (las cervezas francesas son principalmente alsacianas). Tampoco sus consistentes platos: baeckeoffe, carnes y verduras horneadas en cerámica de Soufflenheim; flammekueche al queso Ribeaupierre, parecido a la pizza; foie-gras, cuyo origen está aquí, y, de postre, bizcocho kugelhopf. Una buena despedida de Alsacia a la que le diremos bis bàll, hasta pronto.

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