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Reportaje:FIN DE SEMANA

El racimo de oro alsaciano

La ruta de los vinos, de Marlenheim a Thann

La ruta de los vinos de Alsacia podría llamarse también la ruta de los castillos o la ruta de las casas de muñecas de Alsacia. Porque además de un recorrido vinícola en el que el viajero puede seguir remedando a Paul Giamatti y a Thomas Haden en su melodramático peregrinaje -entre copas- por el californiano valle de Santa Ynez, el itinerario enoturístico atraviesa el corazón geográfico e histórico de Europa: 175 kilómetros que se deben recorrer con calma, paladeando cada matiz; o sea, cada curva de la carretera, pues sería un disparate pretender apurar la ruta en una sola jornada.

Es una región, la alsaciana, encajonada entre la cordillera de los Vosgos y el valle del Rin, que franceses y alemanes se disputaron hasta el término de la II Guerra Mundial y que, pese a pertenecer desde entones a Francia, conserva en su folclor, en su gastronomía, en sus señas de identidad etnográficas y arquitectónicas, e incluso en su nomenclátor, una inequívoca impronta germana.

Son 175 kilómetros para recorrer con calma, degustando los riquísimos caldos y la gastronomía de la región franco-alemana, salpicada de pequeñas ciudades con las vigas vistas en las fachadas.

El itinerario comienza en Marlenheim, la Puerta Alta de la ruta, a sólo unos minutos de Estrasburgo, la capital de la Alsacia y donde se puede visitar el Museo Alsaciano, que recuerda y recrea la antigua vida rural de la región. Marlenheim es como una especie de aperitivo. El primer trago: un Vendanges Tardives o un Muscat d'Alsace Brut, por ejemplo.

Antes de llegar a la pequeña ciudad de Molsheim para tomar el segundo trago (un Riesling, por supuesto) frente a los ángeles que dan la hora en la Metzig, un hermoso edificio renacentista que fue levantado por el acaudalado gremio de los bouchers (carniceros), el enoturista hará bien deteniéndose en la pequeña Wangen y en Avolsheim, para contemplar las ruinas de sus fortificaciones.

Mares de viñedos

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La doblemente amurallada Obernai es una de las joyas alsacianas; y pasear por el entorno de la plaza del Mercado es una absoluta delicia, y más si uno aprovecha para hacer un nuevo alto en el camino y beber una Kronenburg, la internacional cerveza alsaciana, que no sólo de vino vive el hombre.

Antes de llegar a Barr está, en lo alto de una montaña abigarradamente boscosa, el convento de la santa patrona de Alsacia, Santa Odile. Y una vez allí, lo que uno ha de tomar es aire, porque la vista que se abrirá ante sus ojos le cortará la respiración: por un lado, los mares de viñedos que se pierden en la lejanía, y por otro, La Selva Negra. A medida que el coche avanza y se van sucediendo pequeñas maravillas como Itterswiller o Saint-Hippolyte, el viajero siente cómo el paisaje alsaciano se le va subiendo progresivamente a la cabeza.

Ribeauvillé tiene como espina dorsal el río Strengbach y la Grand Rue que lo bordea, y su corazón hay que buscarlo en la plaza de la Sinne. Ribeauvillé, sin embargo, no sólo tiene una cabeza. Tiene tres. Que son los tres formidables castillos, cada uno con su leyenda, de Ribeaupierre: el de San Ulrich, el fuerte Girsberg y el Alto Ribeaupierre. Cualquier restaurante del corazón de Ribeauvillé es bueno para introducir algo sólido en el estómago. Y nada más sólido que una baeckaoffe (plato tradicional alsaciano, guisado a cocción muy lenta, con patatas, cerdo y otros ingredientes). Aunque sería imperdonable que uno no acompañara el muy contundente plato típico de la tierra con unas copitas de un Crémant d'Alsace.

En Riquewhir se concentra, quintaesenciado, todo el encanto medieval y toda la armonía renacentista de Alsacia. Riquewhir es el grano más dulce del racimo de oro alsaciano. Kaysersberg, sin embargo, no se deja eclipsar ni por la resplandeciente Riquewhir ni por la luminosa Colmar, y, aunque la noche ya comience a echarse sobre los viñedos, no hay pueblo, por pequeño que sea, que no brille con luz propia.

Colmar, de día y de noche

Si Estrasburgo es la capital administrativa y Mulhouse la capital industrial, Colmar es sin duda la capital espiritual de la Alsacia. Y recorrer de noche sus calles es como protagonizar un cuento fantástico que no puede acabar mejor que en la barra de Casa Paco, devorando unas tapas castizas y brindando con una botella de Gewurztraminer por el mestizaje gastronómico.

De día, Colmar es casi tan hermosa como cuando se viste de noche. La ciudad que vio nacer a Auguste Bartholdi, el autor de la Estatua de la Libertad, está llena de escaparates que harán la boca agua del viajero. Y si lo que uno siente es apetito de trascendencia al cabo de tan hedonista ruta, lo saciará de sobra visitando el Museo Unterlinden, que, entre otras maravillas, cuenta con el retablo de Issenheim de Matthias Grünewald, ante cuyo Cristo crucificado Leonardo Sciascia aseguró haberse sentido, para su espanto, como si hubiera sido espectador de la auténtica crucifixión.

De Colmar a Thann, la Puerta Baja de la ruta, quedan ya pocos kilómetros, pero sí los suficientes granos dorados como para que el viajero continúe embriagándose.

JULIO JOSÉ ORDOVÁS (Zaragoza, 1976) es autor del libro Papel usado (Eclipsados, 2007)

GUÍA PRÁCTICA

Cómo ir

- Iberia (www.iberia.com; 902 400 500) vuela a Estrasburgo desde Madrid. Ida y vuelta, tasas incluidas, a partir de 207 euros.

- Lufthansa (www.lufthansa.es; 902 22 01 01) vuela a Estrasburgo, vía Francfort, desde 193,74 euros, tasas incluidas.

- Otra opción es volar a París y desde ahí moverse en tren (www.tgv.com). De París a Estrasburgo, por ejemplo, se tarda sólo 2 horas y 20 minutos. A partir de 25 euros por trayecto.

Información

- Turismo de Francia (www.franceguide.com).

- Ruta de los vinos de Alsacia (www.guiarte.com/rutavinos).

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