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Blogs / El Viajero
El blog de viajes
Por Paco Nadal
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Un paseo por Tbilisi

Georgia, el país que mejor entiende a Ucrania porque sufrió lo mismo, es uno de los destinos turísticos emergentes del Caúcaso. Una visita a su capital lo confirma

La iglesia de Metekhi se levanta en la colina donde se fundó Tbilisi (Georgia).
La iglesia de Metekhi se levanta en la colina donde se fundó Tbilisi (Georgia).paco nadal
Paco Nadal

A las afueras del aeropuerto de Tbilisi, la capital de Georgia, se alza una estatua enorme con una figura humana que sujeta entre sus manos alzadas un gran sol. La figura mira hacia el norte, hacia donde queda Rusia, simbolizando que aquí el astro rey no sale por donde sale en el resto del mundo, sino por el poderoso vecino del norte. Obviamente, el monumento se levantó durante la época en que Georgia era una república soviética (1921-1991). Hoy, en el país se debate sobre si girar la figura hacia el este o derribarla de una vez por todas. Pero como de momento hay más ganas que dinero, la estatua sigue ahí, recordando que, con el comunismo, el sol salía por donde dijera el Partido, no por donde se empeñara la astronomía.

La pequeña república de Georgia, situada al sur del Cáucaso —ese lugar estratégico del globo donde nunca sabes si termina Europa o empieza Asia—, con una extensión algo menor que Castilla-La Mancha y de religión mayoritaria cristiana ortodoxa, se sintió históricamente más afín y cercana a Europa que a Asia. Pero desde que en 2008 los tanques de Putin entraran en su territorio para ayudar a las regiones secesionistas de Osetia del Sur y Abjasia a independizarse, ese sentimiento paneuropeo se ha convertido en una obsesión nacional.

Un buen ejemplo es la céntrica plaza de Europa, en Tbilisi, que está rodeada por altos mástiles en los que ondean banderas de Georgia y de la Unión Europea. El país no pertenece a la UE (aunque sí al Consejo de Europa), sin embargo, cuando deambulas por sus calles, no solo por esta popular plaza, es tal la profusión de banderas azules con 12 estrellas amarillas (estos días, también, de muchas banderas ucranianas) que pensarías que has llegado a la sede de alguna de las instituciones de la UE y no un a un país ajeno, tales son las muestras de amor al proyecto europeísta.

Shardeni, la calle más popular de Tbilisi, donde se concentra el ocio nocturno.
Shardeni, la calle más popular de Tbilisi, donde se concentra el ocio nocturno.paco nadal

Pero no es solo por las banderas. Cuando paseas por sus calles crees sin lugar a dudas que estás en Occidente. Las terrazas llenas de gente joven de la calle Shardeni, los puentes de diseño futuristas sobre el río Mtkvari firmados por un arquitecto italiano, las tiendas de moda de la avenida Rustaveli o el estilo de vida de los georgianos capitalinos no difieren en nada de los de cualquier ciudad europea.

La visita a Tbilisi suele empezar por la colina de la iglesia Metekhi, donde una colosal estatua de Vakhtang Gorgasali I recuerda al rey que fundó la ciudad en este mismo lugar en el siglo V. La destrozaron los mongoles en 1235 y fue reconstruida poco después; un episodio que se repite en casi todos los monumentos de un país tan estratégicamente situado que por él han pasado (y destruido) todos los imperios de la zona. Por dentro, la iglesia infunde respeto porque conserva el aspecto original del siglo XIII. Aunque me gustan más otros dos templos de la ciudad: el de Sioni y sus maravillosos frescos, antigua catedral de Tbilisi, destruida y reconstruida dicen que en 40 ocasiones y sede del Patriarca de la iglesia georgiana; y, sobre todo, la cercana basílica de Anchiskhati, esta sí original del siglo VI en cuyo interior de piedra desnuda resulta sobrecogedor escuchar los cánticos de los sacerdotes durante la liturgia.

Casas tradicionales con balcones de madera en el Viejo Tiflis, el barrio histórico de la ciudad.
Casas tradicionales con balcones de madera en el Viejo Tiflis, el barrio histórico de la ciudad.paco nadal

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Desde Metekhi conviene tomar el teleférico que sale de la plaza de Europa, la de las banderas, para subir a la colina del castillo, desde donde hay una vista soberbia de la ciudad vieja y la nueva. En la colina quedan apenas unos muros deslavazados de lo que fue una gran fortaleza cuyas murallas rodeaban todo el valle. Más que esos restos, lo que llama la atención en la cima es una gran escultura metálica, Kartlis Deda (la Madre Georgia), con una espada en su mano derecha y un cuenco de vino en la izquierda, simbolizando esa idea tan del gusto soviético de que la mujer georgiana podía ser a la vez acogedora y justiciera.

Abanotubani, el barrio de las termas.
Abanotubani, el barrio de las termas.paco nadal

Luego se baja caminando por unas pasarelas que atraviesan el viejo barrio de Tiflis, con sus casas elegantes y decimonónicas con veranda de madera, sus mezquitas, sinagogas e iglesias ortodoxas y católicas (la ciudad se sigue vanagloriando de su tolerancia religiosa) para terminar en Abanotubani, el barrio de los baños.

Esta es para mí la zona más bonita de la ciudad. Y donde más puedes sentir que estás en Asia y no en Europa, por las cúpulas de los baños termales, tres de ellos aún de época otomana, y por la falsa fachada de mayólicas de uno de ellos, que recuerda en pequeño a las de las madrasas y mezquitas de Samarcanda o Bukhara. Dicen las leyendas que esta abundancia de aguas termales fue la que motivó al rey a mover la capital desde la antigua Mtskheta a este lugar, y no solo porque las colinas de Tbilisi ofrecieran mejor defensa que las llanuras cercanas al río Mtkvari en Mtskheta.

Terminaría el paseo donde empezó, al pie de la colina Metekhi y a la hora azul del atardecer. En ese efímero momento en que se mezclan las luces de la ciudad con las del ocaso, el centro histórico de la capital georgiana se vuelve más fotogénico aún. Y luego remataría un día intenso cenando en alguna de las terrazas panorámicas de hoteles céntricos, como el Veranda Tiflis o el Kopala, con una buena botella de vino georgiano y una ración de khinkali o de khachapuri, los dos platos nacionales. Mejor, imposible.

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